Revista Filosofía
¡Oh! humanidad (o Bartleby)
Esta serie debería recoger la temática que describa el tipo de acciones que singularmente integren a los seres humanos, sin que por ello se conciba tal objetivo (no obstante la declaración de los Derechos Humanos apunta en esta dirección, al menos los derechos de primera generación). Si la acción humana tiene como objetivo, no directo, pero sí indirecto, apuntar a un horizonte de integración de toda la humanidad, la moral universal o el socialismo en sentido genérico, este objetivo no es más que una señal muy débil, y en cierto modo imposible de lograr, porque sólo sería posible dejar constancia del haber alcanzado tal objetivo, cuando ningún ser humano lleve a cabo ninguna acción, que pusiera en juego la consecución de dicho objetivo. Por tanto, es una visión que ningún humano puede tener más que en curso, haciéndose, en ningún caso acabada... Pero no es nuestro objetivo teorizar sobre el objetivo acabado, sino teorizar sobre lo que hacemos...
Ahora bien, las acciones universalmente integradoras no faltan, sino que están presentes desde el principio (ponga el lector el principio allá donde más guste). Sin embargo, esta serie debería culminar el relato, o el análisis que va desde supuestas comunidades humanas, hasta el ejercicio de la subjetividad frente a una comunidad en sociedades extensas. La sincronía de este análisis está bien establecido por la historia y va desde el Paleolítico hasta el momento que Platón escribe la Apología de Sócrates, independientemente que en ese período y hasta nuestros días las formas de vida comunitarias y sociales hayan coexistido.
En todo caso, la sexta, séptima y octava serie deben estructurar la información que permita ver como la acción específicamente humana es resultado de un largo tiempo de acumular distintas formas de procesar información. Mientras que en las series que va de la segunda a la quinta, se trata de como el ser humano es capaz de producir de manera distinta a la naturaleza. En las siguientes el análisis es de la acción misma, de la praxis, de lo que la distingue.
Para ello en la sexta serie tiene la comunidad como tópico o tema a tratar, lo que estructura tal serie es la tríada poiesis, chresis y praxis, y lo que permite es como la comunidad es siempre una comunidad de producción y que en la medida que la producción se hace más compleja inevitablemente se diferencia el producto de su empleo como producto acabado y los empleos en su producción. La mayor complejidad hace aparecer un tipo de acciones que no son exactamente productivas, pero sin las cuáles no se garantiza la producción o conservación de lo producido, es decir, la praxis como uso no técnico.
La séptima serie tiene como tópico la política y se estructura con la tríada poder legislativo, ejecutivo y judicial, que no es exactamente lo que se entiende habitualmente, más bien es lo que denominamos en la tercera serie como función normativa, ejecutiva y especulativa respectivamente, pero una vez que la diferencia entre producción y uso se ha producido y ha de ser representada y sancionada en cierto modo. El sentido común que comparten los seres humanos queda en entredicho con la división del trabajo y conocimiento, por lo que urge representar lo que tienen en común los individuos, esta necesaria y urgente representación es lo que está en el origen no de la política, sino del Estado.
La octava serie tiene como tópico el Estado, y se estructura con principios denominados ontológicos (identidad, no contradicción, y tercio excluso). Y he aquí una de las claves de estas variaciones, si la representación que es el Estado tiene sentido, es como si los principios pudieran ser vistos, o que el Estado permitiera tal visión, como si encontráramos que la identidad, la integración y el juicio, están garantizados. El Estado representando el derecho y la justicia, sin embargo, esto es lo que se cuestiona en la medida que el Estado no puede garantizar lo absoluto de la singularidad que es la acción (véase la anterior entrada), y ello porque el Estado siempre es un particular, no puede representar la universalidad que se reclama a las acciones (esta es la operación del idealismo absoluto de Hegel).
Por ello, la novena serie se estructura, precisamente, con la tríada singular, particular, universal, y, quizá, el protagonista no es Sócrates (al fin y al cabo Sócrates reclama - según escribe Platón - que ha de ser mantenido por la ciudad). El protagonista es el estoico, el individuo que no puede identificarse con ninguna ciudad, y donde se ve más claramente lo descarnado de las acciones. Se ha perdido la referencia de la ciudad, y el universal que representa el imperio (de Alejandro primero, y de los romanos después) es demasiado delirante para el particular.