Europa es un largo compendio de nombres propios y fechas. Y como Europa, (y el Occidente asiático y el norte Mediterráneo de Africa) han monopolizado buena parte de la historia que se enseña en escuelas y universidades, nombres como los de Alejandro Magno, Einstein, Julio César, Aristóteles, Newton, Ramses II, Hitler, Pitágoras o Napoleón son los ladrillos sobre los que construimos nuestra identidad como civilización.
Por decirlo de otra manera: historia son ellos.
Y, sin embargo, esta percepción tan egocéntrica que imponemos los occidentales es pobre en matices, falsaria a menudo e injusta la más de las veces. Aunque parezca mentira, hay historia más allá de Occidente; la civilización se ha forjado a menudo sobre avances descubiertos a miles de kilómetros de Grecia o Egipto.
De tanto mirarnos al ombligo, los occidentales apenas si alzamos la cabeza, y tenemos una perspectiva muy estrecha, paupérrima incluso, del devenir humano. Si yo les digo que a inicios del siglo XVIII el Producto Interior Bruto de China o la India era superior al de Inglaterra o Francia, seguro que les costará creerlo. Pero es así. Francia, por ejemplo, dependía sobremanera de los recursos provenientes de sus colonias de ultramar; buena parte de la riqueza gala germinaba en las (entonces) fértiles tierras de Haití. Chuparon de sus ubres hasta dejar exhausta la tierra; cuando se fueron, dejaron tras de sí un lodazal. Sucedió por todas partes, y pocas naciones pueden escapar del oprobio que representa el fenómeno de la colonización. (Tampoco España, dicho sea de paso.)
Europa es un largo compendio de nombres propios, he dicho. De gestas o descubrimientos con nombre y apellido. ¿Teorema? de Pitágoras. ¿Código? napoleónico o de Hanurabi. ¿Escuela? socrática. Incluso ¿amor? platónico. ¡Tantos nombres ilustres! ¡Qué suerte tenemos los europeos! ¿No se han parado a pensarlo? Prácticamente toda la música que se estudia en conservatorios de todo el mundo tiene un mismo origen. Virtuosos de Japón, China o Venezuela tienen como referentes a Schubert, Mozart o Mahler. Se aprende a pintar sobre la herencia de Rembrandt, Velázquez, Durero o Miguel Ángel. También Van Gogh o Picasso. Europeos todos ellos.
Todo reduccionismo conduce al absurdo, pero espero que se me entienda. ¿Conocen el nombre de algún artista, inventor, científico o estadista de los últimos tres milenios que no sea europeo? Sí, por supuesto. Pero si los situamos en una balanza, el peso de Europa resulta insoportable. ¿Por qué? ¿Acaso los europeos somos mejores? ¿Más inteligentes?
Hace meses expliqué en este artículo las razones por las que el continente de Eurasia presenta ventajas geoestratégicas sobre el resto del mundo:
http://elblogdetradux.blogspot.com.es/2011/02/libro-recomendado-armas-germenes-y.html
Para poder responder a la pregunta "por qué Europa colonizó América, y no al revés", nos adentrábamos de la mano de Diamond en un entramado de razones geológicas, climáticas o epidemiológicas que cobraban sentido vistas en conjunto, ofreciendo un puñado de explicaciones aparentemente sencillas, pero de una belleza lógica apabullante. En definitiva: los euroasiáticos no fuimos ni somos mejores; estábamos en el mejor sitio posible. Lo entenderá leyendo el artículo que adjunto más arriba.
Pero, entonces. ¿Cómo se explica esta diferencia entre el Oriente asiático y el Occidente europeo? ¿Acaso no habitamos la misma franja de tierra, Eurasia? ¿Por qué no han trascendido - a nivel planetario - los nombres de los grandes inventores, artistas o estadistas del Oriente? Todos sabemos que Gutenberg inventó la imprenta; pero también sabemos que los chinos utilizaban la impresión con tipos móviles muchos años antes. ¿Por qué no conocemos con seguridad el nombre de su inventor? ¿Quién inventó el papel? ¿Quién la brújula o la pólvora? ¿Por qué la historia de Oriente es una historia de grandes hombres (y mujeres) anónimos? Los nombres que nos llegan son los de grandes sabios, pensadores como Confucio, Buda o Lao Tse, maestros todos en cuestiones morales.
