A veces nos sentimos abrumados por la cantidad de centenarios o aniversarios de todo tipo que se celebran en el mundo del libro. Olvidamos casi siempre que la industria editorial se ve obligada a utilizar esos molestos ganchos publicitarios para recuperar la obra de escritores a los que los avatares del mercado han relegado a una existencia literaria precaria y remota. Este mismo año, 2012, por ejemplo, ha sido declarado por el Ayuntamiento de Salamanca el Año Unamuno, al mismo tiempo que se celebra el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens, y esto únicamente por citar dos de los grandes. Pero por desventura existen otros escritores cuya memoria pasa totalmente inadvertida. Hace unas semanas se quejaba la escritora Marta Sanz en una columna de El Cultural, de la “mezquindad” con que se celebró el año pasado el centenario del nacimiento del poeta Gabriel Celaya, el cual quedo reducido a unos escasos e intrascendentes actos, pero que ni siquiera sirvió para que el ávido mundo editorial aprovechara el tirón y reeditara sus obras.
(Manuel Estrada)
Interpretación del poema Vientos del pueblo por el estudio de Manuel Estrada
Esta reflexión me recordó el centenario celebrado no hace mucho tiempo, en el 2010, de otro poeta coetáneo a Celaya, Miguel Hernández, pero en el que a diferencia del poeta vasco, se celebró con tanta pompa y fastuosidad que es imposible no recordarlo. Los actos fueron multitudinarios. Se puede decir, si ánimo de exagerar, que prácticamente todos los pueblos de España celebraron al menos un recital poético en su recuerdo. Discos de reconocidos cantautores, una magnífica exposición organizada por la BNE, acompañada de una ilustrativa campaña para el fomento de la lectura de su poesía, en la que colaboraron varias bibliotecas de todo el ámbito nacional y diseñada por Manuel Estrada, la reedición de su obra completa, tanto reunida en dos volúmenes o facsimilar, como en las más variadas ediciones que uno pueda imaginar, sin olvidar la “Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal” destinada a dignificar y rehabilitar la memoria del poeta, que el gobierno estatal de aquel entonces le hizo entrega a los familiares y herederos del poeta. Y me pregunto qué sibilinos intereses se escondían detrás de esta celebración para que todas las instituciones ya sean nacionales, provinciales o locales colaboraran. No creo que el motivo sea únicamente que la calidad literaria de la poesía de Hernández sea superior a la de Celaya, o cualquier otro escritor nacido por esas fechas. Las razones deben ser tantas, tan complejas y tan alejadas de lo meramente literario que supongo que jamás legaré a entenderlas en su inmensidad. Sólo me gustaría saber cómo se siente la nuera del poeta oriholano teniendo ya muy próximo el 2013, fecha en la que los derechos de los autores fallecidos en 1942 pasan a ser de dominio público. ¿Todavía le quedan manuscritos o poemas inéditos con que sorprendernos durante este año?