Me permito una opinión…Mi opinión…. la única que me puedo permitir porque es la única sobre la que soy rsponsable.
Leo… leo.. .y sigo leyendo.
Escucho…escucho… y sigo escuchando.
Veo…veo… y sigo viendo.
Donde quiera (y en todos los modos posibles de expresarlas) veo crecer selvas de opiniones que son lanzadas al aire como verdades inapelables, y lo que es aún peor… que son CREIDAS por quienes las emiten como VERDADES INAPELABLES.
Pocas (ninguna?) veces nos detenemos un instante a pensar en qué se basa esto que estamos por decir, o que estamos por creer…o que hemos creído toda nuestra vida.
Opinar viene del latín “opinio” que se puede traducir como juicio personal. ( a diferencia de un juicio por consenso o un juicio en sentido jurídico) y que a si vez viene de la raíz “òp –tô” que tiene relación con elegir con la mirada (a diferencia de “oc –ulus” que es simplemente “ojo”). Y elegimos con la mirada de acuerdo a lo que habita en nuestra mente y está validado por alguna aparente razón que le concedemos.
Así que redondeando sería algo así como:
Exponer le propio “punto de vista” en torno a algo que nos llama la atención y relacionado con aquello que ya tenemos en nuestras mentes.
No pretendo explayarme en esa reflexión sobre le peligro de confundir opiniones con verdades, no porque no creo que valga la pena (ya llegará el momento) sino porque hay algo en esto de “OPINAR” que perdemos de vista y que es muy importante al momento de declararnos lideres de nuestras emociones y de preguntarnos porqué somos tan sensibles a la “toxicidad” ajena.
Somos energía, por tanto todo lo que nos compete y aquello en lo que nos involucramos lleva, en parte mayor o menor nuestra impronta energética. Esa impronta es no sólo una firma que nos identifica en el universo energético sino la punta del hilo de Ariadna que conduce hacia nosotros, un signo señal que devela nuestro “paradero” y nuestro “código de acceso”
Es decir que, en tanto tan estrictamente personal, cada vez que emito una opinión estoy dando algo de mi misma, que no sólo estoy ejerciendo el derecho a hacer conmigo misma lo que me parece mejor, sino que estoy honrando a mi interlocutor, porque lo valido, lo legitimo al punto de creer que merece que ponga en mi intercambio con él una parte de mi ser, de mi energía, lo que al mismo tiempo genera reacciones y vulnerabilidades en ambos sentidos…es decir que nos comparte.
Cuando opino me abro al mundo de las posibilidades.
Si la apertura es honesta y no tiene fines mal intencionados, puede conllevar una transformación en mi ser, en tanto mi interlocutor abra su propio ser y me demuestre que hay otros puntos de vista (opiniones) que son igualmente válidos y entonces yo decida revisar lo míos.
Y, si mis intenciones buscan intervenir negativamente en los otros, cuando opino abro también mi ser y lo expongo a la mirada sagaz de mis posibles interlocutores, a muchos que tendrán una escucha fina y/o entrenada, que verán dentro de mi y me valdrá la vergüenza pública porque soy des-cubierta y mal- decida (mis intenciones ya no me pertenecerán, ni estarán ocultas, y se “dirá mal” sobre mí).
“CUANDO JUAN HABLA DE PEDRO…HABLA MÁS DE JUAN QUE DE PEDRO”
Un epistemólogo y biólogo altamente reconocido, llamado Humberto Maturana sostiene la necesidad de “reconocer al otro como un legítimo otro” al momento de fundar redes conversacionales efectivas.
Así, cuando le doy mi opinión al alguien lo valido como interlocutor, le digo (antes incluso de decirle lo que voy a decirle, que puede ser acertado o no) que lo considero valioso y digno, al punto de abrir mi ser personal ante él y exponerme de algún modo, al punto de dejarle compartir mi huella energética y así dejarle “encontrarme”.
Y yo para qué digo esto?
Supongo que es vicio profesional, que la coach que me habita lee en ls redes sociales o ve en el mundo ciertas cosas y opina (desde su observación y no desde la verdad absoluta así que puedo estar equivocada) que muchas veces se sale a validar indiscriminadamente, sin detenerse un segundo a pensar que tan válido en verdad es aquello o aquel a quien jerarquizamos (elevamos a la jerarquía de “genuino”) con nuestra opinión.
Y claro que entiendo el concepto de charla, de intercambio por el intercambio mismo, esta opinión que estoy expresando se refiere más bien al intercambio que se vuelve nocivo, daña, envenena, nos hace sentir impotentes ante opiniones que nos conmueven, nos vulneran, o nos hacen sentir dañados o atacados por respuestas y reacciones que nuestras palabras han estimulado en el otro.
“Y es cierto que uno dice lo que dice y el otro escucha lo que escucha” pero si no “reaccionamos” opinando indiscriminadamente , si nos detenemos unos segundos a pensar para qué voy a decir lo que estoy por decir, que valor le agrega ala mundo? Qué valor me agrega a mi? Lideramos nuestras emociones, nuestro estar siendo en le mundo y de algún modo tomamos la responsabilidad de lo que decimos más allá de lo que el otro podría escuchar.
Porque cada elección, (como la elección de opinar) lleva en si misma la elección de sus consecuencias, previsibles o no. Entonces, si antes de tomar la elección, sabemos honestamente que hay un ”para qué” que juzgamos valioso, que con el corazón creemos que aquello que estamos por decir tiene el potencial de construir y construirme , las consecuencias serán recibidas con aceptación y alegría , porque nos encontrarán como seres 100% responsables de nosotros mismos.
Lo opuesto de una opinión es una certeza :
(aunque a veces colapsamos los términos y asumimos que – como yo lo opino se convierte en una verdad “per se”-)
La certeza está afuera, es comprobable, estéril, impersonal irrefutable y no valida nada, simplemente describe.
La opinión, (vuelvo a decir, válida o no, no es el punto) me habita, nace en mi, se gesta en lo más intimo de mi (lo mejor o lo peor) y se comparte al mundo compartiéndome en el mismo acto.
Compartir…“partirse con”.
No sé si todas veces que alguien nos pide su opinión (por las buenas o por la provocación) se merece el don de que nos compartamos con él/ella y un minuto de reflexión al respecto nos permitiría definir si queremos o no validarlo como un legítimo otro a nuestro criterio (legitimo ES en sí mismo, claro, me refiero a su legitimidad en “nuestro mundo”).
Un antiguo proverbio árabe dice:
“Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio
no lo vayas a decir”
Y muchas veces se lo lee como una invitación a no hablar de más, simplemente.
Pero va más allá, es una genuina invitación a no abrirnos de más, a silenciarnos un segundo y ver si esta apertura personal que estamos por hacer es en verdad más valiosa que el poder de pertenecernos en silencio.
Claro que también toca “re- ver” para que no decimos lo que no decimos, o para que reaccionamos frente a lo que escuchamos:
Será quizás porque no nos animamos a dejarnos transformar y enriquecer por la presencia del otro interactuando en nuestras vidas?
Será quizás porque algunos tengamos “miedo” a crecer por aceptar alguna vez un error que nos permita mejorar en la vida?
Cada uno de nosotros sabrá… lo importante es obrar en conciencia, sabiendo para qué hago lo que hago, en la palabra y en el silencio, en la acción y la quietud.
Soberanos legítimos de nuestro Ser y Hacer y por tanto únicos responsables de sus consecuencias, porque cada opinión es una energía que brindamos, una atención, un don… o una oportunidad para victimizarnos con el vampirismo energético de los otros, como si el poder en verdad habitase en ellos.