Revista Ciencia

Ofiuco, el Zodiaco y la precesión de los equinoccios

Publicado el 31 enero 2011 por Alf

Hace varios días fue noticia la constelación de Ofiuco , debido a unas declaraciones del astrónomo Parke Kunkle, del Planetario de Minesota sobre la astrología, y en los medios se podían leer y escuchar cosas como que se había descubierto una nueva constelación, que el horóscopo había cambiado, y cosas así. Pero como ya expliqué en una ocasión, las constelaciones no se descubren, pues son divisiones artificiales de la esfera celeste.

Entre 1928 y 1930 la UAI definió las 88 constelaciones, que consisten en 88 áreas disjuntas que cubren toda la esfera celeste. Toda estrella se encuentra en una y sólo una constelación. Descubrir una constelación nueva es algo que tiene tan poco sentido como descubrir un mes nuevo.

En realidad, todo el culebrón de Ofiuco es simplemente un argumento para demostrar que la astrología carece de base, que ya se empleó hace más de una década, allá por 1995. Uno de los muchos que podrían usarse. Pero para entender bien toda la historia, hay que tener claras algunas nociones de astronomía.

Todos sabéis que la Tierra gira sobre sí misma, y a la vez, se mueve alrededor del Sol. Es fácil ver que a medida que transcurre el año, la cara no iluminada de nuestro planeta, va apuntando en direcciones distintas. Uno puede pensar que, pasados 6 meses, la cara oscura está apuntando justo en dirección contraria, y pasado un año, vuelve a apuntar en la dirección inicial. Así, a lo largo del año, podemos ver un cielo estrellado ligeramente distinto cada noche. Ahora, por ejemplo, la constelación de Orión es visible en el cielo, pero en verano no la podremos ver, pues la luz del cielo diurno nos impide ver las estrellas de día.

Dibujo de la Tierra dando vueltas alrededor del Sol, que muestra la eclíptica y el fondo de estrellas desde el punto de vista de la Tierra

El hecho de que no podamos ver las estrellas de día, no significa que no estén ahí. Simplemente, la luz del cielo es mucho más intensa que la de las estrellas. Esta obviedad es algo que las civilizaciones antiguas (como la babilónica o la helénica) sabían, y podían calcular en qué punto de la bóbeda celeste, con respecto a las estrellas, se encontraba el sol. Dado que la Tierra se mueve alrededor del Sol, desde nuestra posición el «fondo» de estrellas que hay tras él va cambiando. Así, el Sol traza una línea sobre la esfera celeste a lo largo del año, llamada eclíptica.

Si proyectamos el ecuador terrestre sobre la esfera celeste, tendremos una línea llamada ecuador celeste. Como el eje terrestre está inclinado, el ecuador celeste y la eclíptica no coinciden. Estas líneas se cortan en dos puntos opuestos, y forman un ángulo entre ellas (el mismo que el eje terrestre, lógicamente). Estos dos puntos se denominaban primer punto Aries y primer punto Libra, ya que cuando se calcularon en la antiguedad, estaban en estas dos constelaciones.

Dibujo de la Tierra con el eje de rotación, el ecuador celeste y la eclíptica.

Como sabéis, los equinoccios son dos momentos en el año en los que el día dura exactamente lo mismo que la noche, mientras que los solsticios son dos momentos en el año en el que la diferencia entre el día y la noche es máxima. Pues bien, en el momento exacto de un equinoccio, el Sol se encuentra en uno de los puntos de corte entre la eclíptica y el ecuador celeste. Y en el momento exacto del solsticio, el Sol se encuentra en uno de los dos puntos de la eclíptica con máxima separación del ecuador celeste. Concretamente, el equinoccio de primavera se produce cuando el Sol está en el primer punto Aries, y el de otoño cuando está en el primer punto Libra (y por eso, a esos puntos también se los denomina equinoccios).

