Quién dijo que en la vida hay que buscar la perfección. De dónde sale ese criterio perfeccionista que nos obliga a que todo lo que hacemos no puede tener ningún fallo. Para mi forma de ver la vida, en las pequeñas imperfecciones, en la cara lavada y desprovista de maquillajes es donde se encuentra la verdadera esencia y la belleza de las cosas. Creo que eso es aplicable a todo en este mundo, y como tal también al vino. Quizá por eso sea que quiero compartir con ustedes la nueva propuesta de José Luis Aristegui que lleva por nombre Os Mecos, cuya etiqueta para mas INRI lleva el dibujo de un niño, a quien estoy seguro no le importan en lo más mínimo las simetrías y excelencias de los mayores.
En estos vinos, ambos de la cosecha 2015 y sin DO que los reconozca, Aristegui busca eso, a propósito. Etiquetas que expresen fielmente lo que produce una viña trabajada en natural, sin correcciones ni maquillajes. Vinos tradicionales de Valdeorras, y que ahora cuesta encontrar. Sin miedos ni remilgos, con aristas y sinceridad.
El blanco OS MECOS HOLLEJOS procede de una sola parcela con suelo de pizarra. Godello puro fermentado con los hollejos en inox y un pase de unos 3 meses en barricas con sus lías.
De color amarillo pajizo intenso tirando el dorado, levemente turbio, glicérico con piernas fuertes, gordas que impactan. Nariz de entrada dominada por la manzana, al principio más verde y luego roja. Notas de miel, hollejos, cáscara de naranja escarchada y algún matiz tirando a la lima también. La boca es seca, sorprendentemente seco ya que muestra una acidez media-alta que hace salivar y pide más. También muestra manzana roja en todo su recorrido, acompañada de notas a pomelo rosado. Final con poder, largo y de punto amargo rico.
Diferente, arriesgado, blanco no blanco, para mi disfrutable y repetible sin ninguna duda.
El tinto OS MECOS RASPÓN también procede de una parcela específica con suelo de arcilla y canto rodado. Allí había Garnacha Tintorera, Mencia, Brancellao, Gran Negro y alguna otra. Elaboración tradicional con capas de raspón y nada de paso por madera.
Color rojo picota con tintes morados de capa altísima. Muy glicérico, lágrimas gruesas que pigmentan la copa y retornan lentas, haraganas, al fondo de la copa. Nariz intensa, de entrada láctica, mantecosa… Luego aparecen notas a tinta, especias, balsámicos y mucha mineralidad. No encontré fruta por ninguna parte y eso me gustó. Boca de ataque poderoso, taninos rugosos, rústicos, secantes que agarran y no dejan, pero que prometen grandes cosas. Mismo perfil que en nariz, nada de fruta y mucho que recuerda a la tierra y el sol. Creo que en unos meses más de botella estará de vicio. Me gustó muchísimo, aunque acá no busquen sutilezas de ningún tipo. Hay fuerza y rusticidad sin cosméticos.
Parece que en el camino sinuoso y con mucho bache está el destino del Edén. Quién sabe si en todo este tiempo nos veníamos equivocando.
Buena vida y buenos vinos amigos,
Salute. Rumbovino.
Difundiendo la cultura del vino y en favor del consumo moderado y responsable.