Formo parte de la generación que recién empezaba a caminar cuando la última dictadura desapareció a siete estudiantes secundarios el 16 de septiembre de 1976. Es la misma que hoy se reencuentra con viejos compañeros de escuela primero vía Facebook, y después en alguna reunión ocasional.
Estos argentinos cercanos a los 40 compartimos con los coetáneos que habitan otras tierras la portación de la letra X y el síndrome de Peter Pan. Durante algún tiempo, la abulia e inmadurez registradas a nivel mundial admitieron una explicación local y coyuntural, exclusiva para los habitantes del suelo nacional: crecimos a la sombra de un Estado totalitario que nos quiso apolíticos, acríticos (si se me permite el neologismo), conveniente y unívocamente encausados.
Aún cuando iniciamos el secundario con la democracia restaurada, nuestros padres nos recomendaron ir al colegio a estudiar, y por lo tanto evitar las asociaciones estudiantiles y el compromiso partidario. A lo sumo, podríamos alistarnos en los padrones de la Juventud Radical, no mucho más.
Son minoría quienes desoyeron a nuestros mayores. Son todavía menos los contemporáneos que contaron con el apoyo de sus familias a la hora de “meterse en política” (nótese el equivalente a “meterse en problemas”).
Hoy, parte de esta generación adulta mira con recelo a los adolescentes que jaquean al ministro de Educación del gobierno porteño, y que hoy se suman a la Marcha Nacional Educativa en defensa de la enseñanza pública. En conversaciones alusivas, el “que se vayan a estudiar” aparece como réplica del “que se vayan a trabajar” (expresión apta para repudiar las movilizaciones sociales/gremiales) y del “que se vayan todos” (letanía ideal para transmitir descontento general).
Estos mismos congéneres concuerdan con las autoridades PRO en descalificar los reclamos puramente edilicios por su trasfondo “político“. Otra vez, la sucia política tergiversa, confunde, atenta contra la transparencia.Formo parte de una generación entusiasmada con el milagro facebookeano que oficia el reencuentro con viejos compañeros de escuela. Es poco probable que estos usuarios treintylargos utilicen la red social para conmemorar la Noche de los Lápices y/o replicar la convocatoria a la Marcha Nacional Educativa.
Hoy quisiera tener veinte años menos. Seguro sentiría orgullo generacional.