En Oriente el individuo se somete a la sociedad, y regula su comportamiento sobre la base de condicionantes morales fuertemente jerarquizados y rígidos hasta el exceso. En China, un comerciante, alguien emprendedor que buscara beneficios, ocupaba la escala más baja del estamento social. Actuaban para su beneficio, y eso estaba mal visto. Sin embargo, el más humilde campesino, que llevaba una vida modélica, tranquila y acorde a la tradición, respetuoso con los mayores, generoso y humilde, era un paradigma de pureza. Era un ejemplo a seguir.
Ya que de China hablamos, utilicemos una antigua leyenda (China) para explicar esta sumisión del individuo al bien común:
"En aquel tiempo, un discípulo preguntó a su Maestro:
¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?
El Maestro le respondió: es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias.
Ven, te mostraré el infierno.
Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles.
Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré el cielo.
Entraron en otra habitación, idéntica a la primera; con la olla de arroz, el grupo de gente, las mismas cucharas largas pero, allí, todos estaban felices y alimentados.
No comprendo dijo el discípulo ¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación si todo es lo mismo?
El Maestro sonrió. Ah... ¿no te has dado cuenta? Como las cucharas tienen los mangos largos, no permitiéndoles llevar la comida a su propia boca, aquí han aprendido a alimentarse unos a otros."
Precioso. ¿No es cierto?
Les propongo algo; situémonos en el año 1.000 de nuestra era.
En la afamada Europa poco queda del esplendor clásico de Roma o Grecia. Vivimos en una Europa feudal, disgregada en condados, ducados y reinos, con disputas frecuentes y una calidad de vida espantosa. Alguien de 40 años podía considerarse un anciano, y la hambruna o las epidemias eran algo habitual. Es cierto que, si observamos con atención, podemos ver indicios del nacimiento de la burguesía, de incipientes universidades y de un avance en el arte arquitectónico que se afianza en el románico y adquiere todo su esplendor en el gótico. Es difícil pensar en la Edad Media como una época de sólo oscuridad cuando en su seno se levantaron catedrales como la de Chartres, la abadía de Westminster o la de Colonia, posiblemente los máximos exponentes de la capacidad tecnológica humana puesta al servicio de la belleza y la armonía.
Pero el pueblo es analfabeto, no dispone de elementos de ocio, la higiene es casi inexistente y, en general, la vida es miserable.
Pues bien, en esa misma época, en China, un joven se levanta temprano para asistir a un examen.
Lleva años preparando oposiciones al cuerpo de funcionarios del Estado.
Nos situamos durante la dinastía Song (960-1279), un momento de grandes avances, en el que hay un crecimiento demográfico sorprendente: China está próxima a superar los 100 millones de habitantes.
Los gobernantes de esta dinastía decidieron concentrar sus esfuerzos en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, y decidieron cambiar las conquistas territoriales por los tratados de paz, los gobernantes militares por un cuerpo de funcionarios civiles elegidos por el gobierno central por medio de pruebas de libre acceso (vetadas, eso sí, a las mujeres).
Esta apuesta por la paz y la prosperidad dio pronto sus frutos. Surgieron inventos como la brújula, los molinos de viento, el papel, la pólvora, el papel moneda, la imprenta... En las ciudades se vive una atmósfera de entretenimiento, de pasión por el saber y por el arte. Ya sea abandonando una fiesta pública, como saliendo achispados de un club privado, la población deambula entretenida mientras la noche se ilumina por miles de farolas de colores. Hay miles de personas participando de esta fiesta de cultura y civilización, en animados barrios de espectáculos.
Se crean nuevos géneros teatrales, como el zhugongdiao o el zaju. Es una época de máscaras y colores. En la capital hay más de 50 teatros (la ciudad supera los 500.000 habitantes), algunos con un aforo de miles de espectadores. A los teatros acuden tanto hombres como mujeres, gente opulenta y humildes artesanos. Mientras tanto, en Europa, incluso lo nobles, la mayoría analfabetos, dormían con animales, en fríos espacios atestados de parásitos y mugre.
