Texto: Juan Serrano Gandía
A la vez que la Directora de la Revista Vida Natural, Ruth, me proponía un artículo acerca de mi enfoque sobre la patología tumoral, Lluis también contactaba conmigo para todo lo contrario, anunciarme que Susana ya no estaría con nosotros.
Macabra coincidencia y qué contradicción, intentar realizar planteamientos generalistas de lo que de forma particular no se pudo llevar a la práctica. Sin embargo, no podía dar paso a una segunda injusticia: dejar de plantear este mismo enfoque, ya que ha conseguido beneficiar a otros muchos pacientes. La historia de Susana y Lluis ha sido, y será para siempre, la de unas personas que han buscado denodadamente vencer el crecimiento desmedido de una serie de células que en su afán inmortal, paradójicamente dejan al descubierto la “mortalidad” de la persona a la cual dan forma. Excepcional profesional de la música, a la espera de su segundo hijo, una rara incoordinación de movimientos dejó posteriormente al descubierto un tumor cerebral de grado alto.
Lo que vino después es lo habitual, visitas hospitalarias, complejos diagnósticos y agresivos tratamientos que marcarían un lamentable punto de inflexión en sus vidas. A partir de ahí y dado el pobre pronóstico de la evolución de la enfermedad, vendría lo que hace silenciosamente más del 60% de la población: la búsqueda de otras alternativas a las convencionales que pudiesen dar un poco de luz a mucha oscuridad. Buscadores de internet, comentarios de familiares y amigos, preguntas a alguna herbodietética conocida o cercana por aquello que he leído que la graviola o el champiñón del sol son capaces de curar el cáncer. Precisamente, fue esto último lo que hizo que Lluis y Susana hablasen conmigo. Nuestra amiga común, Chelo, propició el encuentro: -Tengo un buen amigo, que se llama Juan y acaba de publicar un libro sobre el cáncer. Quizás él os pueda ayudar.- Recuerdo perfectamente aquella primera visita, Susana asustada y como ajena a la realidad; Lluis, llevaba la voz cantante y era como un “agujero negro” capaz de absorber cualquier información relevante que pudiese ayudar a la mujer de su vida, aunque tuviese que recurrir a la mal denominada “medicina” o mejor dicho “oncología alternativa”.
Precisamente ese fue mi primer acto informativo. Les dejé claro que la estrategia debía ser coherente y eso pasaba por “sumar”. Deberíamos ser capaces de hacer cosas que lejos de cuestionar la terapéutica convencional, fuesen capaz de reforzarla o minimizar los desagradables efectos secundarios que casi con seguridad sufriría Susana. Eso les tranquilizó. Habían leído y oído que en muchas ocasiones se conmina al paciente a abandonar los tratamientos que el oncólogo le plantea y eso en su caso les habría ocasionado una gran contradicción.
Les hablé entonces de que a esa suma, y dada la tendencia que tenemos en etiquetar las cosas, la podríamos denominar “Oncología Integrativa”. Lógicamente las medidas que planteásemos las deberían de comentar con su oncólogo, que probablemente las desecharía. Había que correr ese riesgo. Afortunadamente los oncólogos apenas pusieron problemas pero nunca preguntaron cuál era la propuesta. Mi libro Cáncer un enfoque bio-lógico es en primer lugar un homenaje a mi abuelo. La base del libro es un diálogo con él, a cuenta del cáncer de mama que padece su hija, mi madre.
Durante el mismo y de forma magistral me conduce a pensar y plantear estrategias basadas en el sentido común. Esto da paso a una rigurosa revisión de aquellos principios básicos que hay que poner en práctica una vez nos han diagnosticado de cáncer, convencionales o no, procedan de donde procedan, qué más da. Mi propuesta es un modelo de asistencia oncológica, basada en la evidencia, es decir, en pruebas científicas, que tiene en cuenta todos los niveles del ser y de la experiencia de enfermos, familiares y personal sanitario. Debe representar un paso más en la evolución de la asistencia oncológica, en el sentido de que pueda superar las limitaciones del sistema actual sin perder sus características satisfactorias. A este modelo se le denomina oncología integral o integrativa. De entrada no rechaza los tratamientos convencionales ni acepta los tratamientos alternativos de forma indiscriminada.
