Efectivamente, en las semanas previas a la celebración de la ceremonia de los Oscar de Hollywood, ocurrieron dos circunstancias que sin duda han influido en la forma y el resultado de los premios entregados este año. Por un lado, la vieja guardia de Hollywood, representada por la voz de Steven Spielberg se rebelaba frente a la irrupción de plataformas digitales como Netflix que, con una inteligente (y costosa) campaña publicitaria logró elevar su película Roma (Afonso Cuarón, 2018), (estandarte de esa faceta "artística" que Netflix quiere mostrar frente a la tan criticada producción masiva de bodrios comerciales) al Olimpo de la industria de Hollywood. Spielberg reivindicaba la vigencia de las salas de cine frente a quienes ya las dan por muertas, afirmando que "una vez que te comprometes con un formato televisivo, estás produciendo un telefilme (...). No creo que a las películas que se les dan estrenos simbólicos en un par de salas, por menos de una semana, deban aspirar a una nominación a los premios Oscar". De esta forma, se puso de manifiesto la reivindicación que vienen haciendo algunos veteranos directores de cine desde hace algunos años, reticentes a aceptar la incorporación de plataformas digitales a la competición en igualdad de condiciones con las películas distribuidas de forma tradicional. La Academia de Hollywood, con el Oscar a Green Book (Peter Farrelly, 2018) como Mejor Película parece haber adoptado la postura más conservadora. Sí, Roma (Alfonso Cuarón, 2018) está bien para llevarse el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa, pero no para jugar de tú a tú con los grandes estudios. Y no olvidemos que Steven Spielberg ha sido uno de los mentores de la película de Peter Farrelly. Pero, ¿es Roma un telefilme o contiene más cine que en las muy "televisivas" Green Book y Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018).
Alfonso Cuarón recogió tres Oscar este año
En todo caso, a Netflix le ha salido la jugada bien, pero no tan redonda como hubieran querido. A pesar de las reticencias previas, ha ido incorporando sus películas a las Secciones Oficiales de los festivales más importantes del mundo, con la excepción de un Festival de Cannes que se resiste, presionado por las distribuidoras de cine francesas, a permitir a competición de las películas estrenadas en streaming. Así se produjo el rifirrafe del año pasado entre el director de contenidos de Netflix, Ted Sarandos, y los responsables de la selección de películas del festival, que supuso la retirada por parte de la plataforma de todas las películas que iban a presentarse en el marco del festival. Por el momento, sus producciones siguen sin poder acceder a las secciones competitivas del festival francés. Otros certámenes, sin embargo, han abierto su Sección Oficial a películas no estrenadas en salas de cine, como la Biennale di Venezia, que incorporó en su última edición hasta cuatro películas de Netflix a la competición, entre ellas Roma, que además consiguió el León de Oro como primer paso hacia la que luego sería la más cara campaña publicitaria que ha realizado un estudio con el objetivo de alcanzar las nominaciones al Oscar. Claro que también influiría en el galardón el hecho de que Guillermo del Toro, paisano de Alfonso Cuarón, fuera el presidente del jurado. En la ceremonia de los Oscar fue también Guillermo del Toro el que le entregó el Oscar a Mejor Director a Alfonso Cuarón, sin duda el principal vencedor a nivel personal de la ceremonia, con tres Oscar a la Dirección, Fotografía y Película de Habla no Inglesa.También hay que decir que, para muchos, el hecho de que Roma fuera incorporada en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa le pudo restar intención de voto para el Oscar a Mejor Película. En este sentido, la estrategia de pretender un doblete que nunca se había producido en la historia de los premios de la Academia de Hollywood ha podido jugar en su contra frente a sus máximas aspiraciones. Lo cierto es que dos de las vencedoras de una noche de reparto equilibrado, Green Book (Peter Farrelly, 2018) y Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), son producciones que tienen cierto tufo a telefilme. La primera es una agradable historia de amistad que parece menos real de lo que pretenden sus autores, pero que desarrolla con menos eficacia de la que sería deseable una temática en torno al racismo que acaba resultando obvia y desafinada. Se la ha comparado injustamente con Paseando