Todo el Estado chino está comunicado por un eficiente servicio postal, hay clínicas, hogares para ancianos y colegios públicos. Crece el comercio, nacen los billetes o los pagarés: y asistimos a una auténtica revolución industrial: entre el 806 y el 1078 la producción de hierro se multiplica por seis hasta alcanzar las 125.000 toneladas al año. Hay importantes avances en astronomía, ciencias aplicadas, matemáticas... Mientras Europa se desangraba en guerras fratricidas y se hundía en la podredumbre, un monarca de la época, el rey coreano Sejong, estableció por decreto que "para gobernar bien es necesario difundir el conocimiento de las leyes y de los libros, de manera que la razón pueda ser satisfecha".
Al final de esta época acude a tan lejanas tierras un viajante veneciano que se queda maravillado con lo que ve. Su nombre, Marco Polo.
Creo que el mejor ejemplo para entender la diferencia existente entre la Europa medieval y la China Song lo tenemos en la navegación.
Los mares del sur de China son muy difíciles de navegar, debido a sus pésimas condiciones climáticas. Pero la dinastía Song respondió a tal reto diseñando los mejores y mayores buques construidos hasta la fecha: los enormes barcos de junco.
Imagine por un instante: es usted un comerciante embarcado rumbo a la India. Lo acompaña su familia. Cuando embarcaron, un asistente le entregó las llaves de su camarote, en el que dispone de todas las comodidades posibles. Es fácil despistarse en la enorme estructura del buque: con 120 metros de eslora (de largo) y cuatro cubiertas, los pasajeros disponen de salones en los que distraerse y guarecerse del mal tiempo. No es el caso; el día ha amanecido tranquilo, sin viento. Por fortuna, el buque, que embarca a 1.000 tripulantes, es automotor: 24 ruedas de paletas, 12 a cada lado, permiten que el buque navegue con las velas recogidas. A los tres buques de escolta y apoyo les cuesta seguir su ritmo. En su interior, el casco está dividido en compartimentos estancos, de forma que si, por accidente, uno se inundara, el barco siempre mantiene su navegabilidad. 1.000 años más tarde se empleó la misma tecnología en el Titánic.
Esta técnica de fabricación de compartimentos estancos de los juncos chinos fue incluida el año 2008 en la "Lista del Patrimonio Inmaterial que necesita medidas urgentes de salvaguardia" desarrollada por la UNESCO.
Unos siglos más tarde, Cristóbal Colón descubre América al mando de tres buques de manufactura europea. El mayor de los tres era la nao Santa María, un buque con una eslora de 29 metros y una tripulación de 30 hombres. ¿No les parece sorprendente?
Pero volvamos a nuestro joven opositor. Tiene unos 25 años, y hace cinco aprobó el primer examen para funcionario del estado. Para presentarse tuvo que demostrar no sólo su honradez, sino la de su familia durante tres generaciones. Su familia no es adinerada, pero el pueblo de sus padres ha colaborado en esta inversión. Estudiar no es barato: durante muchos años el estudiante debe dedicarse sólo al estudio, pagar primero las academias privadas y después las escuelas confucianas de la prefectura, y disponer de dinero para la manutención y el alojamiento lejos de casa, en la capital de la provincia. Además, tal y como le sucedió en el primer examen, en el caso de aprobar debe pagar un banquete de celebración y hacer regalos.
Por cierto, y ya que hablamos de academias de estudios superiores, una curiosidad: si usted busca datos referentes a la universidad más antigua del mundo, verá que se postula la Universidad de Bolonia, que abrió sus puertas el 1088. Sin embargo, la Academia Yuelu de Estudios Clásicos, situada en la provincia de Hunan, fue fundada el año 976, y desde entonces es una de las instituciones de enseñanza más prestigiosa de China. Observe la imagen: el lugar debe ser precioso
Volvamos a nuestro joven opositor: el primer examen fue difícil: tres días intensos en los que no se permite la más mínima tachadura en el texto. El formato es importante: caligrafía, márgenes... todo debe presentarse perfectamente, todo escrito sobre papeles oficiales marcados que el estudiante encontraba sobre su mesa. Además, el último día los candidatos deben repetir de memoria exactamente lo mismo que habían escrito el primero. De esta manera se controlaba su identidad. Aprobarlo le supuso ciertos privilegios: en lo sucesivo no podrá ser condenado a recibir castigos corporales.
