Me voy de vacaciones y antes que el de la autopista, tengo que "pagar" otro peaje, el de hacer la maleta. Tarea tediosa por mi defecto (¿mío o femenino universal?) de querer meter el fondo de armario al completo en tan ridículo espacio. Y es que a mi se me da mal priorizar en cuestiones estilísticas. Tardo unas dos horas en prepararla, mientras que la media masculina no debe superar los treinta minutos.
No soy pausada, simplemente yo hago mi maleta a fuego lento. No puedo dejar cabos sueltos, no puedo abandonar en el armario la cazadora que no me pondré o el vestido que es demasiado corto para salir a cenar con mis padres, porque una maleta femenina que se precie siempre está aderezada con trapos que no vas a molestarte en sacar de la misma.
Mi sentido de la moda dice que meta camisetas varias, faldas, vestidos, shorts, sandalias planas, cuñas, un par de taconazos, otro par de vaqueros, bikini y bañador, cazadora, cardigans, boleros y un chubasquero (para el Norte me voy). Mi coche responde que todo eso más la maleta de mis locas bajitas, unido a la silla de paseo, sumado a la bolsa de viaje con biberones, potitos, dodotis, cambiador y toalla es como la mezcla del agua y el aceite. Mi cabeza recalca que debo comprarme un monovolumen. Y la cuenta bancaria grita que, definitivamente, no es el momento. ¡Felices vacaciones!