Por Marina Oybin publicado originalmente en Página 12
En su Misiones natal, Oscar Bony (1941- 2002) cazaba arañas venenosas. Con cuidado, las catalogaba y guardaba en latitas de sardinas: ahí esperaban el momento en que el niño Bony las sacara para participar en una lucha cuerpo a cuerpo. En la siesta, cada chico del barrio largaba las suyas al improvisado ring de tierra reseca. Bony contaba que el encuentro era feroz: las suyas, unas aguerridas arañas pollito rojas, llegaron a cortar los miembros de sus rivales.
De chico, Bony se convirtió en campeón del combate con arañas que era tradición y orgullo pueblerino. Cuando podía, nadaba hasta una isla donde pescaba con los pies: corría por la orilla con sus amigos pateando peces al aire. Su madre, de carácter espartano, se enojaba con él. Nunca comprendió bien por qué: amaba el silencio, jamás hizo travesuras pesadas; alguna vez, sí, prendió fuego, pero siempre en un sitio en el que nadie corriera riesgos. No mucho más que eso.
Andrés Denegri conoció a Oscar Bony, quien le alquiló el primer piso de su gran casa-taller en San Telmo, donde vivió un año, en 1998. Denegri, un joven artista veinteañero en ese momento, recuerda las fiestas con Marcia Schvartz y Marta Minujín en aquella casa que Bony compró casi destruida y fue arreglando de a poco. Con Bony, solía ir a bailar a Ave Porco. “Conversábamos muchísimo, pasamos noches enteras debatiendo sobre Teoría de la Postmodernidad de Fredric Jameson”, recuerda Denegri.
La imperdible muestra Instante Bony, en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba), producida junto con la galería Klön, incluye una serie de retratos de Bony hechos a partir de filmaciones realizadas por Denegri en el taller de Bony, y también la obra Con una sola, basta (1998) de Bony. Con curaduría de Rodrigo Alonso, la muestra incluye la instalación Bony Áyax (ganadora del Gran Premio en la última edición del Salón Nacional de Artes Visuales), un video, y secuencias de fotogramas escaneados en alta definición y ampliados. Tres tiros, por ejemplo, es un tríptico con fotogramas de la filmación de Denegri.Denegri, que viene sorprendiendo con sus últimas videointalaciones, filmó a Bony cuando trabajaba en su serie El triunfo de la muerte. Las obras registran el momento en que Bony, pistola automática Walther 9 mm en mano, balea sus autorretratos fotográficos. Denegri captura el momento performático de la obra, el más íntimo: revela la escena oculta que da origen a su famosa serie de retratos acribillados.
Cerca de Bony es un fabuloso video –entrañable, cuasi documental– en el que se descubren aspectos íntimos del artista. Denegri viajó con Bony y otros amigos unos días al Tigre. Allí filmó también una escena con un barco que Bony quería incluir en una videoinstalación. Denegri terminó de editar la escena –hipnótica y simple, tal como quería Bony– tras su muerte.
En el video, Bony explica su fuerte lazo con Lucio Fontana, artista que abrió con su tajo “un horizonte, una dimensión metafísica”, como el de sus retratos baleados. La perforación de la bala y el corte sobre la tela no tienen sólo un vínculo estético o formal. Bony se sentía identificado con su obra y, además, creía que la horizontalidad de la pampa definió el gesto del tajo de Fontana.
Cuando Bony se fue del Di Tella, tras presentar La familia obrera (en Experiencias Visuales 1968), abandonó el arte por siete años. Después de esa obra que marcó el conceptualismo político, era difícil volver a exponer en una galería. Luego arremetió con la pintura y la fotografía.
Bony tenía una cámara bolex, como la que hoy usa Denegri. Con proyectores de 16 milímetros, hizo las primeras filmaciones en nuestro país. Sesenta metros cuadrados y su representación (que exhibió en las Experiencias Visuales de 1967, obra precursora de las videointalaciones) y el programa Fuera de las formas del cine, en el Di Tella, son trabajos jugados, que se adelantaron al cine experimental argentino. Pero la crítica fue tan feroz que Bony dejó de filmar.
Con los oídos tapados para evitar el sonido del balazo y guantes para empuñar el arma, Bony desataba el ritual artístico en su casa devenida loft. Disparaba sobre una columna en la que colocaba maderas para amortiguar el impacto del proyectil. Conocía la técnica: “No me tiembla el pulso cuando empuño una 9mm. Negra, huele a grasa animal. Máquina de precisión, el mayor calibre de arma de guerra maniobrable con las manos”. Tras el estruendo del disparo, Bony parpadea con fuerza, el cuerpo retrocede levemente como electrizado. “La mano me suda –confesaba– pero, aún así, no me tiembla”.
Consideraba que el suicidio no era un acto de cobardía sino una forma de hacer frente a las contradicciones de la realidad, a la escasa vida espiritual que les tocaba a algunos. Revolucionario, Bony tensó el dispositivo estético: se convirtió en víctima y victimario; verdugo y fusilado. Su figura desafiante avanza en la frontera difusa entre fusilamiento y suicidio. “Estoy haciendo cosas para que queden después de mi muerte –dijo–. Para eso hago suicidios. La posibilidad de desaparecer me aterra. Tengo la impresión de que todos los que de algún modo estamos vinculados con el arte, artistas, teóricos, o el público, hemos pensado alguna vez en el suicidio. No creo que una persona sensible frente a la realidad no lo pueda haber imaginado para sí misma”.
Bony puso en escena su propia muerte. Sus retratos acribillados son actos de resistencia, suicidios heroicos. Una virulenta conjura contra la muerte. A veces hasta se lo ve exultante. Después de marcar el arte conceptual, Bony supo recrearse con intensidad, barajar y dar de nuevo con envidiable pasión. La muestra es contundente: con unas pocas obras llega al núcleo del artista. Al salir, las esquirlas quedan clavadas en la retina.
Instante Bony se puede visitar en el Macba, Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires. Av. San Juan 328, de lunes a viernes de 12 a 19; sábados y domingos de 11 a 19.30; martes cerrado. Hasta el 29 de febrero.