El otoño, para acompañar a nuestros hijos (mail enviado por la Comunidad de Padres de la Escuela Waldorf Perito Moreno)
El otoño
La “Fiesta del otoño” será el eje transversal de esta época y por eso nutrirá con sus colores y transformaciones, y con sus frutos, las actividades que emprendamos.
El caer hacia la madre Tierra que vemos en los follajes y frutos, se vivencia en el alma como un despojarse del manto exterior, el follaje; se esparcen entonces las semillas gestadas antaño, para el futuro renacer…
Cada niño ha conquistado la LUZ propia atravesando la oscuridad temerosa en la Fiesta del Valor. Así se han instalado en el alma las fuerzas conquistadas, que permiten iniciar el camino del despertar interior. Nuestra vida anímica sigue ese teñido de ocres que se instala en el entorno y lleva a un caer hacia la tierra. Se inhala algo hacia las profundidades, y es el inhalar el cosmos con toda la sabiduría, que llega hacia el interior de la tierra… y del alma.
De ese modo acompañamos a la naturaleza en su gesto de replegar sus fuerzas hacia adentro, en un despertar interior, luminoso. La apariencia exterior es de inactividad, pero en verdad la actividad es grande…adentro comienza un gran trabajo, el camino hacia uno mismo, hacia el encuentro de lo verdadero.
En su interior la tierra recibe a las semillas y las protegerá con un cálido poncho tejido de hojas amarillas, ocres, marrones, rojas y naranjas. Este mismo cuidado inspiraremos en las almas de los niños, donde el principal valor será cuidar la propia luz interior como germen del futuro renacer.
Los seres elementales, presentes, siempre se manifiestan. En la superficie el aire impera, y los silfos con un continuo movimiento llevan a los vientos de lo suave a lo borrascoso, de lo apacible a lo brusco. En las raíces se hallan los gnomos laboriosos, cuidando ese interior pleno de luz en los cristales. En la lluvia y el rocío vibran las ondinas, en las tenues temperaturas las salamandras aquietadas esperan…
Pero en especial, en el cambio en el follaje es donde más percibimos el obrar, que a partir del ser de los colores, y de la mano del “hombrecillo de otoño” van despertando nuestro asombro y veneración, respeto. El viento, con los silfos, es responsable de regalar las hojas a la tierra, cubriéndola cual manto. Los gnomos tejen y tejen, tiran y empujan, pican y cavan…
Es un proceso que lleva poco a poco hacia el invierno, es pura transformación, reconocer la diferencia entre la apariencia superficial y la verdadera imagen del ser. Esto es “despertar conciencia anímica”, mantener un cálido sentir en equilibrio.
La vida anímica como mediadora entre el organismo y el mundo, ha de nutrirse de la sabiduría de ésta época, que la prepara para el invierno.
Acompañar a los niños desde la vivencia, las percepciones y los juegos adecuados es nutrir el alma, para que vibre en armonía con el mundo.
También para los adultos es bueno nutrirse de estas experiencias, sintiendo como dentro nuestro podemos cobijar ese universo que quiere estar presente en esta época del año dentro del Alma y ayudarnos a reconocer quienes somos despojados de cualquier apariencia externa.
Ese es el fruto del otoño que podremos recoger para sembrar en el invierno…