La oncología integrativa parte de la premisa conceptual del ser humano como multidimensional. El ser humano es una unidad funcional, por ello, el dualismo cartesiano que originó la división mente cuerpo para el estudio y entendimiento del ser humano queda obsoleto en la era de la comunicación en la que nos encontramos. Somos una unidad bio-psico-social y energética, única e irrepetible. En ella influyen no solamente un elevado número de características biológicas, sino también psicológicas, sociales y esenciales.
Como bien apunta el doctor Joan Vidal-Jové, mi gran maestro y uno de los prologuistas de mi libro, precisamente estas dimensiones son las que entran en juego cuando se trata de dirimir una confrontación vital importante como cuando se padece una enfermedad tan grave como el cáncer.
El cáncer y las dimensiones del ser humano
El cáncer, sin duda alguna, tiene un origen multifactorial. Si somos una unidad bio-psico-social y energética como antes he descrito, entonces nos podríamos preguntar: ¿Cuáles son los porcentajes de “culpa dimensional” en la génesis del cáncer? Es decir, ¿la aparición de un tumor se debe a un mal estilo de vida, a un conflicto emocional, es una fatalidad que no tiene nada que ver con lo uno ni con lo otro?
En este sentido no hay certezas científicas. Bajo mi punto de vista no podemos generalizar. Atendiendo a la unidad dimensional antes descrita probablemente sea un conjunto de variables las que se conjugan dando como resultado la aparición de una determinada neoplasia. Como no hay nada mejor que un buen ejemplo, supongamos que María tiene una mutación en el gen BRCA (en las mujeres, la presencia de una mutación del gen BRCA1 comporta un riesgo de desarrollar cáncer de mama a lo largo de la vida de entre 50 y 85%, en comparación con el riesgo de aproximadamente un 10% existente en la población general). En base a esta mutación, María tendrá una predisposición genética al cáncer de mama, y puede que lo desarrolle, o no, a lo largo de su vida.
El seguimiento de un estilo de vida saludable y el generar una emocionalidad adecuada, con toda probabilidad minimizará el riesgo de desarrollar el cáncer en su glándula mamaria. Pero de repente, María presenta un conflicto emocional que vive en soledad, en cierta manera le atormenta y no lo verbaliza ya que por diversas circunstancias prefiere interiorizarlo, realmente es una sufridora en silencio. A ello se le añade que cambia su estilo de vida, presentando un grado de autointoxicación importante.
Sinceramente no creo que este sea el mejor escenario posible para ella. Metafóricamente, las armas están cargadas (genes), solo se tiene que activar la espoleta (hábitos de vida inadecuados + gestión emocional inadecuada). De la relación hábitos de vida saludable-génesis de cáncer, las estadísticas son contundentes: tal y como estima la OMS, se podrían evitar el 30% (porcentaje mucho mayor según ciertos epidemiólogos), de las muertes producidas por el cáncer con unos hábitos de vida saludables, especialmente en lo concerniente a la alimentación. De este dato surge mi primera pregunta: si la dieta tiene una implicación reconocida en la mortalidad de esta terrible enfermedad, hasta el punto que a la alimentación se le atribuye un 35% de las muertes, ¿se le presta la suficiente atención a este hecho por parte de los oncólogos a las personas afectas de cáncer?
No consiste en decir que hay que mantener una dieta sana y equilibrada, hay que aconsejar qué y cómo. A modo de ejemplo, es un hecho científico constatado que el tumor se alimenta de glucosa y está muy “cómodo” en un terreno anaeróbico (falta de oxígeno), ¿se tiene esto en cuenta a la hora de aconsejar unos determinados hábitos dietéticos?
La segunda parte de la ecuación, probablemente sea mucho más conflictiva. Afirmar con rotundidad que un determinado conflicto emocional genera un cáncer es una insensatez, pero a mi juicio, negar lo contrario lo es igualmente. Es una certeza científica (aunque no se lleve por lo general a la práctica clínica) que cada persona es un ser integral que se desenvuelve dentro de un ambiente, en el que esta unidad funcional mente-cuerpo se sustenta en una compleja red de interacciones psiconeuroinmunoendócrinas donde la estructura mental, el sistema nervioso, el sistema endocrino y el sistema inmunológico se constituyen en un supersistema psicobiológico de administración orgánica, totalmente interrelacionados. De este modo, cualquier persona es una totalidad dimensional imposible de separar, perfectamente ordenada y de carácter jerárquico en la que probablemente predomine la dimensión esencial, donde la influencia de una dimensión resonará en el resto y conjuntamente influirán en el proceso salud-enfermedad y con seguridad también en la génesis del cáncer.
