No es país para millonarios, o los millonarios no son para el otoño, escoja. Esos grandes almacenes que nos anuncian y anticipan el cambio de las estaciones están de luto, aunque seguro que hacen un poder y una chica mona, o una pareja de actualidad, es lo mismo, se asoma a la pantalla de nuestra televisión para decirnos, anunciarnos, proclamar, bailar, reír y lo que haga falta, que es otoño. Otoño, otra vez, con sus cosas. Al otoño le profeso el mismo cariño que a los lunes, al 31 de agosto, a Godín y a Piqué, y al olor de la naftalina. Ningún cariño, nada de nada, pero ya está aquí, queramos o no. Este otoño, además, me temo, será uno de esos otoños que sufro con mayor intensidad, con luz de invierno y calor veraniego, que es una combinación que detesto profundamente, de la misma manera que detesto un resfriado en verano: cada cosa a su tiempo –hagan cola, por favor-. Mis quejas no sirven de nada, los árboles clarearán sus copas, los abrigos y jerseys llamarán a las puertas de nuestros armarios y los románticos eternos sucumbirán en su tristeza romántica y premeditada, y volverán las golondrinas que sobrevivieron a la tragedia de Chernobil. Tiempos de castañas y depresiones varias, tiempo de peroles en nuestra tierra, cuchará y paso atrás, paraíso del cuñado con parcela, sofritos mareados, barbacoa de obra, nuevas parejas en la fiesta del dominó y vámonos que nos vamos antes de que el invierno nos congele las ideas y hasta la calva. Será porque nuestro clima así nos lo ha impuesto, pero lo cierto es que disfruto poco las estaciones templadas, esos breves pasadizos que nos conducen a las profundidades del verano y del invierno, estaciones puras donde las haya. Puro como decían que era Botín, que en las cuevas de Altamira, eso... sigue leyendo en El Día de Córdoba
Revista Literatura
No es país para millonarios, o los millonarios no son para el otoño, escoja. Esos grandes almacenes que nos anuncian y anticipan el cambio de las estaciones están de luto, aunque seguro que hacen un poder y una chica mona, o una pareja de actualidad, es lo mismo, se asoma a la pantalla de nuestra televisión para decirnos, anunciarnos, proclamar, bailar, reír y lo que haga falta, que es otoño. Otoño, otra vez, con sus cosas. Al otoño le profeso el mismo cariño que a los lunes, al 31 de agosto, a Godín y a Piqué, y al olor de la naftalina. Ningún cariño, nada de nada, pero ya está aquí, queramos o no. Este otoño, además, me temo, será uno de esos otoños que sufro con mayor intensidad, con luz de invierno y calor veraniego, que es una combinación que detesto profundamente, de la misma manera que detesto un resfriado en verano: cada cosa a su tiempo –hagan cola, por favor-. Mis quejas no sirven de nada, los árboles clarearán sus copas, los abrigos y jerseys llamarán a las puertas de nuestros armarios y los románticos eternos sucumbirán en su tristeza romántica y premeditada, y volverán las golondrinas que sobrevivieron a la tragedia de Chernobil. Tiempos de castañas y depresiones varias, tiempo de peroles en nuestra tierra, cuchará y paso atrás, paraíso del cuñado con parcela, sofritos mareados, barbacoa de obra, nuevas parejas en la fiesta del dominó y vámonos que nos vamos antes de que el invierno nos congele las ideas y hasta la calva. Será porque nuestro clima así nos lo ha impuesto, pero lo cierto es que disfruto poco las estaciones templadas, esos breves pasadizos que nos conducen a las profundidades del verano y del invierno, estaciones puras donde las haya. Puro como decían que era Botín, que en las cuevas de Altamira, eso... sigue leyendo en El Día de Córdoba
