Salta a la vista que he estado desaparecida del blog (y casi de las RRSS) durante gran parte de este verano. En agosto apenas me he pasado por aquí. En Instagram expliqué que simplemente no me sentía con ganas de publicar nada y todos vosotros me hicisteis sentir arropada. Hoy es 1 de septiembre y, aunque aún sigue siendo verano, el día ha amanecido lluvioso y siento como si casi pudiera tocar el otoño con la punta de los dedos, y eso me ha hecho feliz.
Es ese sentimiento el que me ha dado ganas de volver. Pero antes de continuar con el contenido normal y corriente sentía que debía explicaros por qué. No es que crea que deba dar explicaciones, pero me apetece sentarme a escribir y a pensar mientras al otro lado de la ventana caen las gotas de lluvia y el cielo está nublado con un gris luminoso.
Esta entrada no os resultará de utilidad, pero a lo mejor os sentís de una forma parecida a cómo me siento yo y esa cercanía nos hace sonreír un poquito.
Este verano ha ido de cabeza al top 1 de mis peores veranos. ¿Recordáis esta entrada del verano pasado? Bueno, pues aunque el verano 2020 no fue la gran diversión, está años luz de lo mal que he estado estos pasados meses. En esa entrada recuerdo que os conté que, hasta ahora, el peor verano que recordaba era el de 2010, cuando acababa de terminar el instituto, no había entrado en la facultad que quería y había sufrido una ruptura lenta y dolorosa de uno de mis primeros novios. Los dramas de la adolescencia.
Este verano empezó bien. Yo me sentía terriblemente cansada y tenía mil cosas que hacer: no había acabado la carrera (me faltaba entregar el dichoso TFG) cuando comenzamos a trabajar y a tener que complementar clases presenciales con varios cursos online. Pero más allá de eso estaba bien. Quería exprimir todo lo que pudiera el verano y tenía varios planes en el calendario.
Todo se torció a mediados de julio, cuando un ligero dolor de garganta asomó la patita por debajo de la puerta. Tenía una escapada planeada a Cantabria y una llamada al médico en la que aseguraba que se trataba de una amigdalitis leve. En ningún momento sospeché que no fuera así hasta que el dolor de garganta derivó en tos y pinchazos en el pecho. Ay.
Tengo faringitis crónica, por lo que he vivido suficientes infecciones de garganta en toda mi vida (más graves, más leves, más largas, más cortas, con fiebre, sin fiebre, con antibiótico, con ibuprofeno...) como para saber que esta no era una de ellas. No quería dudar de mi médico, pero lo cierto era que el diagnóstico telefónico no es muy adecuado en estos casos.
Era viernes y ese día teníamos reservado un precioso hotelito rural. El resto del fin de semana íbamos a visitar lugares nuevos de Cantabria y a desconectar todo lo posible. Mi responsabilidad ciudadana no me permitía irme así como así y el positivo en test de antígenos de la clínica privada tampoco me lo permitió.
Reconozco que no reaccioné bien. Me puse a llorar de camino a casa. No por mí, pues pensaba que yo iba a estar bien, sino por los planes que mis contactos estrechos iban a tener que cancelar. Gracias a las pautas completas de las vacunas y a que en los dos días anteriores no había estado con apenas gente, las únicas confinadas fuimos mi madre y yo (ella tiene pauta completa, pero el médico nos dijo que tenía que actuar como si no por ser convivientes).
Al principio lo llevé bien. Normal. No era la primera vez que estaba aislada, aunque las veces anteriores no había dado positivo y estaba más relajada. Pero hacia la mitad de la cuarentena comenzó a aparecer mi ansiedad. Fuera había una ola de calor, yo no podía salir de mi habitación, ni siquiera tenía un balcón para sacar la cabeza, y el malestar no se iba. Tras unos días que se hicieron eternos, recibí el alta y volví a salir al mundo.
Lo que vino a continuación fue igual de malo. Secuelas que no se iban, que aparecían de repente y desaparecían, que daban paso a más dolores y a sensaciones nuevas para mi cuerpo. Los médicos que me vieron me aseguraron que todo estaba aparentemente bien. Pulmones bien; respiración bien; corazón bien; garganta visiblemente normal. Y aun así yo sentía como si no.
Ha pasado más de mes y medio desde entonces y sigo con secuelas. Para todos aquellos que no le tenéis miedo al Covid dejadme que os diga una cosa: no sale gratis. No te recuperas a los 10 días y ya. Al menos, no en mi caso. Sé que todavía me queda mucho camino por delante y tengo fe en que volveré a la completa normalidad en cierto tiempo, pero mi cuerpo dice que ese día no es hoy. El virus ha dejado su firma en mí y todavía tenemos que limpiarla bien.
Si os estáis preguntando cómo me contagié os diré que tenemos la misma pregunta. A día de hoy todavía no lo sé. Ninguno de mis contactos lo tuvo y yo no contagié a nadie. Tampoco me han dicho qué carga viral tuve ni qué variante, aunque todo apunta a la delta. No perdí gusto ni olfato y lo pasé como una gripe leve o un catarro venido a más. Mis síntomas fueron principalmente congestión nasal, dolor de cabeza intenso y dolor de garganta. Un día tuve febrícula y fue el día que peor estuve. Sí que estuve con dolor torácico y había ratos en los que notaba que respirar me era más difícil de lo habitual, pero nada grave.
Lo bueno que me sucedió es que aprobé el TFG con un 9.5 y lo vamos a presentar en un congreso pedagógico internacional, por lo tanto ya puedo decir abiertamente que soy maestra. Ahora queda el principal reto: conseguir ejercer.
Todo esto me ha supuesto un verano con muchas emociones diferentes en el que no he tenido la oportunidad de desconectar. Solo he podido escaparme dos fines de semana al pueblo y tampoco pude disfrutarlos mucho debido a mi estado mental y físico. Pero bueno, no pasa nada, el verano no es mi estación favorita del año y ahora espero ansiosa la llegada del otoño.
Deseo con toda mi alma poder hacer algún viaje entre octubre y noviembre, ver los preciosos colores del paisaje, ir a coger manzanas, pasear entre la naturaleza... Y eso me trae paz. Poco a poco iré dejando atrás todos estos recuerdos tan feos y estoy convencida de que me espera algo bueno en el horizonte. Dicho esto, espero que a partir de hoy pueda volver a mi contenido habitual como si ese break estival nunca hubiera existido.