Una vez leí en un artículo del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince algo relacionado con esa costumbre del ser humano de afiliarse a las masas. Faciolince decía renegar de las masas porque en ellas el individuo deja de pensar y de funcionar como tal para empezar a pensar y a funcionar colectivamente. En la colectividad, obviamente, el individuo deja de ser él mismo para convertirse en otro, otro que es muchos.
Las causas colectivas, ya se sabe, generan movimientos importantes en la sociedad y por lo general obtienen resultados importantes. “Unidos venceremos”, “La unidad hace la fuerza”, “Todos somos esto”, “Todos somos aquello”, son las consignas que más se oyen de esas enormes gargantas combinadas.
Recientemente, un grupo reducido de poetas y de aspirantes a poetas en San Pedro Sula conocido con el nombre de Poetas del Grado Cero, con una abrumadora diferencia aproximada del 5 por ciento para los primeros y del 95 por ciento para los segundos, se ha dado a la tarea de buscar, de cualquier manera posible, multiplicarse, supongo yo, para dejar de ser el pequeño grupo original y convertirse en esa poderosa masa que ha de cambiarlo todo en el panorama de la poesía hondureña.
La tarea, obviamente, conlleva, para algunos de estos poetas (los del 5 por ciento), la deposición de sus principios fundamentales como supuestos individuos “cultores de la palabra” en nombre de la necesidad colectiva. El de no llamarle poesía a cualquier cosa, sería uno de esos principios. Así, se les ha visto en esos magno eventos poéticos, cortados con la misma tijera y revueltitos, a los poetas y a los prepoetas, agarraditos de la mano y probablemente escuchando cada uno en su cabeza ese clásico de “El Puma” que los lleva, con toda seguridad, a un horizonte de libertad, igualdad y fraternidad.
En su afán reclutador, el monstruo y su causa han acumulado muchos amigos, ya sea en la calle, en la universidad o en Facebook, y ahora todos pregonan al unísono los versos más solidarios de Neruda, los más cáusticos de Parra y los más desesperados de Panero, al tiempo que generan simpatía, ganan nuevos adeptos, admiradores y hasta socios.
Luego de un homenaje realizado al poeta, él sí, José Luis Quesada en la Alianza Francesa hace un mes, este grupo prepara lo que consideran será “el evento literario más importante del 2012”, con 45 poetas de todo el país leyendo sus cosas durante tres días en esta ciudad. El motivo esta vez es el centenario de la poeta, ella sí, Clementina Suárez.
Ya podemos imaginar una réplica del homenaje a Quesada, en el que poetas y prepoetas, otra vez agarraditos de la mano, reafirmarán su compromiso con Clementina, con la poesía, con un par de instituciones, con el mundo entero, en una solemne ceremonia partida en dos por la dulce voz, acompañada de guitarra, piano y baile, de Nidia de la Noche.
Desde ya circula en internet (y en 500 postes del alumbrado público) el afiche promocional del evento, en el que tres cuartas partes de los nombres que ahí se leen son meramente decorativos, pura estrategia de marketing de los organizadores, me permito suponer, afanados en captar más atención de la que merecen.
El fenómeno de la poesía reducida a la categoría de la banalización se produce en Honduras de manera intermitente cada cierto periodo de tiempo, y hasta ahora había sido Tegucigalpa la ciudad que estaba a la vanguardia (Olanchito es un ejemplo demasiado obvio), seguida de La Ceiba, Comayagua, Trinidad y San Pedro Sula. Para una correcta medición de este fenómeno basta observar la ferviente actividad “poética” que grupos de poetas igualmente fervientes mantiene en cada una de estas urbes y polos culturales del mundo, que incluye lecturas de redención en parques, mercados, prisiones, cuarteles, burdeles e iglesias, homenajes a los grandes nombres, antologías, festivales y un largo etcétera.
La banalización empieza a producirse justo en el momento en que el poeta o los poetas organizadores del baile deciden emparejarse con los prepoetas sin antes reparar en la diferencia de estatura, cosa que usualmente convierte aquello que organizan en algo patético y, obviamente, desastroso. Continúa con esa absoluta falta de rigor que les impide a todos, poetas y prepoetas, mirarse a sí mismos para darse cuenta de que con ellos y sus actos la poesía está cayendo en desgracia.
Desconocemos el propósito verdadero de todo ese “gran” movimiento generado alrededor de los Poetas del Grado Cero pero es lícito preguntarse (el verbo sospechar podría sonar demasiado fuerte) por qué en las listas de quienes suscriben tal movimiento y sus megaeventos literarios aparecen nombres de personas a quienes en ningún momento se les ha invitado a participar. ¿Acaso el hecho de engrosar una lista los convierte en un grupo más fuerte e influyente? ¿Acaso piensan que todos deberíamos compartir y aplaudir cada una de sus ocurrencias? ¿O es que acaso, en esta sociedad tan necesitada de solidaridad, resulta urgente identificar a quienes están de nuestro lado y quienes no? Y otra vez vamos al tema de “tomar partido”: a esa idea estúpida de que todo es blanco o es negro, olvidando que en toda actividad de la vida resultan ser las sutilezas las que determinan el rumbo correcto de las cosas.
Aplaudo esa energía casi juvenil que muestra Jorge Martínez en cada cosa que organiza, aplaudo esa voluntad de sus colaboradores en tratar de hacer de San Pedro Sula un lugar también propicio para la cultura y la poesía, pero creo que es necesario que se detengan por un momento a mirarse a sí mismos y que evalúen ese peligroso grado de identificación que están alcanzando con otros colectivos también reconocidos, a la larga, por acabar orinando fuera de la nica, como Paispoesible, en Tegucigalpa.
Recuerdo una ocasión del año 2003 en la que Jorge Martínez, Gustavo Campos y yo asistimos a un encuentro internacional de poetas en Tegucigalpa. Ahí leímos, ante unos 50 paispoesibles y uno que otro disidente, una ponencia que, entre otras cosas, reivindicaba la necesidad de tomarse la literatura como un oficio serio, más allá de alborotos en parques y mercados. Durante muchos años ese pequeño incidente, esa alusión a la soga en la misma casa de los ahorcados, simbolizó el espíritu de la perspectiva artística de los creadores de literatura de la zona norte del país, algo que, por muy insignificante que parezca, nos hacía sentirnos orgullosos de tener ciertos principios, cierta voluntad y sobre todo, dignidad como artistas. Esa, creo yo, debería continuar siendo la premisa para los creadores de literatura por lo menos de esta zona norte, tal como observamos en los inicios de este grupo llamado Poetas del Grado Cero, y no esa curiosa necesidad de aglomeración indiscriminada de poetas, prepoetas, verseros y copleros de pueblo en extraordinarias citas “poéticas” que tienen como fin, hay que ser sinceros, sólo hacer escándalo para acabar brindando con vino y boquitas mientras todos, palmaditas en la espalda, se felicitan sinceramente.