a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989), que también se llevó el Oscar a Mejor Película y Guión, entre otras cosas porque la película de Beresford contiene más lecturas que la simple valoración sobre el racismo, haciendo una sólida reflexión sobre el paso del tiempo. Y si bien es cierto que algunos de sus 4 Oscars fueron concedidos por simpatía (el de la veterana Jessica Tandy) o por escasa competencia (el de Mejor Película), resulta curioso revisarla en comparación con la película del ex-director de comedias zafias Peter Farrelly.Por otro lado, Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018), del "innombrable" Bryan Singer, del que nadie se quiso acordar en sus agradecimientos por mor de su espantada del set de rodaje, es posiblemente la mejor película que se podía haber hecho sobre Queen pero la peor que se ha perpetrado sobre un genio como Freddie Mercury. El empeño de Brian May y Roger Taylor por dilapidar el legado musical de Queen ha producido monstruos como éste, una blanca y superficial visión del mundo de la música (es mucho más profunda la que muestra Bradley Cooper en Ha nacido una estrella (Bradley Cooper, 2018), la gran derrotada de la noche).Olivia Colman, Mahershala Ali y Regina King
En todo caso, la evolución al final que está del lado de las plataformas digitales. Un ejemplo premonitorio es el del las películas documentales. Al principio, hubo cierta resistencia a que compitieran en igualdad de condiciones producciones que, en realidad, estaban realizadas por canales de televisión o plataformas digitales. Pero finalmente las categorías de largometrajes y cortometrajes documentales acogen en realidad a producciones pensadas para su estreno en televisión o streaming, porque es difícil encontrar en la actualidad alguna producción en que no esté apoyada financieramente por alguna plataforma. El documental vencedor de este año, Free solo (Jimmy Chin, Elizabeth Chai, 2018) es una producción de National Geographic que, aunque ciertamente no aporta nada nuevo al subgénero de documental deportivo, con los temas recurrentes de superación personal, conflicto entre los sueños por alcanzar y la vida real, etc., tiene a su favor que es el más cinematográfico de todos, con imágenes espectaculares beneficiadas además por las proyecciones previas a los miembros de la Academia en una de las salas IMAX de Los Angeles, lo que sin duda contribuyó a su predominio sobre las otras producciones: la casi favorita RBG. Jueza icono (Julie Cohen, Betsy West, 2018), sobre una carismática jueza del Tribunal Supremo, en cuya vida también se basa la recientemente estrenada películas de ficción Una cuestión de género (Mimi Leder, 2018), o la que más nos gusta, Minding the gap (Keire Johnson, Bing Liu, Zack Mulligan, 2018), en torno a la evolución de la amistad entre tres amigos adolescentes a lo largo de los años, una historia rodada a lo largo de una década que nos recuerda a Boyhood (Richard Linklater, 2014), pero mucho más intensa y emocionante.En el terreno de los cortometrajes documentales, Netflix lleva ya años siendo la estrella, con nominaciones y premios desde su irrupción en 2014. Un año más, un documental distribuido por la plataforma digital, el muy interesante Period. End of sentence (Una revolución en toda regla) (Rayka Zehtabchi, 2018), en torno a cómo se enfrentan las mujeres indias de bajos recursos al estigma que rodea a la menstruación, por encima de la favorita Final de partida (Rob Epstein, Jeffrey Friedman, 2018), de dos veteranos y premiados directores de documentales.
Curiosamente, en este enfrentamiento entre la vieja guardia y la nueva ola dentro la Academia de Hollywood, resulta que al final se ha perdido la oportunidad de reconocer a tres de los veteranos que esa noche aspiraban a conseguir por fin ese Oscar que se les viene resistiendo. Glenn Close, excelente en la película La buena esposa (Björn Runge, 2017), se quedó por séptima vez a las puertas del premio de la Academia, frente al, por otro lado, también excelente trabajo de la británica Olivia Colman en La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018). Willem Dafoe, tras cuatro nominaciones, tampoco pudo recoger el Oscar, finalmente en manos del favorito Rami Malik. Y el compositor Marc Shaiman, también nominado en siete ocasiones, tuvo que ceder su muy merecido premio por la banda sonora de El regreso de Mary Poppins (Rob Marshall, 2018) frente a la mediocre y aparatosa música del sueco Ludwig Göransson para Black Panther (Ryan Coogler, 2018).
