Revista Cultura y Ocio

Otoño Unamuno 2. De carne y hueso

Publicado el 03 octubre 2015 por Elinfiernodebarbusse

Otoño Unamuno 2. De carne y hueso

Unamuno y su hijo Ramón hacia 1916


«Homo sum: nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano. 
Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el ζῷον πολιτιχόν de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens de Linneo o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre.
El nuestro es otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío; aquel otro de más allá, cuantos pensamos sobre la Tierra. 
Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos
En las más de las historias de la filosofía que conozco se nos presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los filósofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La íntima biografía de los filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella, sin embargo, esa íntima biografía la que más cosas nos explica. 

Otoño Unamuno 2. De carne y hueso

El escritor en un retrato de juventud

Cúmplenos decir, ante todo, que la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia. Cuantos sistemas filosóficos se han fraguado como suprema concinación de los resultados finales de las ciencias particulares, en un período cualquiera, han tenido mucha menos consistencia y menos vida que aquellos otros que representaban el anhelo integral del espíritu de su autor. 
Y es que las ciencias, importándonos tanto y siendo indispensables para nuestra vida y nuestro pensamiento, nos son, en cierto sentido, más extrañas que la filosofía. Cumplen un fin más objetivo, es decir, más fuera de nosotros. Son, en el fondo, cosa de economía. Un nuevo descubrimiento científico, de los que llamamos teóricos, es como un descubrimiento mecánico; el de la máquina de vapor, el teléfono, el fonógrafo, el aeroplano, una cosa que sirve para algo. Así, el teléfono puede servirnos para comunicarnos a distancia con la mujer amada. ¿Pero esta para qué nos sirve? Toma uno el tranvía eléctrico para ir a oír una ópera; y se pregunta: ¿cuál es, en este caso, más útil, el tranvía o la ópera?
La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida, y como consecuencia de esa concepción, un sentimiento que engendre una actitud íntima y hasta una acción. Pero resulta que ese sentimiento, en vez de ser consecuencia de aquella concepción, es causa de ella. Nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma. Y esta, como todo lo afectivo,tiene raíces subconscientes, inconscientes tal vez.
No suelen ser nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas, sino que es nuestro optimismo o nuestro pesimismo, de origen filosófico o patológico quizá, tanto el uno como el otro, el que hace nuestras ideas.
El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado.
Y así, lo que en un filósofo nos debe más importar es el hombre.»
(Miguel de Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida, 1913)
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ACTIVIDAD 2:
A) En una fecha tan próxima a la muerte de Unamuno como es el año 1938, Julián Marías, en un artículo que fue el germen de un magnífico ensayo posterior sobre el escritor vasco, analizaba con su habitual penetración las claves de su obra. Lee un fragmento de este artículo (se adjunta como fuente) y responde a las siguientes cuestiones: 1. ¿Se puede considerar a Unamuno un filósofo en sentido estricto?  2. ¿Qué quiere decirse con la afirmación "todo en Unamuno es poesía"? 3. ¿Cuál es el tema principal y constante en la obra unamuniana y que la dota de unidad?; coméntalo brevemente.  4. ¿A qué se refiere Unamuno cuando dice que el objeto último de la filosofía y el de su íntima preocupación es el "hombre de carne y hueso"?  5. Razón y vida crean la agonía, la lucha, según Unamuno; explica por qué. 6. Cuando Unamuno dice que sus personajes son tan reales como él, ¿qué puede querer decir?
B) Lee un fragmento de la obra Del sentimiento trágico de la vida que se aporta abajo como fuente. Valora la angustia vital unamuniana: 1. ¿Cuál de las soluciones citadas por el autor acerca de la condicion mortal le procura más alivio o serenidad? 2. Unamuno ansiaba una inmortalidad materialista, es decir, quería ser eternamente el Miguel de Unamuno de carne y hueso que era, con su cuerpo y con su alma, nada de transmutaciones etéreas. Imagina que fuésemos inmortales de esa manera y razona: ¿Valoraríamos de igual modo la vida? ¿Seríamos más felices? 3. ¿Qué opinas de la opción "lo mejor es dejarse de lo que no se puede conocer"?
FUENTES PARA REALIZAR LA ACTIVIDAD: 
La obra de Unamuno (fragmento), por Julián Marías, 1938
Del sentimiento trágico de la vida (fragmento), por Miguel de Unamuno, 1913
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