Ya lo cantó Carlos Cano
en aquella Rota Oriental:
dónde están tus huertos
dónde tus calabazas y tomates
dónde tus melones y sandías,
dónde el dulzor
de una bahía perdida entre yankees
que se visten con trajes de camuflaje.
Nadie le respondió al cantautor
que ya nada es igual.
Que tú caminas descalzo
por otras tierras de labor,
que riegas cada mañana la almáciga
de un paraíso donde es mayo en otoño
donde el invierno se viste del mes de San Juan.
Hoy la tierra yerma de este lugar
anhela las caricias de tus manos
arañadas por el tiempo y el sol,
de tus pausas a la sombra de una higuera
de tu cigarro al abrigo del norte
del agua fresca, de un pozo sin brocal.
Hoy los bancos de las plazas
siguen escuchando tu voz grave,
riendo a carcajadas con historias
de un pasado sin nostalgia ni melancolía,
de los silencios entre palabras
que destierran los dogmas
por vestirse con la razón.
Bien temprano esta mañana
el cielo se despejó de nubes
por ese viento que no nombro,
en el barbecho de una ausencia
que no abrirá las puertas del olvido,
escribo tu nombre en la arena
rotulo tu apodo en mi piel.