Pero eso sucedió hace cinco años. Nuestro héroe se presenta a los exámenes de segundo nivel, que se celebran cada tres años. Duran semanas. La organización corre a cargo del ministerio de ritos, y es muy estricta y reglada. Los candidatos trabajan aislados en celdas individuales al aire libre, y viven en un ambiente de extrema tensión. Según un famoso refrán, era preciso tener la voluntad de un dragón, la fuerza de una mula, la insensibilidad de una carcoma y la resistencia de un camello para aprobar. Las medidas de seguridad son increíbles.
Todos los días, durante semanas, se repite el mismo rito. El estudiante se ve sometido a un cacheo muy exhaustivo, para que no introduzca libros, apuntes o "chuletas". El estudiante sólo puede llevar tinta, pinceles, vasos y comida. En las sesiones de más de un día, se les permite llevar sacos de dormir, un orinal y velas.
Los candidatos y su equipaje pasan por un control similar al que sufrimos en un aeropuerto norteamericano. Cuatro guardianes se afanan en encontrar algo prohibido, porque si finalmente encuentran un papel diminuto con apuntes o dinero con el que sobornar a los examinadores, recibirán tres onzas de plata. Incluso la comida era objeto de la atención de los ávidos funcionarios.
En el caso de pasar por esta primera criba, el pobre candidato era de nuevo sometido a un posterior escrutinio por otro grupo de cuatro vigilantes. Si éstos encontraban algo, se castigaba la negligencia de los guardianes de la primer puerta. En total, todo este proceso podía durar horas.
Una vez dentro, los candidatos recibían papeles marcados por un sello oficial; pero las medidas tomadas para asegurar la integridad del proceso no acaban aquí. El año 1015 se creó un departamento especial de copistas, los cuales hacían copias uniformes de todos los exámenes. Con ello se evitaba que un examinador pudiera reconocer la letra de un alumno. Además, en la documentación que se sometía a revisión el nombre se tapaba con un número de expediente, que correspondía al número de celda. Durante el examen, el alumno tenía un formulario con tres espacios en blanco. Si cometía una infracción durante los días de examen, se le estampaba un sello. En el caso de que llegara a las tres estampas, era expulsado. Las infracciones podían ser dejar caer los papeles, mirar a un compañero, abandonar la celda más de una vez para ir al baño o murmurar mientras se escribía un poema. Peor era entregar los exámenes incompletos, o bien que la caligrafía no se correspondiera exactamente al denominado estilo kaishu, en el que los caracteres ocupaban con pulcritud el espacio de un cuadrado imaginario.
El rigor era tan extremo que, en el caso de soborno, la pena podía conllevar la pérdida de la plaza de funcionario por el examinador o, en los casos más graves, incluso una condena a muerte.
Si el candidato aprobaba, pasaba por una tercera fase, en los conocidos exámenes de palacio. En estas pruebas, que se realizaban en la capital, intervenía el mismo emperador.
Al final, ¿cuál era el premio a tanto esfuerzo?
Por supuesto, una plaza de funcionario de alto rango; pero, incluso más importante, el reconocimiento público que alcanzaba no sólo al candidato, sino a su pueblo. Las autoridades informaban oficialmente de la buena noticia a su distrito natal, que organizaba desfiles y banquetes en su honor. La casa del estudiante se llenaba de familiares, amigos y regalos; e incluso se construía un arco del triunfo frente a la casa de sus padres. En el templo de Confuncio de la capital su nombre quedaba grabado en una losa. ¡Como para no estar orgullosos del niño! El triunfo era percibido como propio por toda la población, y por ello era normal que se colaborara en financiar esta carrera hacia la fama.
Claro que el niño podía tener fácilmente 45 años. Porque la carrera era larguísima, una auténtica maratón. Lo normal era presentarse no una, sino muchas veces. No se consideraba una deshonra suspender, y se permitía presentarse una y otra vez.
¿Saben en qué fecha se abolió este sistema de exámenes?
En 1905. Por la regente Cixi.
Realmente increíble. Una vez más.