Por Emanuele Pierobon
La razón principal de estas notas
es animar un debate público sobre un posible opción para desbloquear la
situación de la denominada Operación urbanística Mahou-Calderón,
recientemente mermada en sus planteamientos por la sentencia del TSJM (abril
2015) que prohíbe la construcción de edificaciones con altura superior a las cuatro
plantas.
Los sorprendentes resultados de
las elecciones municipales de mayo 2015 podrían hacer que las grandes
operaciones urbanísticas pendientes en la ciudad sean reconsideradas desde
perspectivas inéditas, razón por la que preocupaciones que subyacen este
artículo podrían volverse totalmente fútiles, y ojalá así sea. Mientras tanto,
en el supuesto de que las cosas siguan así cómo se plantearon, me atrevo a lanzar
igualmente la propuesta fundamental que me induce a escribir.
Se trata de lo siguiente: propongo
que se replantee la prevista demolición
del estadio Calderón, justificada por la construcción de unas torres que ya
no podrán ser, para sustituirla por una operación ambiciosa de reciclaje arquitectónico a gran escala de la infraestructura, que
permita alojar en la misma nuevos usos y funciones.
Dicho lo cual, doy un paso atrás,
para dar una referencia del enfoque en el que esta propuesta pretende enmarcarse,
y para hacer a la vez un importante matiz: estoy muy poco interesado en el
debate estrictamente urbanístico, razón por la que no entraré a analizar aquí los
entresijos de la legislación vigente y sus consecuencias sobre la Operación Mahou-Calderon. Lo que sí me
interesa es el posible, y a mi juicio necesario, debate
urbano, que propongo entender simplemente en estos términos:
¿Con qué argumentos defendemos
una determinada hipótesis de transformación de una parte relevante de la ciudad?,
¿Cuáles son los beneficios colectivos que esa transformación con toda
probabilidad va a generar? Y, ¿cómo se relacionan con los paradigmas
inevitables de la sostenibilidad y viabilidad económica, social y
medioambiental? O, dicho de otra manera: ¿qué sentido tiene hacer lo que se
propone hacer en términos de creación de
bienes colectivos?
Me he planteado estas preguntas
para intentar entender el proyecto desde la perspectiva que yo considero más legítima,
la del bien público, pero no he llegado a respuestas satisfactorias. Toda la información publicada que pude
analizar sobre la Operación Manzanares
ofrece argumentos que parecen más basados en mitos, suposiciones o en
estereotipos que en análisis concretos. Me refiero por ejemplo al hecho de
que los usos planteados por el proyecto, que son principalmente el residencial,
y secundariamente el comercial y terciario, no parecen ser el reflejo de una
demanda objetiva que se haya diagnosticado cómo insatisfecha dentro de la
almendra central. Los datos disponibles apuntarían justo a lo contrario: dentro de este ámbito
parecen sobrar tanto viviendas, como comercios y oficinas. Un simple paseo por
Madrid podría hacernos llegar empíricamente a la misma conclusión.
En términos más generales, la
operación es justificada y celebrada aludiendo a la idea tacita de que todo
desarrollo urbanístico (o meramente inmobiliario) acarrea de por si un
desarrollo a más niveles del entorno en el que se inscribe, cuando en realidad
queda demostrado, especialmente en España, todo lo contrario. Valga para ello
el ejemplo dramático de las numerosas áreas de la costa mediterránea sometidas
a un desarrollo urbanístico-inmobiliario desmedido, que ha sido responsable no
sólo de la destrucción de paisajes y ecosistemas naturales, sino también de un
radical empobrecimiento de los tejidos sociales y culturales, hecho este que la
crisis por fin ha vuelto evidente.
Entonces, si no existe una
demanda inmobiliaria objetiva que justifique la envergadura de la actuación,
quedan por explorar otras posibles razones, lo cual tampoco quiere ser el
objetivo de este artículo, aunque se pueda aludir a algunas intuiciones al
respecto. Lo que no parece poderse juzgar de intuición es el hecho de que, a
estas alturas del debate sobre la sostenibilidad, y dentro de una coyuntura
económica que sigue siendo de crisis, la
opción de la destrucción frente a la recuperación debería ver drásticamente
limitado su campo de empleabilidad.
En 2011 noticias de prensa
cifraban en unos 12 millones de euros el coste de la mera demolición del
estadio, excluyendo por tanto del cálculo el traslado de lo derribado. Parecería
ser este un coste-oportunidad suficientemente alto cómo para replantearse el
esfuerzo, sobre todo a la vista de la reciente frustración de la estrategia
inmobiliaria motor de la operación.
Demoler un estadio de la
envergadura del Vicente Calderón significa, a mí entender de profano, acometer
un esfuerzo gigantesco para un modesto resultado, siempre obviamente en
términos de creación de bien público. Por otro lado, no consta que el estadio deba
demolerse por problemas estructurales, de modo que no se trata de una infraestructura
obsoleta que pueda constituir un riesgo.
Más riesgos, también para la
salud, podría acarrear los propios trabajos de demolición, que cabe suponer se
prolongarían en el tiempo ocasionando polvo, ruido, empeoramiento de las
condiciones de movilidad, etc. Así que la pregunta surge cómo una consecuencia
lógica de todas estas observaciones que creo pertinentes: ¿por qué no plantearse
la recuperación y reconversión del inmueble en lugar de su demolición?
