Revista Ciencia

¡Olé!

Por Francisco Nebot Edo

¡Olé!

No soy un bloguero que le guste polemizar, alterar la voz o hinchar las venas de mis numerosos lectores, pero sí me gustaría comentar algunas opiniones y realmente al acabar la lectura es posible pues que haya gente que discrepe y otra que posiblemente les parezca tremendamente acertadas mis opiniones. Pero considero que ni los detractores tendrán la posesión de la verdad absoluta, ni los que me “adoren” seguramente, podrían estar equivocados en su elección de su manera de pensar.

Como sabéis, como ambientólogo, mi código “deontológico”, me empuja a un amor incondicional con todos los habitantes de la biosfera, cualquiera que sea el número de patas, tamaño o forma de alimentarse, entonces podrías pensar que debería ser un detractor consumado contra el arte de la tauromaquia. Pero bueno voy a empezar a lanzar leña a las brasas.

Antes, quisiera que conozcáis mis orígenes. Yo me crié en una comarca en que la fiesta de los toros y la matanza era algo enraizado en un costumbrismo popular, y ancestral. Si parece ser que en cierta manera podría pensarse que todo tenía un orden natural. Se podría decir que la fiesta de los toros la he “mamado” casi desde la cuna. El animal siempre en condiciones de inferioridad frente al hombre, su final era algo que nadie dudaba, ni mucho menos se quisiera condenar.

El animal después de un cierto tiempo de estar corriendo por la plaza e intentando embestir a los “toreros”, era absolutamente normal que en la plaza del pueblo ante la mirada de mujeres y niños, el animal fuese sacrificado. Después el animal era arrastrado al matadero para despedazarlo y son imágenes que se me quedaron grabadas en la retina.

Las fiestas del pueblo, no sólo giraban en torno a los toros pero era uno de los motores de la economía, dando unos beneficios importantes pues servía de atracción a vecinos de otros pueblos limítrofes. Mis recuerdos de la infancia, están impregnados de olores de animales, sudor, sonidos de bramidos y la visión de cogidas. Además era normal incluso jugar con los niños con unos cuernos (arrancados a animal y vendidos en el mercado) para jugar a “pillar”.

Pero, entonces surgieron los animalistas. Se llegó a la prohibición de los toros en Cataluña, pese a que la capital Barcelona era una capital con mucha tradición taurina teniendo hasta 2 plazas de toros majestuosas. Pero aún más lamentable fueron los insultos profanados y desprecios en las redes sociales (y no sólo para el torero sino para la familia) como lo que pasó al desafortunado torero muerto por las astas del toro o el niño con cáncer que quiere ser de mayor torero y que algunos desde las redes sociales, deseaban su muerte.

Vamos a ver, y repito que esta es mi humilde opinión. Estoy en contra del maltrato animal, el abandono de perros en la cuneta de las carreteras, la compra a todas luces muchas veces innecesarias de animales exóticos que después no podemos mantenerlos, el lanzamiento de aves desde campanarios o la tradicional asno colgado del campanario o mata-rucs de Solsona. Así la lista podría crecer hasta tener un legado importante de muertes de animales. Como no podría ser menos, tampoco puedo estar de acuerdo con los toros banderilleados, ensartados, apaleados y embolados. Pero entonces, la pregunta que lanzo, ¿es la solución la desaparición definitiva de la tauromaquia en el mundo?

Ay amigos, si eso ocurriese, podrías no llegar a calibrar la magnitud de tamaña decisión. No os podéis ni imaginar la cantidad de ingresos que este tipo de eventos generan en los pueblos en sus fiestas, la cantidad de profesionales del mundo de los toros que se verían sin trabajo (toreros, apoderados, periodistas, etc.). Y me asantan algunas cuestiones. ¿Cómo serían los recién finalizados encierros de San Fermín sin estos majestuosos animales? ¿Habría pintado Goya sus conocidos grabados costumbristas fiel reflejo de festejos taurinos?¿El Guernica de Pablo Picasso, para retratar los desastres de la guerra civil española, sería el mismo sin el astado?

Seamos consecuentes con lo que pensamos, no podría permitir este tipo de violencia hacia el animal sin condenarla. Pero también entiendo la fiesta y todo lo que supone. No puedo aprobar el toro de la Vega, como tampoco puedo ver con buenos ojos la pesca de arrastre que destruye todos los fondos marinos hábitat de muchas especies marinas; o el impacto ambiental de las carreras de montaña que destroza, como en el caso de la Sierra de Guadarrama, numerosos huevos de reptiles por donde pisan y corren los runners. Pero, ¿por qué una colocarle la etiqueta a los que torean al ostracismo y las otras actividades, ni inmutarnos?

Y nos debemos de preguntar si es necesario colgar el cartel de “cerrado” a aquellos recintos, algunos verdaderas joyas arquitectónicas modernistas, templos de un arte tan antiguo como Iberia. Y finalmente no ser reconocida nuestra cultura por todos aquellos valores que tiene, como es la fiesta de los toros.

Y porque no convivir, todos en un equilibrio. Por qué no aplicar la ciencia y tecnología, para disfrazar en cierta manera el pasado, vestirlo con una especie de engaño para conseguir que el animal no sufra ni salga herido y/o muerto delante del aficionado. Se me pueden ocurrir cosas tan dispares como banderillas que no pinchasen al astado, o estoques no dañinos. Pero también, concienciar a los recortadores (toreros en plazas de pueblos que esquivan de manera circense a los toros) y aficionados en general de evitar el maltrato siempre, denunciándolo y condenándolo por las autoridades y fuerzas de la seguridad. Y quizá de esta forma no se perdería el espectáculo y nadie saldría perjudicado.

En otros pueblos se empiezan a hacer actividades culturales, ferias medievales, ferias de turismo o festivales de música tan en boga en verano, con objetivos de acrecentar la renta de la población. Soluciones hay, falta que todas estas ideas se pongan en marcha.

Ya se han empezado a ver los primeros resultados, el antes polémico toro de la Vega ahora, toro de la Peña, no es maltratado por los lanceros y su muerte es realizada de una manera más “digna” por un veterinario con inyección letal. Algo si se ha avanzado.

No son pocas las medidas que podríamos aplicar para convertir en la fiesta patria en algo digno para todos, tanto el hombre como el animal. Porque se puede ofrecer un espectáculo sin ninguno de los dos sufran, ni mucho menos muera en el ruedo.

…Y todo esto se lo ha escrito alguien al que la tauromaquia le aburre soberanamente.

                                                                                                   En memoria de Carmen

[Foto_Fondo fotográfico del autor del post retocada por medio de la aplicación PicsArt]

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