Será porque se sale fuera de los años en que Vittorio de Sica tuvo "un nombre" dentro del cinematógrafo - casi diez habían pasado desde la explosión del neorrealismo, casi cinco desde su último éxito, "Umberto D." - y será porque varias de las que prefiero suyas están "fuera de sitio"; será porque ese nombre suyo ha significado muy poco desde entonces y prácticamente nada ya. Será por la hermosa partitura de Cicognini, por lo bonitos que son los fundidos a negro y cómo está iluminada la noche, por cómo de suavemente se acerca y se aleja la cámara de esta joven pareja siempre apremiada por la pobreza. Lo cierto es que desde la primera vez, me fue muy fácil tomarle gran aprecio a "Il tetto", una de las grandes comedias tristes.
La injusticia con de Sica es tanta que resulta hasta extraña.
Uno de los grandes actores del cine italiano - un comediante en algún lugar entre Chaplin y Fonda; un paso atrás y casi aún mejor actor dramático: no solo "Madame de..." y "Il generale della Rovere", también "Roma, città libera", "La donna che venne del mare"... qué pena no se hubiera guardado alguna de esas interpretaciones para su propias películas -, saludado como uno de los nuevos maestros europeos cuando estrena "Sciusciá" y "Ladri di biciclette", para cuando llega la - aún mejor - "L'oro di Napoli", parece que todo el efecto de "Viaggio in Italia" que decía Rivette debía caer "ejemplarmente" a plomo sobre las cabezas de los cineastas, hubiese alcanzado a la suya y a la de nadie más: un día se durmió como Rip van Winkle y despertó viejo para siempre.
La vigencia "negativa" de estos compartimentos, con lo (poco) que ha llovido luego, desde los ditirambos de cuando importaba separar lo que hacía avanzar el cine de lo que no - qué tiempos aquellos en los que fue posible tal cosa y había evidencias de que algo quizá mejor aún de lo conocido, estaba llegando - es del todo desconcertante. Si en el 53 hubo ese atisbo que permitió imaginar que pudiera haber algo más adelante que iba a dejar pequeños a Gance, a Eisenstein o a Sternberg, hacia el año 60 the next big thing debía escalar un "pequeño" peldaño más, el que representan los mayores y flamantes Ford, Minnelli o Mizoguchi; a finales de esa década, cualquier gran revolución para alumbrar "nuestro cine", además tenía que franquear a Godard, Solntseva o Rouch. ¿Es necesario seguir?
A un devoto de la comedia y el melodrama como de Sica, que ya lo era en los tiempos en que estaba "autorizada" la fabulación ("Teresa Venerdi", "I bambini ci guardano"), alguien incluido indefectiblemente, como a quien empujan para subirse al tranvía, en la gran ola renovadora del cine de su país, como a tantos otros contemporáneos con muy diverso recorrido e intereses previos - una bandera absurda como todas, que incita a la simplificación más radical: el neorrealismo es Rossellini - no es de recibo aplicarle ningún celo taxidermista.
Dándole la vuelta a un célebre razonamiento de Edmund Wilson y
sin tomar a la ligera toda la penuria y todo el paupérrimo suspense de la película, es mejor estar viendo "Il tetto"
que haberla visto. Algo que fue creado con tan poco egoísmo, enteramente para
ofrecerlo al público, para que lo entendiera y lo sintiera, merecería al menos la paciencia, la atención y la capacidad para entender que se presta a tantas obras áridas u opacas. Las mismas recompensas contiene, pocas, intrincadas, breves.
Quizá la nobleza y el pudor sean los que se han muerto, pero me
preocupa más lo que ha quitado al film la miopía y la desmemoria.
