Sentado al pie de un romero, en un silencio sólo roto por el zumbido de las abejas, se me acercó este animal a pocos pasos. La comadreja saltaba, más que corría, sobre las rocas, y, tras mirarme unos instantes como con curiosidad, prosiguió su ruta y desapareció entre los tomillos. Unos días atrás había yo encontrado muy cerca de allí su rastro, aunque no pude localizar la presumible guarida, el refugio que, según la costumbre de esta especie, esperaba que fuese alguna galería de ratón de campo forrada por la comadreja con el pelo de sus antiguos inquilinos. Porque este mamífero carnívoro, el menor del planeta, caza sobre todo roedores, y lo hace casi todos los días. Los persigue incluso adentrándose en sus propias madrigueras, como un pequeño hurón, y en invierno suele matar dentro de esos pasadizos a muchos ratones uno tras otro, para así formar una despensa de la que sustentarse a lo largo de varios de esos días tan gélidos y duros. Esta clase de actos podrían haber fundamentado la fama de sanguinaria de la comadreja, el único animal, según los bestiarios medievales, capaz de dar muerte en lucha al legendario basilisco. Y aunque lo más grande que puede capturar no pasa de un gazapo, no por dedicarse a presas menudas deja de ser interesante la comadreja como ejemplo de lo complicada que puede llegar a ser la relación entre depredadores y presas, tan sencilla en apariencia.
Varios estudios apuntan a que las comadrejas se reproducen tanto más cuantos más roedores haya, así que a un año bueno para los ratones seguirá un año bueno de comadrejas. Pero con tantas comadrejas, al año siguiente seguramente habrá menos ratones, por lo cual al otro año tendremos menos comadrejas, con lo que proliferarían los ratones otra vez, y de nuevo vuelta a empezar. Este ciclo, en donde dos especies oscilan debido a la relación depredador-presa, constituye uno de los puntales de la ecología. Pero el ciclo entre mustélidos (comadrejas y similares) y roedores puede alcanzar una complejidad tal que, al parecer, sólo puede explicarse mediante la famosa teoría del caos. Da qué pensar: si ya con comadrejas y ratones tenemos que recurrir a las matemáticas del caos, ¿cómo haremos para entender el funcionamiento de cientos de especies en un ecosistema? Quizá sea imposible, o quizá, en el fondo, mucho más sencillo.