A lo largo de los años, el mundo del séptimo arte ha sido un constante reguero de talento y genialidad que cada cierto tiempo nos ha regalado cientos de actores, guionistas y directores capaces de emocionar llevando el cine a sitios nunca antes vistos o, simplemente, demostrando el poder de una imagen. Si nos atenemos al campo de la dirección los nombres y apellidos son sobrados: Spielberg, Kubrick, Kurosawa, Billy Wilder, Alfred Hitchcock, Ingmar Bergman, Chaplin, Fritz Lang, Orson Welles, Buñuel, Sica, Mankiewicz…cualquier calificativo sería más que obvio. Pero hoy, tomándo una pequeña licencia, no hablaremos de un solo director. Una de tantas particularidades en la historia del cine es que existen directores geniales, que por diferentes circunstancias solamente se pusieron tras las cámaras una única vez. Desde luego que existirán muchos casos de directores dotados de una teórica capacidad para desempeñar el trabajo de director cuyo trabajo quedó reducido a un ‘single’; pero no van por ahí los tiros, me refiero a esos GRANDES que solo lo fueron una vez, y que sin embargo pasaron a la historia del cine. Aquí van los one hit wonders de la historia del cine, al menos unos cuantos.
Arriba: Robert Mulligan, Wiliam Wyler, George Cukor, Robert Wise, Jean-Claude Carriere y Serge Silverman. Abajo: Billy Wilder, George Stevens, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Rouben Mamoulin.
Porque, ¿qué motivo puede haber, para que después de triunfar como director, no vuelvas a filmar una película? La respuesta a esta pregunta puede ser diversa, pero si indagamos un poco el principal factor, normalmente, ha sido la muerte; no obstante, también hubo quien fue director por circunstancias meramente casuales o logísticas, y tuvieron que ponerse al timón de proyectos en los que un director de renombre se negase a trabajar o bien fuera apartado del rodaje. Porque casos haylos, si no que se lo pregunten a Anthony Quinn y su fugaz labor de dirección tras la renuncia de Cecil B. DeMille en Los Bucaneros, el resultado no fue precisamente sobresaliente… Existe otros casos como el del mítico James Cagney quien en 1957 dirigió Short cut to hell, con discreta transcendencia.
Porque si existe un perfil de director excepcional —en el sentido de excepción— es el de actor reconvertido. Quizás merezca una mención especial uno de los considerados mejores actores de la historia, multipremiado y reconocido en cualquier lugar. Marlon Brando, bastante antes de encarnar a Don Vito, aunque si después de su magistral personaje en On the waterfront, se embarcó allá por 1961 en el rodaje de su primera y última película El rostro impenetrable. Este western atípico y psicológico tuvo en Brando a la persona dispuesta a llevarla a cabo cayera quien cayese. Su recién creada productora se lanzó a plasmar al celuloide una historia de amistad y traición ambientada en el lejano Oeste. Curiosamente, el primer director de la cinta fue un entonces emergente Stanley Kubrick, a quien Brando creyó capaz de dominar a su antojo… claro, tras dos o tres encontronazos Brando simplemente lo echó. Fue entonces cuando el actor y productor decidió que él sería también el director. El resultado final, ante todo pronóstico, fue sorprendente. Marlon Brando no volvió a filmar nunca, pero El rostro impenetrable es hoy un western diferente cuya factura y profundidad fue magistralmente captada por su director, quien entregó la que puede considerarse última gran película sobre el género que copó las pantallas durante los años cincuenta; el western volvería claro, pero nunca con la presencia que tuvo durante aquellos años.
Dentro de la particularidad y la excepcionalidad excepcional, existe una película que atiende al perfil de escritor/guionista reconvertido a director. La obra de la que hablaremos a continuación es tan singular, que el hecho de que su director también lo sea es casi una anécdota. Dalton Trumbo alcanzó gran fama en el año 1939 con una novela antibelicista ambientada en los años de la Primera Guerra Mundial. El entonces escritor fue uno de tantos intelectuales perseguidos en EEUU durante la conocida como ‘caza de brujas’ perpetrada por el senador McCarthy, siendo encarcelado y posteriormente exiliado. Además de su labor literaria, Trumbo fue el guionista de obras tan célebres como Vacaciones en Roma o Espartaco. Muchos años después de aquellos años difíciles, Trumbo, quien había trabajado en el guion de su obra junto a Luis Buñuel—impronta reconocible en el film—, se vio con todos los elementos para realizar la película salvo uno, el director. Johnny cogió su fusil es una de esas películas que marcan debido a la dureza de su temática. La cinta narra la historia de un soldado que en los últimos momentos de la guerra sufre el ataque de una bomba resultando terriblemente herido. No puede ver, ni oír, ni siquiera puede saborear la comida; además ha perdido sus extremidades pero sin embargo, sigue vivo.
