¿Volverán las oscuras golondrinas de tu balcón sus nidos a colgar? Me alegro de que me hagas esa pregunta, y no me duelen prendas responderte afirmativamente.
Como sospechó el poeta, las golondrinas han vuelto. Volaban esta tarde recortando el aire como sólo ellas saben. Las vi mientras volvía en bicicleta por una calle alejada de la avenida llena de coches que pasan a ochenta kilómetros por hora como heraldos del plomo.
Las golondrinas cuando vuelan practican origami. ¿No lo sabías?
Las golondrinas cuando vuelan imparten lecciones de mindfullness, como siempre supo el poeta, aunque él lo expresara en más pulcro castellano.
He estado a punto de empotrarme en un automóvil que venía de frente mientras circulaba a contramarcha por la estrecha calle que discurre paralela a la via del tren, alejada de la avenida de los heraldos del plomo y alejada de la muerte por inhalación de monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno y microscópicas partículas de hollín. El origami azul de las golondrinas me ha distraído.
En este país no se contempla la posibilidad de que los ciclistas circulen a contramano. En otros países sí se contempla, pero olvídate de ellos porque todo indica que son países de suicidas.
La golondrinas no se atienen a normas de tráfico. En sus autopistas de tres dimensiones reina el caos más absoluto. Y, sin embargo, no se sabe de accidentes. Puede ser que no los haya, o puede ser que nadie se haya preocupado de elaborar estudios estadísticos sobre la golondrínica siniestralidad aeroviaria.
Pérfidos heraldos de la memoria recortando el aire. Cobradoras del frac sin frac. Negros caballeros del eterno retorno.
Las golondrinas han vuelto.
Son la oscura respuesta a tu pregunta de inmaculada apariencia.
De una casa pintada de color rosa salió una mujer que se me acercó caminando entre grandes berzas y me dijo que este año andan desorientadas. Vinieron las máquinas —me explicó— y tiraron unas placas abandonadas donde tenían los nidos, así que ahora tendrán que hacerlos nuevos. Quiero pensar que el aparente enredo de las golondrinas en la papiroflexia de su propio despiste es en realidad una frenética búsqueda de tu balcón.
De un Opel Kadett salió un hombre que tenía el cuello más ancho que un Opel Kadett, y que entontró sospechoso mi interés por tu pregunta.
Circular a contramano en bicicleta junto a la vía del tren por donde casi nunca pasa el tren significa exponerse a contraer tortícolis si al mismo tiempo se intenta seguir el vuelo origámico de las malditas golondrinas de tu recuerdo. Y sin embargo, abandoné la avenida donde los automóviles circulan a ochenta kilómetros por hora anunciando muerte, cambié el espanto de los motores por los largos chillidos que entibiaban la atardecida, entre prácticas de origami y el pánico inaudito de las poblaciones de pequeños insectos voladores.
Quise saber si recordaban nuestros nombres y a punto he estado de acabar bajo las ruedas de un Opel Kadett.
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