Recordemos la escena en que Luisa y Natale van
en autobús después de que el padre de ella se ha negado a recibirlos
casados. Al fondo del plano el mar y los botes donde faena. Ellos se
dirigen a un lugar donde él puede encontrar trabajo y cuando le dice que
duerma, ella prefiere hablar para hacer más corto el camino. No puede
dejar de pensar en por qué no aceptan al muchacho. De Sica hace
entonces una panorámica sobre la conversación, barriendo el foco a la
izquierda para dejar a los protagonistas con sus pensamientos. Sin mover
el ángulo, cambia el paisaje y aparecen edificios en construcción, con
lo que vuelve a ellos. Esta elipsis sencilla, que dura lo que las
tribulaciones de unos recién casados, pudorosa y absolutamente
innecesaria para narrar un viaje sin ningún elemento de aventura, es digna y, sobre todo, es propia de un cineasta que de Sica no podía conocer entonces, el Naruse Mikio de "Meshi" o "Ani imôto". Una escena así no se rueda para demostrar pericia, ni soluciona un problema, como tampoco aquella en que, una noche, sin poder dormir en la habitación atestada de familiares en que provisionalmente se alojan, sin decir una palabra, a instancias de él y sin que ella demuestre ilusión o siquiera ganas, recorren la casa y salen fuera. Cuando parece que por fin van a poder iniciar una conversación con la intimidad que no tienen en el lecho conyugal, sólo les sale abrazarse. Importan las ideas, se borraron las frases, como decía Mérimée.
Comedia triste decía y me refería a que las escenas que aisladamente o
según cómo se hubiesen dispuesto en el film, pudieron resultar
divertidas merced a la estructura abierta a descansos y contrastes que
tiene, sirven bien para dar continuidad o bien para acentuar al drama.
Así, de vuelta de mirar una habitación donde quedarse, que no les
convence a pesar de que las paredes agrietadas por los proyectiles "no
se han vuelto a mover", se cruzan con dos militares que venían siguiendo
a dos chicas. Pasan nuestros protagonsitas de largo y todavía vemos
cómo las muchachas andan un trecho y se dan la vuelta para tratar de
quitarse de encima a los moscones, que no desfallecen. Es un plano
general sin énfasis, seco, atrevido o inapropiado para rematar una
escena dramática e irresuelta, pero que sin embargo tiene una función
espacial porque sirve para redirigir la mirada a la esquina del fondo
hacia la que caminan Luisa y Natale, donde, en una
televisión encendida del escaparate, un científico afirma que al año
siguiente llegará el hombre a la Luna. "Antes habría que llegar a otra
parte", afirma el frustrado Natale pensando en "sus" cuatro paredes. Para que ese comentario no resulte un gag, de Sica filma - en tres posiciones: de espaldas, de frente y de
lado, para que no queden dudas - a cuantos se asoman a la pequeña
pantalla para que no parezcan desocupados ni mendigos, llamativamente
bien vestidos e interesados por asuntos que no llaman la atención a
quienes tienen cosas más urgentes y graves que atender, como Natale.
Esa construcción de personajes mediante reflejos, brilla especialmente con el niño perdido de la guerra que aparece en la madrugada para ganarse unas monedas.
Estamos en la cuneta mas allá del arrabal en que construirán su casa.
El crío no está arrasado, como aquel inolvidable niño que levantaba a hombros Lee Marvin en la más conmovedora escena de "The Big Red One", pero habla poco y desconfía mucho. No es una referencia al azar la del cine de Sam Fuller
porque cuando su pequeño pero significativo papel parecía haber
terminado, asoma al fondo del decorado cuando se retiran los
protagonistas pidiendo integrarse en el entorno de la manera más simple:
quedándose cerca.
Me parece todo su dibujo un edificante ejemplo de
cómo tratar a un personaje con la distancia justa y sin rastro del sentimentalismo con que se
fustiga a de Sica desde siempre, ya que ni una información sobre
su pasado, ni una esperanza sobre su futuro nos ha sido dada, que son las bases sobre las que se edifican los "males" del melodrama.
Intranquilidad y desasosiego acerca de él, de Luisa, Natale, los albañiles que les ayudan y hasta el miserable soplón que les pone la zancadilla,
todo el del mundo después de que cuanto conquista el film, su exigua victoria consiste en construir en una sola noche
una covacha al pie de las vías del tren, pero ¿dónde están la cursilería, la sensiblería, la
indulgencia, la manipulación emocional y el vano optimismo?