Revista Espiritualidad
En esta entrada me gustaría hacer algunas reflexiones sobre las luchas y disidencias entre la ortodoxia (opinión mayoritaria) religiosa y las heterodoxias (opinión disidente a la de la mayoría), llamadas también herejías. Lo primero, antes de comenzar, es saber lo que significa el término herejía. Esta palabra procede del latín y significa elección. Hace alusión, precisamente, a la libre elección de pensamiento sobre algún determinado aspecto de una doctrina (conjunto coherente de enseñanzas basadas en un sistema de creencias). Cuando ese pensamiento u opinión disonante para con el Dogma (doctrina que no admite réplica) no es tolerada por las autoridades religiosas de la corriente de opinión mayoritaria, se produce una situación de conflicto. Hecha esta introducción, vayamos ahora al grano. La situación en la que se encuentra el alma del español, al igual que su hermano europeo, es tan miserable y enjuta que le impide comprender la importancia de las enseñanzas religiosas y contra qué luchaba el primitivo cristiano. Cuando el cristianismo se ve amenazado por la relegación y la desidia, por no mencionar el rechazo y la repulsa, entonces se corre el peligro de que emerjan de lo inconsciente los contenidos contra los que luchaban los cristianos primitivos. Pues los atentados terroristas, el fanatismo, la violencia social, las actitudes antisociales y vandálicas de los jóvenes, las guerras y las posiciones xenófobas y racistas son algunas manifestaciones del estrato arcaico y bestial sobre el que se edificó la religión cristiana. Por tal motivo, se hace indispensable la reeducación del europeo moderno. Pues la imitación de Cristo que se realiza de un modo superficial, así como las procesiones de Semana Santa y otros actos rituales, no mueven un ápice el pagano estado de miles de españoles cristianos. Los mensajes de la religión cristiana ya nada le dicen al hombre moderno. Y, mientras la función religiosa no se convierta en experiencia personal el estado anímico permanecerá intacto. El Gran Misterio cristiano no es sólo un ministerio exterior al hombre, sino que acontece, ante todo, en el interior del ser humano. Si no se ha tenido esta experiencia se podrá ser un docto en teología, pero no se tendrá ni idea de lo que se está hablando.
En ese sentido, entiendo que el interés que suscitan los orígenes del cristianismo, así como la ingente proliferación de estudios acerca del gnosticismo, la alquimia, la astrología y otras “ciencias esotéricas”, parecen indicar la necesidad del alma del contemporáneo de retrotraerse a sus orígenes, de modo que pueda edificar un férreo edificio sobre los sólidos cimientos anímicos. Esas corrientes, repitámoslo, han permanecido, recorriendo los pasadizos de lo inconsciente colectivo, reprimidas en gran medida por el cristianismo ortodoxo. De modo que la emergencia actual de ese interés por lo esotérico viene a significar una necesidad de profundización y de introversión, de manera que aquello que durante siglos permaneció en la oscuridad, pueda finalmente ocupar el puesto que le corresponde. Sin embargo, como también sucede a un nivel individual, se corre el riesgo de que los contenidos de lo inconsciente aneguen el ámbito de la consciencia y suplanten la hegemonía del yo. Es en este sentido que podemos entender las críticas y ataques directos contra el cristianismo y sus representantes, por parte de algunos sectores, así como el rechazo y el repudio que han generado en determinados grupos el haber conocido las manipulaciones y las artimañas ejercidas por los representantes de la Iglesia de Roma para ostentar el poder frente a lo que se consideraban herejías.
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