Revista Opinión

Olvidos y recuerdos

Publicado el 05 enero 2015 por Jcromero

Crisanto Luna pasaba sus días abrazado a la carpeta de un viejo disco mientras conservaba en su frágil memoria recuerdos a los que se aferraba para seguir reconociéndose. Ahora, trata de recordar el nombre de un grupo que tocaba el día que la conoció. Abrazado a la carátula desgastada por tantas abrazos, retenía en la memoria su dulce mirada o el instante en el que ella cerró los ojos al escuchar al saxofonista atacando las primeras notas de un tema de Ben Webster. Tal vez, I Can’t Get Started. 

Recordaba el murmullo del gentío que se congregaba en el local; la pianista y su vestido de flores moradas, rojas y amarillas. Revivía aquel y otros detalles, pero había olvidado el nombre del grupo. Eso le obsesiona porque lo necesitaba para completar el puzle que trataba de completar. Ahora, aunque el tiempo cubierto de olvidos le hacía tener lagunas, recordaba al insolente de turno exigiendo que la pianista cantara algo de Billie Holiday; la concentración de aquel hombretón del contrabajo que parecía ensimismado detrás del diapasón de gruesas cuerdas; el ensimismamiento del saxofonista; el compás cadencioso y sugerente de las escobillas…

A Crisanto Luna se le agolpan los recuerdos mientras sostiene entre sus manos la carpeta de un viejo vinilo adquirido cuando recorrieron muchos kilómetros para asistir a un concierto inolvidable. Doble sesión de buen jazz. El gran trompetista de bata blanca Lester Bowie, recreándolo desde sus orígenes, y un Gerry Mulligan que la hipnotizó. Crisanto murmuraba como si ella aún estuviera a su lado: ¿Recuerdas? Si, aquel señor mayor, alto, elegante, hosco y sublime. ¡Claro que lo recuerdas! Sabes, aún veo aquel gesto refinado y sutil con el que dio paso al grupo. Bastaron dos notas para que la multitud callara y para que tú, conmovida, me abrazaras. Pero, eso sucedió hace tiempo, el día que compramos este disco que ahora tengo aquí, en la mesa donde se apilan recuerdos y olvidos. En su interior, junto a trozos del vinilo, guardo un posavasos de algún garito de los que solíamos frecuentar. Dicen que tú no estás. ¡Qué sabrán ellos!

Abrazado al disco, Crisanto, maldecía el correr de los días porque solían llevarse algún recuerdo. Maldecía hacerse cada vez más viejo y más terco, que el pelo se le cayera mientras le crecían las olvidos y la tristeza porque ella se le presentaba cada día más lejana y difusa.

Ahora, por ejemplo, no recuerda quiénes diablos eran aquellos músicos. Y entre recuerdos, memorias y desmemorias, Crisanto pasa las horas como si estuviera ausente. Entre susurros inconexos habla para una mujer que nadie puede ver. Y sin embargo, él le habla y le dice que no tiene miedo porque aún retiene en las yemas de sus dedos la caricia de su piel, de su pelo, de su rostro. Y que si perdiera el tacto, le dice abrazado al viejo vinilo comprado un día de concierto, tampoco le importaría porque aún recuerda el sonido de su voz. Y si perdiera…

Así pasa los días, reviviendo recuerdos o persiguiendo el nombre de aquellos músicos que no recordaba como narices se llamaban.


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