Esta perspectiva de reciclaje
arquitectónico se me antoja cómo una alternativa preferible por lo menos
por tres razones eminentemente prácticas: el ahorro económico que supone la
no demolición, el beneficio medioambiental de la no generación masiva de
residuos, sobre todo en concepto de escombros, y por último la ventaja
funcional del no tener que interferir con la movilidad en un punto muy
sensible, ya que se evitaría el trasiego de medios pesados para el traslado de
la ingente cantidad de escombros generados.
Pero, aún más importante es
destacar los que podrían ser los efectos positivos a largo plazo de un
planteamiento volcado con el reciclaje en alternativa a la demolición. El reto de tener que reinventarse un estadio
para convertirlo en una arquitectura apta para otros usos no ocurre todos los
días, lo cual significa que hay que poner
las cabezas a trabajar sobre una tarea bastante inédita.
Ello podría ser el revulsivo para
la activación de un contexto de investigación, experimentación y posiblemente
de innovación, que también puede leerse
cómo inversión en el software, o en
el tanto pregonado (y tan poco implementado…) I+D+i. Ya sólo con reinvertir una parte de los costes
de demolición mencionados arriba, se podrían financiar un buen número de becas
de investigación vinculadas al proyecto de reciclaje, así como el lanzamiento
de un concurso internacional de arquitectura para asomar la iniciativa a un
contexto más amplio.
Por otro lado, la no demolición
del inmueble podría también representar un punto de reencuentro con las partes
más indignadas de todo este proceso. Cabe de hecho recordar que la sentencia
que ha bloqueado el proyecto urbanístico ha sido la última derivada de un
recurso interpuesto por una asociación de forofos del Atlético de Madrid. El
hecho de plantearse ahora el mantenimiento del edificio, aunque ya no su uso futbolero,
sería por lo menos un guiño a favor de quienes pelearon entre otras cosas para
la defensa del Calderón cómo hito de la
memoria y del paisaje futbolero.
En relación al tema del reciclaje
de una infraestructura para el deporte y el espectáculo para otros usos, quiero
mencionar la existencia de un precedente ilustre que, salvando las enormes distancias
temporales, artísticas y de contexto, invito aquí a tomar cómo metáfora
(arriesgada…) de la idea que defiendo. Me estoy refiriendo al Teatro Marcello
de Roma, un edificio surgido cómo teatro bajo el dominio del emperador romano Augusto,
y posteriormente reciclado a usos residenciales en la edad media. Un reciclaje
que con toda probabilidad no surgió de un capricho, sino de la necesidad de
optimizar recursos en una época de estrecheces.
Personalmente, considero que a
pesar de los proclamas de «inminente salida
de la crisis» que hacen algunos, las estrecheces todavía nos atañen, y para
rato. Pero veo en esto también una «virtud»:
el tener que trabajar con condicionantes
y limitaciones puede ser la premisa de una mayor creatividad, y por tanto de
una capacidad de innovación.
Esta posibilidad de creatividad y
de innovación a la que aludo debería ser el argumento principal para que las
partes implicadas en la operación Maohu-Calderón se replanteasen (por lo menos)
la demolición del Calderón, por si los argumentos de la eficiencia y de la
sostenibilidad no resultaran suficientemente seductores a sus ojos.
Además, a modo de inciso me
atrevo a decir que, posiblemente, en los
últimos años la arquitectura pública en Madrid ha acertado más cuando se ha
medido con el reto de la recuperación/reciclaje frente a la opción de la
obra nueva (buen ejemplo de ello son, en mi modesta opinión de usuario, el
Matadero, la biblioteca Joaquín Leguina, la Casa Encendida, así como muchos
centros culturales y deportivos cómo el Centro Dotacional Integrado de
Arganzuela o el Centro Deportivo
Municipal Daoiz y Velarde, por hablar de los que más frecuento).
Para concluir, y volviendo a mi
planeamiento inicial de lectura de las operaciones urbanas en clave de construcción de bienes públicos, propongo ver
en la asunción colectiva de nuevos retos (cómo el reciclaje de un estadio…) una
opción de creación de bien público
por todo el conocimiento que puede ser movilizado.
Entonces, no se trata en este
caso de poner en tela de juicio las legítimas aspiraciones económicas de los
inversores, sino de hacerlas más legítimas precisamente por procurar
enmarcarlas en un escenario de máxima
creación de bienes públicos. Bienes que, bajo esa perspectiva, ya no serían
«simplemente» el parque público, la guardería, la biblioteca…es decir, una
serie de objetos y espacios que emergerían cómo resultado de la negociación urbanística
y de las correspondientes cesiones de suelo. Los bienes públicos que la
operación podría generar bajo estas premisas tendrían que ver también, o sobre
todo, con el conocimiento a producir, con los procesos de intercambio,
participación y aprendizaje, con la generación de una demanda de nuevos saberes
a ser producidos, poniendo a trabajar más las cabezas pensantes que las obtusas
excavadoras.
Emanuele Pierobon es Doctor Urbanista por la Universidad de Arquitectura de Venecia (IUAV), reside en Madrid desde el año 2003. Trabaja en el campo del urbanismo y de la ordenación territorial. Entre 2010 y 2013 ha sido también profesor de Ordenación Urbana en la Universidad Europea de Madrid.
Créditos de las imágenes:
Imagen 1: Infografía de la Operación Mahou-Calderón (fuente: http://www.elmundo.es)
Imagen 2: Vista aérea del estadio Vicente Calderón (fuente: nuevoestadioatleti.blogspot.com.es)
Imagen 3: Vista del teatro Marcello de Roma (fuente: Wikipedia)
Revista Arquitectura
Operación Mahou-Calderón: de la destrucción creativa al reciclaje urbano innovador
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