Mi madre de joven. [email protected]
Mi madre acaba de irse. Ha estado una semana con nosotros. De vez en cuando lo hace. Me hace compañía cuando el Kalvo no está, que suele ser muy a menudo. Ayer la llevé al aeropuerto. Aparqué el coche en el párquing. La acompañé al mostrador de facturación. Le rellené el papel de Inmigración. Cuando ya estaba en la puerta, nos despedimos y me dijo:
—Gracias por todo. —Gracias a ti por venir. —¡Ya ves! Si he estado de vacaciones… Voy a echar de menos a los niños. —Y nosotros a ti. Dale un beso a papá de mi parte. —Vale.
Nos besamos. Nos miramos. Silencio. Se pone un poco sentimental, cosa rara en ella, y me suelta:
—Me alegro mucho que, ahora, estemos bien. —Yo, también.
Es cierto. Pasamos una buena época. Nos llamamos de vez en cuando. Voy a visitarla a Barcelona. Ella viene a visitarnos a Marruecos. Pero cada una vive su vida. En su casa y a su manera.
Ya no hay discusiones o si las hay son pequeñas. Fácilmente solucionables. Hace algunos años no era para nada así. Mi adolescencia fue movida. Estaba rebotada. Permanentemente malhumorada. Cuando me enfurecía le pegaba a cualquier cosa que tuviera cerca. Una vez le di un golpe a la puerta de la cocina y la abollé. Me fui de casa no sé cuantas veces. Con mi padre, cuando ellos se separaron. Con mi tía, cuando volvieron a estar juntos. Al cabo de unos días siempre acababa por volver. Normal ¿Dónde cojones iba a ir?
Me llevaron al psicólogo para ver si él podía ayudarme. Nada. Intentaron entonces llevarme al psiquiatra. Peor. En teoría lo tenía todo. Una familia que me quería, amigos con los que divertirme, un novio que me adoraba. Me iba bien en los estudios y en la vida en general. ¿Qué coño me pasaba? Ni yo misma lo sé. Lloraba. Gritaba. Estaba triste. Deprimida. Así eran mis días entonces.
Quizás mi cabreo se debiera a lo que viví aquellos años en casa. Mi particular familia “disfuncional”. Unos padres un tanto excéntricos, una hermana mayor díscola y una hermana pequeña que me hacía sentir fuera de lugar.
Recuerdo una vez, cuando yo ya me había independizado, que fuimos a comer con mi hermana pequeña a un restaurante. Las dos solas. Le pregunté porqué estaba siempre a la defensiva conmigo. Me contestó muy francamente.
—Porque no te soporto.
Me hizo daño. Sobretodo porque sabía que tenía razón. Hay muchas cosas de las que me arrepiento y una de ellas es la relación que tuvimos de pequeñas. Pues a pesar de tener los mismos padres, los señores que la criaron a ella no son los mismos que me criaron a mí. Sí, se llaman del mismo modo, pero sus circunstancias no eran las mismas. Ella era distinta. Yo, también. Y nos trataron de maneras muy diferentes. Quizás por eso, sin darse cuenta, instauraron una distancia entre nosotras que duró hasta la edad adulta. Una década después de mantener esta conversación puedo decir que el tema está resuelto. Es un alivio. Las mochilas pesan. Y las familiares más.
Mi abuelo materno murió enemistado con su hermano. Sus dos únicas hijas, mi madre y mi tía, prácticamente no se hablan. Mi hermana mayor tiene una relación especial, por llamarla de algún modo, con el resto de la familia. Mi tía paterna aguanta como puede el avance lento del alzhéimer de su madre, mi abuela. Una mujer que siempre ha sentido predilección por su hijo varón, mi padre. Quien al mismo tiempo tuvo una infancia difícil. Mi abuelo paterno era un mujeriego. Jugaba. Bebía. Por fugarse con él a mi abuela la desheredaron. Por eso dejaron su tierra y emigraron a Cataluña. Pero de eso no se habla. Nunca. Hay un refrán que dice que los trapos sucios se lavan en casa. En mi casa no se lava nada y está empezando a oler a podrido.
La herencia genética es muy importante. No sabemos cuanto. Todos recreamos las vidas de nuestros ancestros. Generación tras generación repetimos los mismos errores sin parar. Hasta que llega un momento en que, si hay suerte, uno aprende la lección. Sólo entonces es posible avanzar. Curar las cicatrices. No hacernos más daño. Ni a nosotros ni a los demás.
No culpo a mis padres. Tampoco tengo ganas de auto flagelarme. ¿De qué serviría? Lo hicieron lo mejor que pudieron aunque la cagaran muchas veces. Una cosa sí es cierta. Soy lo que soy gracias a ellos. Por como me han educado. A ellos les debo mi carácter y mi manera de ver el mundo. Sin ellos no estaría hoy aquí. Sólo por eso les estoy agradecida.
Hay gente que cree que para perdonar, antes, debes olvidar. Yo pienso, olvídate de olvidar y acéptalo. Desde que he aceptado las cosas tal y como son me siento mejor. Mucho mejor.