Más conceptos: la órbita de cada planeta está incluida en un plano que denominamos plano orbital. Los planos orbitales de los planetas no coinciden, pero tienen muy poquita inclinación entre ellos. Así, desde nuestra perspectiva visual, los planetas parece que se mueven siguiento líneas muy próximas a la eclíptica. De hecho, la mayor inclinación la presenta Mercurio, con tan solo 7º.

Puesto que el movimiento aparente del Sol y los planetas está contenido en una franja estrecha en el cielo, y esa franja atraviesa varias constelaciones, se les dio una relevancia especial, y se denominó a esas constelaciones Zodiaco (he leído otras definiciones de zodiaco, como sólo la franja por la que se mueven el Sol y los planetas, o incluso solamente una franja con el mismo grosor que el tamaño aparente del sol). Nuestro zodiaco proviene concretamente de la Grecia Clásica (al igual que muchos nombres de constelaciones).

Dibujo que muestra el bamboleo del eje terrestre

Ya llegamos al punto crucial. El eje terrestre no se mantiene fijo, con la misma orientación con respecto a las estrellas, sino que se bambolea, al igual que lo hace una peonza. Hace un tiempo dediqué un post a la duración de un año. Ahí vimos la diferencia entre el año trópico (al cuál se intenta adecuar nuestro calendario) y el año sidéreo. El año trópico se mide con respecto a los equinoccios, es decir, un año trópico es el tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos del Sol por el equinoccio de primavera. Y el año sidéreo se mide con respecto a las estrellas, es decir, sería el tiempo transcurrido entre dos pasos consecutivos del sol por el mismo meridiano celeste (la «vertical» de una estrella que elijamos, vamos). Como su duración es distinta, es evidente que año tras año los equinoccios (y toda la eclíptica) van desplazándose poco a poco por la esfera celeste, de forma que año tras año, el Sol está en una posición diferente respecto al fondo de estrellas, para un día del año determinado. Éste desplazamiento es conocido como precesión de los equinoccios, y forma parte de la formación astronómica más básica.

Diagrama de las constelaciones cercanas al equinoccio de primavera, donde se muestra la posición de éste entre los años 4.000 a. C. y 2.000 d. C.

La ecliptica da una vuelta completa a la esfera celeste cada 26.000 años aproximadamente. Eso quiere decir que a día de hoy, el equinoccio de primavera se ha desplazado unos 28º con respecto a la posición que ocupaba cuando se definió dicho punto. En equel entonces, el equinoccio de primavera estaba en la constelación de Aries, mientras que actualmente se encuentra en la de Piscis. A grandes rasgos podemos decir que el Sol lleva «una constelación de retraso» con respecto a hace algo más de 2.000 años.

Con eso ya bastaría para ver que la astrología no tiene ningún fundamento, ya que se basa en el recorrido aparente del Sol con respecto a las estrellas de hace un par de milenios. Es decir, cuando según los astrólogos estamos en el signo de Aries, en realidad el Sol está en Piscis. Pero es que además, las constelaciones zodiacales no tienen el mismo tamaño. Las hay más grandes (como Virgo) y más pequeñas (como Capricornio), por lo que el Sol no tarda el mismo tiempo en recorrer cada una de ellas. Por ejemplo, el Sol tarda unas 4 semanas en recorrer Capricornio, y mes y medio en recorrer Virgo. Sin embargo, los 12 signos astrológicos tienen la misma duración.

Y por último, los planos orbitales no permanecen invariables con el tiempo. Cada plano tiene una ligera oscilación, incluido el nuestro, por lo que desde nuestro punto de vista, la eclíptica también «sube y baja». Y aquí es donde entra en acción el dichoso Ofiuco. Una constelación ya nombrada por los griegos, que debido a las variaciones en los movimientos de nuestro planeta, ahora es atravesada también por la eclíptica.

Por tanto, los astrólogos usan 12 signos zodiacales, que no se corresponden con las constelaciones de igual nombre. Es decir, dividen la eclíptica en 12 regiones iguales, y ya. El que los nombres sean los mismos que los de 12 constelaciones, casi podríamos decir que es una simple curiosidad histórica. Y eso es lo que se pretende mostrar cuando se saca el tema de Ofiuco.


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