La necesidad de integrar las terapias
Soy un apasionado defensor de integrar y estoy absolutamente convencido de que cualquier enfermo puede mejorar mediante esta estrategia. Otra cuestión es la crítica que desde la oncología convencional se hace, aduciendo la falta de ensayos clínicos aleatorios, controlados y doble ciego en la investigación ligada a este tipo de enfoque terapéutico. Y esta crítica merece una respuesta contundente.
Para muchas sustancias de origen natural estos estudios existen, otra cosa es que no se lean o traten por no formar parte de las revistas o congresos científicos propios de su especialidad. Para otras prometedoras sustancias no existen investigaciones concluyentes, pero eso no quiere decir que no sean útiles, sólo que no están comprobadas. Otro debate es por qué no se proponen más investigaciones al respecto. Lo ideal sería el poder integrar estas prácticas en los servicios de oncología de este país a modo de medicina integrativa, del mismo modo que lo han hecho hospitales de excelencia en Estados Unidos. Se necesitaría lo que en la actualidad parece una utopía: que investigadores y terapeutas establecieran relaciones, de forma que no existan prejuicios previos y todas las cuestiones se pudieran debatir abiertamente y con justicia. Ambas comunidades deben conocer sus respectivas funciones en un proyecto de investigación común, estableciendo relaciones de colaboración, buscando más el diálogo y menos la descalificación. Se requeriría, pues, científicos experimentados y entusiastas, dispuestos a afrontar retos y riesgos personales para incorporarnos a esta disciplina, de tal modo que aquellas prácticas, independientemente de sus raíces históricas o culturales, que se demostrase que son eficaces y seguras se incorporarían, haciéndose más accesibles y se promocionarían, así como las prácticas que resultasen ser inseguras o inefectivas podrían descartarse.
Si no se consigue afrontar este reto, continuaremos con la misma problemática: los pacientes buscarán otros métodos complementarios o alternativos a través del boca-oído, foros de Internet, libros, revistas generalistas, etc., recurriendo en última instancia a consultas privadas de personas que aún dominando una determinada disciplina, sea esta alternativa o convencional, no las integra. El porqué del libro, “Cáncer: un enfoque bio-lógico”. Siempre me ha llamado poderosamente la atención el hecho de que personas con un estadio tumoral avanzado salgan adelante, mientras que otros, en circunstancias mucho menos favorables, no lo hagan. Me niego a justificar esta circunstancia con aspectos meramente estadísticos.
Mi intuición me lleva a pensar que no estamos contemplando con suficiente atención algo que pueda ocurrir en ambos grupos y muy probablemente tenga que ver con “cambios en sus vidas”. Y con esto no quiero ser ambiguo, me refiero a aspectos de carácter orgánico, entiéndase el retomar unos correctos hábitos de vida, como el hecho de gestionar adecuadamente los conflictos emocionales. Así, el libro Cáncer: un enfoque bio-lógico únicamente pretende aplicar la coherencia y dar algún atisbo de esperanza. La historia protagonizada por mi abuelo tiene como único referente no abandonar jamás todo lo que esté bajo el paraguas del sentido común. Es también su intención sugerir a las personas afectadas de cáncer una labor introspectiva, mediante la formulación de preguntas como: ¿Esta enfermedad es fruto del azar?, ¿me querrá decir algo?, ¿he de seguir igual o me debo plantear algún cambio en mi vida? Todo ello alejado de cualquier mínimo atisbo de culpabilidad por parte del enfermo y desde la más absoluta responsabilidad.
Sin un juicio crítico y revisionista que toda ciencia precisa para avanzar con seguridad no conseguiremos los objetivos que necesitamos. Estrechemos el cerco al cáncer sin prejuicios establecidos donde cualquier sustancia o terapia que sume sea bienvenida, proceda de donde proceda. Eso sí, sin olvidar el gran respeto que merece el ser humano.