Esta población tiene un gran encanto, un halo invisible que te atrapa en sus calles animadas. Es por ello que mi humilde persona ha decidido proseguir arrojando arroyos de tinta por estos lares septentrionales, y más concretamente, continuar susurrando los
secretos que guarda en su seno la localidad que homenajeo hoy. Así me planto ya ante la iglesia de Santa María de Olite, una formidable construcción gótica eclesiástica del siglo XIII con altos techos de bóveda de crucería y un retablo barroco de Pedro de Aponte que deja las palabras dormidas por innecesarias. El interior es íntimo y discreto en dimensiones. Te pedirán un euro con cincuenta por el acceso, básicamente calderilla si tenemos en cuenta el valor artístico que nos aguarda dentro. Los ojos se nos fugan aprisa para clavarse en el policromado retablo del año 1528. Pedro de Aponte quiso que su obra nos llenase la retina de colores y de paso, dejar nuestro espíritu expedito de preocupaciones.Una mención especial merece también el glorioso pórtico, abigarrado de relieves, figuras y ornamentos como una jungla pétrea (de piedra). Mi alma, siempre inquieta y en pos de la salvación, busca consuelo en la Plaza del Fosal entre los muros de la iglesia de San Pedro y Santa María. Otro retablo que me deja flotando como un astro a la deriva. Es lo que tiene el barroco: una oleada de placer que te golpea sin dosificador ni mesura.
Demasiada belleza para encajar de un vistazo. Las columnas son colosales y vienen rematadas con delicadas filigranas doradas y rojizas en su parte más altiva, donde los reyes colocan laureles y coronas. La iglesia, románica, es también discreta en dimensiones, como si pidiera perdón por algunos de sus atributos más descollantes (destacables), que a veces se visten de barroco y otras de arcadas góticas en su pórtico o ensoberbecidos tras un gran rosetón.
Ahora toca sucumbir a la gula y los placeres reposteros. Nada más apetecible que adentrarse en el ruidoso y masificado universo humano de la famosa pastelería Casa Vidaurre en la calle Estación. Gente como para colmar un pueblo, calor humano y cercanía “pecaminosa”, como para andar pidiendo disculpas por rozarte cuando pretendo salir o entrar. Hay viandas apetecibles dispuestas tras las cristalinas vidrieras del escaparate interior. Tienes que pedir como una centella, veloz, sin titubeos. Las dependientas van como flechas y la gente alrededor es como una marea estruendosa que retumba como una sinfonía de trombones dentro de tu cabeza. Todo sea por alimentar al animal goloso que llevo dentro...
GALERÍAS MEDIEVALES