Revista Medio Ambiente
Muy próximo a las playas malagueñas, escondido entre montañas, se halla un pueblo que dio cobijo a fenicios, a bandoleros y a personalidades internacionales como De Gaulle.
Las serranías que lo protegen han convertido Ojén en un refugio para sus vecinos y sus visitantes.
A un paso de Marbella y Mijas, el pequeño y blanco municipio no tiene salida al mar, pero desde sus montañas más altas se advierte su presencia. La lejanía de las olas no le ha impedido gozar de las bondades de un clima excepcional y del carácter cosmopolita del que gozan las principales ciudades de la Costa del Sol.
De Marbella parte la carretera A-355 que conduce directamente al pueblo. Ojén son mil casitas blancas, milagrosamente encajadas entre cuestas y escalones oxigenados por los jazmines que hacen más fácil la subida.
La cima regala una panorámica maravillosa de un pueblo modelado como una maqueta. El barrio viejo se reparte en calles encajonadas, asimétricas, curvas y abiertas a pequeñas y encantadoras plazas. Pasearlas es descubrir una arquitectura de trazado morisco; disfrutar de sus miradores es descubrir los bellos paisajes que lo rodean.
En Ojén no convienen prisas. Uno de los monumentos más representativos es la iglesia de la Encarnación que data del siglo XVI y fue construida sobre la antigua mezquita. En el centro del pueblo está la fuente de los Chorrros con sus cinco caños, convertida en emblema de la villa. Para terminar la visita a Ojén es aconsejable visitar el Museo del Vino de Málaga. (El Mundo)