La otra dicotomía que se pudo ver en la edición de los Oscar de este año, en realidad una constante en los últimos años, se produce entre lo que pretende ser la ceremonia y lo que finalmente es. De una celebración del cine se ha convertido en un espectáculo eminentemente televisivo que debe acatar las imposiciones de la cadena televisiva ABC. Y, aunque sigue siendo el programa de televisión no deportivo más visto en Estados Unidos, lo cierto es que las cifras de espectadores del año pasado encendieron todas las alarmas. Porque la edición presentada por Jimmy Kimmel se convirtió en la menos vista de la historia, con 26.5 millones de espectadores, apuntillando el descenso continuo de la audiencia que venía sufriendo la ceremonia desde los 40 millones de espectadores que vieron los Oscar de 2014. Esta tendencia reforzó las presiones de la cadena de televisión, obligando a la Academia de Hollywood a tomar decisiones polémicas de las que tuvo que dar marcha atrás. Primero con la intención de entregar los premios de algunas categorías en las pausas publicitarias, fuera de la retransmisión televisiva, que finalmente no se produjo. Después con el anuncio de que solo dos de las cinco canciones nominadas serían interpretadas en el escenario, decisión que tuvieron que suspender tras las presiones de la propia Lady Gaga, que amenazó con no interpretar su canción "Shallow" de la película Ha nacido una estrella (Bradley Cooper, 2918), ganadora del Oscar. Pero sobre todo con la intención de producir una ceremonia sin presentador principal, tras la retirada del cómico Kevin Hart por sus polémicas estupideces homófobas. El resultado ha sido una ceremonia más corta, pero al mismo tiempo una de las más desangeladas de los últimos años, con un patético inicio protagonizado por los restos de la banda Queen encabezada por Adam Lambert. A pesar de todo, sin anfitrión, con números musicales sosos (y la ausencia por problemas de agenda del esperado Kendrick Lamar), y solo con algunas chispas de ingenio en algunas intervenciones, las cifras de audiencia, han aumentado frente a la debacle del año pasado, alcanzando los 29.6 millones de espectadores en Estados Unidos, pero sin rebasar la psicológica barrera de los 30 millones. Lo cual, al menos, puede haber hecho suspirar a los responsables de la cadena ABC, que este año tuvieron que ofrecer garantías especiales a los anunciantes para evitar la fuga de ingresos publicitarios. A pesar de la lectura que se pueda realizar de las películas ganadoras de este año, lo cierto es que la irrupción de las plataformas digitales, con Netflix a la cabeza, ha sido la gran revolución de la distribución y exhibición cinematográficas. Ni las salas IMAX, ni la experiencia de las proyecciones 3D o 4D han conseguido cambiar la forma de ver películas como lo ha hecho la posibilidad de tener a nuestra disposición un catálogo amplio de títulos a la carta. Si bien es cierto que su influencia real en la industria no parece que hasta el momento sea cuantificable, especialmente por la falta de credibilidad de sus cifras de audiencia, que publican con cuentagotas y solo de aquellas producciones que les interesa. Estas cifras, que parecen abultadas especialmente en el caso de Netflix, están rodeadas de una opacidad que impide analizar con verdadera eficacia la trascendencia de las plataformas digitales. En España, por ejemplo, los datos de audiencia que ofrecen plataformas como Movistar+, a base de porcentajes poco creíbles, es de risa. También se enfrentan a nuevos retos, como la imposición de la Unión de Europea de obligar a las plataformas digitales a disponer en su catálogo de al menos un 30% de contenido europeo, cifra que hasta el momento Netflix o Amazon no cumplen, por mucho que vengan invirtiendo en los últimos años en producciones más internacionales. Esta inversión, de hecho, es la excusa que plantea Netflix para incrementar el precio a sus suscriptores, previsto para el próximo mes de marzo, lo cual también será un reto para la compañía, que podría suponer una fuga de clientes hacia otras plataformas que, por el momento, no tienen previsto realizar subidas de precio. Pero será interesante ver qué ocurre este año en la temporada de premios, especialmente con un nuevo intento por parte de Netflix de incorporarse al primer plano de la producción cinematográfica, sobre todo con el estreno próximo de El irlandés (Martin Scorsese, 2019), el tan esperado proyecto de uno de los nombres mas representativos de esa "vieja guardia" de Hollywood de la que hemos hablado, cuyo teaser se estrenó precisamente en las pausas publicitarias de esta última ceremonia de los Oscar. Primero veremos si finalmente será la película que inaugure el Festival de Cannes, a pesar de la controversia entre la plataforma digital y el certamen francés. Y, tras su estreno simultáneo en salas de cine y streaming en otoño, claramente enfocado a estar presente en la carrera de los Oscar, también comprobaremos si definitivamente Netflix alcanza su objetivo tan preciado, que este año solo ha conseguido acariciar.La guerra continúa...