Revista Viajes

Olite i

Por Orlando Tunnermann

OLITE I
Llego hoy a esta población de nombre de Olite. Su máxima expresión queda rendida, persignada y arrodillada ante el magnífico Palacio Real de Carlos III El Noble, Monumento Nacional. En mis oídos hay un molesto rumor de caracolas repetitivo que narra las tendencias hedonistas del monarca. OLITE I
Me ha quedado claro cristalino que entre una vajilla de cerámica florentina o una buena tizona (espada), el monarca optaría por la primera. El palacio del siglo XIV-XV, uno de los más lujosos de Europa en sus días de mayor apogeo, cobijaba a los reyes de Navarra entre ornatos de boato, suntuosidad y azulejos de Manises. Si bien mis crónicas primigenias hablaban de una cierta despoblación, aquí en Olite no hay ni rastro de tamaño éxodo. Las calles de Olite gestan visitantes con un desparpajo de convite pantagruélico (muy abundante). Con permiso del monarca y su egregia (destacada) esposa, Leonor de Trastámara, me aventuro por las tortuosas escalinatas, estrechas y reventadas de gente que sube y baja como una marea humana, con el fin de conquistar la cima de las cinco torres para obtener panorámicas de halcón milenario. OLITE I
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Esto de las escaleras de caracol de fortalezas y castillos se me antoja como angostas tuberías por las cuales, en vez de fluidos y agua sanitaria, hubiese discurrido la humanidad durante siglos. Hay que hacer acopio de imaginación para ponerle colores y filigranas a las paredes ahora desnudas.
Abandonado en el año 1512, el bravío militar navarro Espoz y Mina lo quemó con la idea peregrina de que las tropas francesas no lo ocupasen, ya fuere para saquearlo o utilizarlo como fortín. Al permanecer más de un siglo en ruinas, la gente llana comenzó a rapiñar (robar) toda suerte de elementos y piedras, materiales para construir sus propias casas. Allí había una cantera disponible con marchamo Real, que siempre da mucho más empaque que la anodina vulgaridad. Se te irán varias horas visitando el palacio; vivienda singular de animales salvajes que pululaban por los alrededores como doncellas del servicio o centinelas. Era una manera inequívoca de marcar tendencia y diferencias patentes con el resto de dinastías y gentes de altos vuelos.
Son una maravilla las torres góticas con pequeños balcones que quisieran alcanzar el infinito de la lontananza (lejanía). Como comentaba antes, el acceso a estos miradores requiere paciencia de santo Job, ya que las escaleras de caracol son autopistas sin semáforos ni señales de ceda el paso, con lo cual el atasco está garantizado.
Ya en las calles de Olite me fundo con la gente aglomerada en la Plaza de los Teobaldos y aledañas, pero para darle un matiz mucho más preponderante debes dirigirte a la Plaza de Carlos III El Noble. Es interesante visitar las galerías medievales. Por un miserable euro con cinco podrás sumergirte en los umbríos zaguanes del pasado y recorrer pasajes cronológicos de los tiempos de aquel monarca en una profusa y divulgativa exposición: vestimentas, estandartes, escudos, petos, reproducciones, maquetas...
OLITE I

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