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* operación bonelli 1

Publicado el 09 septiembre 2010 por Chinopaper

1. el atentado

“Métanse la guita en el orto. No lo devolvemos un carajo!”. La escueta y concreta respuesta fue un signo de alerta. La facción más dura y beligerante de la organización terrorista “Little People” no estaba jugando. Los investigadores y negociadores del holding no tenían ni un palmo de terreno firme para avanzar con el rescate. Estaban ante una situación anticipada mil veces, que ninguno de ellos, sea por desidia, desinterés o simplemente por la bien conocida combinación de inoperancia e incapacidad que los caracterizaba, había sabido prever.

Tres días antes, durante la transmisión en vivo del mamarracho matinal, y ante la mirada incrédula de tres millones de televidentes, se ejecutó el terrible y escalofriante operativo terrorista. M.B, uno de los más ilustres y afamados alarmistas sociales del país, fue secuestrado con precisión de relojería suiza. Primero estalló la bomba de humo, y cobijadas en la niebla espesa y lacrimógena surgieron, raudas como relámpagos, cuatro pequeñas siluetas; inmovilizaron al infame en cuestión de segundos, lo sujetaron por los miembros y desaparecieron en una corta, velocísima, y sincronizada carrera. Enanos. Pánico. Caos. El miedo medular de la sociedad entera asestaba su golpe maestro al corazón de su enemigo. No sólo desafiaron la proscripción apareciendo, o casi, en público, sino que con un gigantesco pito catalán dejaron acéfala a la opinión pública. La ciudadanía no tendría ya quien los guíe, y tendría que aventurarse a pensar, reflexionar y decidir por sí misma. El horror, el horror.

2. los antecedentes

El acto de venganza extremo pergeñado por los pequeños no fue improvisado ni fruto de un impulso malévolo, muy al contrario. El origen de semejante atropello tuvo su raíz un año atrás, en el momento en que el gobierno de la ciudad comenzó a trabajar en las sombras edificando lo que luego terminó en una fanática proscripcion a los enanos. El inoperante Jefe de Gobierno de la Ciudad, no sabiendo ya que más prohibir o perseguir, se ensañó vilmente con la gente pequeña pensando que de esa forma relanzaría su carrera política de cara a las próximas elecciones. Primero llegaron los nuevos edictos y contravenciones como punta de lanza tanteando la aceptación popular. Más tarde se efectuó un censo barrial enanístico, dejando asentado la locación, datos personales y ocupación de todos y cada uno de los bajitos. Después se les prohibió circular libremente sin la compañía de una persona de estatura normal (también reglamentada y legislada en un metro cincuenta de mínima para las mujeres y un metro sesenta para los hombres), se destinaron horarios de tránsito específicos para evitar que molestaran y ocuparan espacio (poco) en los transportes públicos, estaba vedada la venta de bebidas alcohólicas y cigarrillos para personas de baja estatura, desaparecieron las publicidades en tv y vía pública que utilizaban enanitos como simpática estrategia de marketing y se impuso la moda del “villano enano” en los programas para pre adolescentes con mayor rating; no contentos con todo esto la oleada de persecución continuó sin límites: los comercios textiles fueron obligados a dejar de vender talles chicos, los cordones de las veredas fueron elevados diez centímetros en los barrios céntricos, se eliminaron por completo los espectáculos circenses y se montó una falsa campaña en contra del flagelo de los “petichorros”, brigadas delictivas integradas por enanos que asolaban a los transeúntes desprevenidos de Recoleta, por supuesto, un invento canallesco.

Desde la pantalla, y bien acomodado tras la impunidad de un escritorio de utilería, M.B arengaba, apoyaba y justificaba semejantes acciones. Manipular a la población desde un medio de comunicación es una pavada, decían los expertos del holding, y tenían razón. Prontamente la ciudad aceptó como ganado los enunciados y comenzó a sospechar de los bajitos, después a mirarlos con cara rara, y, como si hubiera sido un mandato natural que nunca se hubiera percibido hasta entonces y que fuera imperioso obedecer a partir de ese momento, empezó a repeler a los enanos más allá de sus límites. La Capital Federal dejó de ser una ciudad “midget friendly” y abandonó a la comunidad de los pequeños a su propia suerte. “Bienvenido! Nuestra Ciudad está libre de aftosa y de enanos, disfrútela!”, así rezaban los enormes carteles en los principales accesos a la capital, sobre autopistas, peajes y colectoras. Todos contentos y todo el mundo feliz. Pero no sabían con quiénes se estaban metiendo.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

¡NO SE PIERDA EL MAGNÁNIMO DESENLACE EN NUESTRA PRÓXIMA ENTREGA!


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