El sobresaliente guion hace que las carencias e inexperiencia de Trumbo a la dirección queden suplidas con creces. Más allá del claro mensaje antibelicista de su metraje, Trumbo ahonda en las sombras y falsedades del conocido como sueño americano, además de exponer al espectador una profunda reflexión sobre la eutanasia. Si no habéis visto esta película, hacedlo; pero no esperéis una película complaciente; la reflexión es inevitable ante tan necesaria obra.
Hasta el momento, los directores citados lo fueron por distintas circunstancias y de manera casual. Pero al principio me he referido a la muerte como principal causa de direcciones aisladas. Tristemente, la vida —y su finitud, sea como fuere— nos ha impedido ver hasta dónde habrían llegado no pocos directores que por suerte tuvieron tiempo para dejar muestra de su buen hacer. Aunque trabajaron en más de un proyecto sería injusto no recordar cineastas que tuvieron una fugaz filmografía y murieron jóvenes como Jean Vigo o F. W. Murnau, indispensables para la historia del cine.
En los últimos tiempos hemos tenido que lamentar la muerte de dos personas del mundo del cine que nos han deslumbrado, cada uno a su manera, y que lamentablemente entran dentro del grupo de directores de una sola película. Del primer nombre no tengo opinión, porque su primera y única película tras las cámaras aún no ha sido estrenada en España pese a ser de 2010, pero el nombre de Philip Seymour Hoffman no será desconocido a casi nadie. El gran actor tuvo tiempo de dirigir Una cita para el verano que se estrenará en las próximas semanas y sea mejor o peor, será su legado tras una cámara.
El segundo nombre quizás sea más desconocido, pero su única película le llevo a ganar el Oscar al mejor documental y a la fama mundial. Searching for Sugar Man bien podría ser una película fantástica de superación, la cual sería difícilmente creíble. Esto fue lo que pensé cuando como tantas miles de personas, quedé absolutamente deslumbrado por la historia de Sixto Rodriguez, un cantautor maldito de los años sesenta. El joven director sueco Malik Bendjelloul vivió su particular odisea para llevar a cabo su única película, cuyos problemas de financiación le llevaron a un viaje tanto o más increíble que el de Rodriguez. Sin embargo, el éxito y la fama no fueron suficientes para Bendjelloul; el joven director nos dejó ante la sorpresa de tantos. Sin embargo, Searching for Sugar Man le aseguró la inmortalidad. Si no la has visto y nadie te ha destripado la historia de Sixto Rodriguez—cosa difícil—, simplemente hazlo. No busques críticas ni información, te diría que ni siquiera escuches su música antes de ver la película, la recompensa bien vale la pena.
A estas alturas, más de uno debe estar esperando la que quizás sea la más famosa y sobresaliente película realizada por un director que lo fue solo una vez. La película no puede ser otra que La noche del cazador dirigida por Charles Laughton. La memoria y el reconocimiento de los grandes actores de la historia a veces es bastante sesgado y parcial; es raro que en una lista de los mejores falte Tom Hanks o de Niro, grandes intérpretes como lo son Brando o Paul Newman quienes tampoco suelen faltar. Luego están los grandes olvidados como pueden ser Lawrence Olivier, James Stewart o Gregory Peck, auténticos mitos del celuloide. Pero si vamos más allá un nombre que pese a su talento nunca suele ser recordado es el de Charles Laughton, actor que destacó tanto en teatro como en cine, donde trabajo con algunos de los grandes directores como Jean Renoir, Alfred Hitchcock, Billy Wilder, Stanley Kubrick, Otto Preminger o David Lean.
Pese a su estrecha relación con el mundo del cine no fue hasta 1955, ya en plena madurez artística, cuando Laughton dirigió su primera y a la postre única película. La noche del cazador constituye una de las más altas cotas del cine norteamericano. Robert Mitchum protagoniza esta alta cota cinematográfica enmarcada dentro del cine negro, donde el poderío de la historia se ve acrecentado por el gran trabajo de Charles Laughton tras las cámaras. Las múltiples influencias que recoge el director alcanzan algunos momentos inolvidables que son pura historia del cine. Paradójicamente, la obra tuvo un éxito bastante moderado en su estreno, y Charles Laughton no volvería a dirigir nunca. Como actor tuvo tiempo de interpretar algunos de sus personajes más memorables antes de morir pocos años después. A pesar de no aparecer en él, es probable que La noche del cazador sea su trabajo más reconocible. Tal es el peso que tiene tan mayúscula obra.
Estos no son todos, seguro que existen grandes cineastas que por las circunstancias que fueran no pudieron desarrollar su carrera más allá de su debut; los habrá que incluso no llegaron a filmar pese a su talento y genio, incluso los que ni tan siquiera se lo plantearon. Son muchas las casualidades que deben cumplirse para que una persona talentosa llegue a poder filmar una película, aunque sólo sea una vez. Conseguirlo y pasar a la historia, es un maravilloso milagro; después de todo, «le cinema régne».