El último informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, confirmó la permanencia de Cuba y Venezuela en la llamada “lista negra”, porque las violaciones contra esos derechos “no ha variado”.
Esta situación violatoria ha permanecido en Cuba por décadas sin que se muestre un interés particular por resolverla, porque hacerlo significaría respeto a las libertades, asunto que va en dirección contraria a su proceso totalitario, por lo que continuarán haciendo caso omiso a la “lista negra” y a cuantas sanciones de esa índole se produzcan.
En cambio, el régimen no quiere permanecer en la lista del gobierno norteamericano de países terroristas o que cooperan con ese fin, y en este caso en particular, Raúl Castro se esfuerza y demuestra marcado interés en ser retirado de esa categoría. Pero no es por una vergüenza repentina tal aspiración; es que le resulta indispensable para garantizar su permanencia y la de sus herederos en el poder, pues solo siendo retirada Cuba de la lista, podrá hacer con los Estados Unidos los negocios imprescindibles para obtener las divisas que en gran parte podrían sacar a flote la maltrecha economía nacional y así asegurarse la continuidad.
Ambas sanciones, la de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, y la del Departamento de Estado norteamericano, son graves en sí mismas por lo que representan, solo que la primera, como no trae penalizaciones, es soportable para el nivel de desvergüenza del gobierno cubano, pero la segunda, en cambio, le ha llevado consecuencias prácticas insoportables en la actualidad. Habría que agregar que la dictadura fue resentida medularmente con la Posición Común de la Unión Europea, que junto a la del Departamento de Estado de los Estados Unidos, doblegaron la aptitud desafiante, de altivez y de soberbia de los hermanos Castro luego de aquella medida en extremo violatoria como fue la “Primavera Negra”, al encarcelar a 75 disidentes con la malévola idea de –en un futuro– intercambiarlos por sus cinco espías que cumplían condenas en Norteamérica, y que el mundo rechazó de manera general y categórica.Los golpes más contundentes asestados a la dictadura cubana han sido, entre otros, el repudio del derribo de la avioneta de “Hermanos al Rescate” y del fusilamiento de los jóvenes inocentes que intentaron llegar a Miami en una embarcación de transporte popular.
Mi pregunta sería en qué ha cambiado la dictadura de los Castro para que no se la considere violadora de los derechos humanos, o que el país no coopera con el terrorismo; todos sabemos que si no lo patrocina en la actualidad como quisiera, es precisamente por la asfixia económica.
Como acostumbran decir en Cuba, “otro gallo cantaría” si las condiciones materiales mejoraran; volverían a despertar los sueños hegemónicos que jamás han sido olvidados sino postergados hasta tiempos más propicios, en su afán preciso, central y no tan disparatado, de legitimar su frente “antiimperialista”, y desbancar a los Estados Unidos –su enemigo más poderoso ideológicamente– como primera economía mundial si cuentan con el apoyo de Rusia, China y el petróleo venezolano.
Confío en que el presidente Obama y su equipo de asesores lo saben muy bien, y confío también, en que sabrá jugar el ajedrez político donde se decide la libertad de Cuba y su destino, y por qué no, el de los Estados Unidos, al alimentar o desvanecer un cáncer en su ámbito geográfico.
Ángel Santiesteban-Prats
17 de mayo de 2015
Prisión Unidad de Guardafronteras
La Habana