Se da un momento en mi propia experiencia al ver Origen, de Christopher Nolan (Memento, Batman: El caballero oscuro), en que mi córtex prefrontal debe estar funcionando a pleno rendimiento, porque me veo a mi mismo, por alguna suerte de complejo proceso de metareflexión, obnubilado.
Si un travelling nos recorriera a las primeras filas, yo sería el tipo de la boca abierta y ojos grandes, con mirada de niño que ve E.T. por primera vez. Esto ya es importante en si mismo cuando uno va al cine, que la película te atrape, que te seduzca. Origen lo consigue, a pesar de durar más de dos horas y cuarto. Para ello también es fundamental el deseo inicial, "original", de ver la película. Un trailer impresionante semanas antes, un mes de agosto trabajando en una ciudad gris (sin apenas tregua), la película en boca de todos ("la nueva Matrix"), el respeto, sin más, que le tengo a Di Caprio, otro responsable imprudente de los mitos que he tenido, para poder vivir mi propia realidad, que ir derrumbando, los sueños que probablemente no se cumplirán, el hombre que jamás seré...
Supongo que, por otro complejo proceso de atención selectiva, uno capta de las películas aspectos que tienen que ver con uno mismo. Yo no puedo evitar quedarme con las bellísimas escenas de amor entre el protagonista y su mujer (interpretada, otra vez de forma casi aséptica, por la francesa Marion Cotillard, de una adorable, por otra parte, posición en el mundo). Rebosan ternura y amor, con una luz tenue, que transmite exactamente el tinte onírico de nuestros sueños, la esencia de nuestro ser, nuestros más profundos recuerdos, aquella música a lo lejos, aquella imagen, aquel olor; todo lo que, en definitiva, no se puede olvidar.
Porque Christopher Nolan vuelve a saber plasmar (Memento), la deriva de un hombre que tiene que reencontrarse consigo mismo, en este caso también con sus hijos, que tiene que perdonarse. Porque, por encima de una exquisita estética, unas imágenes poderosas, una puesta en escena y una ambientación elegantes, es una historia de nostalgias y de pérdidas. Por encima de Michael Caine (La huella, El hombre que pudo reinar), del nuevo talento de una adolescente, de una historia muy bien contada sobre lo que bien puede ser el futuro, si no lo es ya, del espionaje empresarial, del asesoramiento y la consultoría, de un mundo que avanza imparable hacia el reinado de la tecnología cibernética, el mentalismo científico, la realidad virtual, la exploración de la mente; Origen habla de algo ancestral, de algo tan grande, tan animal, como el ser humano.
Origen me recuerda, unas veinte horas después, que podremos cambiar nuestros vehículos de expresión, nuestras maneras, podremos vivir en la soberbia defensa del progreso, del iphone4, de la expansión hacia fuera; pero algo en lo más profundo de nosotros mismos sigue preguntándose lo mismo que en la prehistoria o que en las épocas medievales, de demonios, de magia, de brujería. Qué hay en lo más profundo de mi mismo, que se esconde al final de las mil capas, de mis defensas, cuáles son mis recuerdos, qué quieren decir, qué es lo que no puedo olvidar, lo que no puedo recordar, lo que está encriptado. En qué punto, en qué momento encajan las piezas, porqué tengo miedo a esto, porque me mociona aquello, que me une y me separa de la gente con la que comparto mi vida, qué me duele, qué me excita. Qué me hace llorar.
Y casi siempre, al menos eso creo yo con toda la fuerza de mi ser, con toda la pasión que aun me queda, en el origen está el amor, en sus mil caras.
Y lo que creo es mucho más fuerte que lo que se.
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