Revista Cine

Otro Marlowe es posible: Adiós, muñeca (Farewell, my lovely, 1975)

Publicado el 03 mayo 2013 por 39escalones

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En los años setenta, Robert Mitchum contribuyó a actualizar el cine negro al protagonizar distintas revisiones que se filmaron de las obras de Raymond Chandler. Si en 1978 dio vida a Philip Marlowe en la nueva versión que de El sueño eterno (The big sleep, Howard Hawks, 1946) dirigió Michael Winner, titulada en España Detective privado y que, siendo más exacta como adaptación que la obra de Hawks, se atrevía, de forma un tanto exótica, a trasladar la acción a Inglaterra, tres años antes, en 1975, Mitchum encarnó al famoso detective en otra de las grandes historias de Chandler, Adiós, muñeca (Farewell, my lovely), ya filmada en 1945 por Edward Dmytryk con el título Historia de un detective (Murder, my sweet).

La película, filmada por el oscuro Dick Richards, sin duda el mejor título de su no demasiado prolífica ni interesante filmografía, contiene todos los elementos, formales y narrativos, típicos del cine negro y de las novelas de Chandler. Marlowe (Mitchum), rememora en un largo flashback la situación que le ha llevado a aguardar en una habitación de hotel al teniente Nulty (John Ireland), y que tiene que ver con dos casos que, como casi siempre, se han solapado de manera extraña hasta coincidir en un punto crítico. En primer lugar, Moose Malloy (el enorme, físicamente hablando, Jack O’Halloran), un ex convicto por atraco que acaba de salir a la calle, le contrata para que encuentre a su antigua chica, Velma, una bailarina de clubes de mala muerte de la que hace seis largos años que no tiene noticia y de la que sigue enamoriscado como un niño. La cosa no parece tan sencilla como un simple caso de desaparición porque, por un lado, Moose tiene la mano demasiado larga y amenaza con liquidar a todo el que pueda dar noticias de Velma, y por otro, algún grupo organizado de matones parece no tener mucho interés en que Marlowe progrese en sus investigaciones en el turbio mundo de los clubes nocturnos, que le ponen en contacto con una antigua propietaria borracha (Sylvia Miles, nominada al Oscar) y un antiguo músico del club de Velma. El otro caso le cae encima a Marlowe cuando cree tener resuelto el primero (ha encontrado a Velma ingresada en un manicomio, ya sin recuperación posible) de la mano de Lindsay Marriott (John O’Leary), un afeminado de perfumes muy intensos que lo recluta para que le sirva de acompañante en el pago de un rescate por la devolución de un valiosísimo collar de jade que le han robado a una buena amiga suya, Helen Grayle (Charlotte Rampling), esposa de un anciano juez muy importante en California y amiga de Laird Brunette (Anthony Zerbe), conocido hampón del lugar. Para complicar más las cosas, la búsqueda de Velma se reactiva, y Marlowe se ve envuelto en un difícil episodio con la brutal dueña de uno de los más afamados burdeles de Los Ángeles, una madame lesbiana con varios esbirros a su servicio, entre ellos un bisoño Jonnie (no menos bisoño Sylvester Stallone).

La película transita por los derroteros esperados: asuntos turbios, personajes ambiguos, ambientes sórdidos, locales de dudosa reputación, policías corruptos (Rolfe, interpretado por Harry Dean Stanton), dobles juegos, identidades disfrazadas, sobornos, asesinatos y una ciudad de cine y crimen a la que llegan como ecos lejanos las noticias sobre las evoluciones de los frentes de la Segunda Guerra Mundial.  Formalmente, la película no arriesga. De factura clásica, solvente y al mismo tiempo más explícita que su precedesora, por ejemplo, en el tratamiento de la violencia y del sexo, abunda en secuencias nocturnas y también en el empleo de músicas asociadas al género (predominantemente jazz, con la partitura de David Shire). Los recursos técnicos y narrativos empleados, como el doble flashback (es decir, un pasado contado a su vez desde la evocación de una situación pretérita) o su señalamiento, las imágenes onduladas que sirven de transición para los sucesivos saltos en el tiempo, van en consonancia, así como la meticulosa ambientación (vehículos, despachos, utensilios, objetos, armas, etc.). Pero la gran virtud de la película, y de cualquier adaptación de las obras de Chandler que se haga con el respeto debido a su autor, radica en Marlowe, en su magnetismo personal, sarcástico, violento y brutal según el caso, y en su maravillosa personalidad, su capacidad para la ironía, las réplicas agudas, los diálogos punzantes, su forma de utilizar el humor para sobrellevar el desagradable entorno en el que suele tener lugar su trabajo. Mitchum está espléndido en un personaje que se ajusta bastante a su verdadera naturaleza personal en varios sentidos, se mueve como pez en el agua (quizá algo más justo en los momentos de acción; la edad no perdona…), y viene fenomenalmente secundado por un elenco muy satisfactorio, desde Stanton a Zerbe, con especial mención al lacónico y grandullón O’Halloran. Por supuesto, destaca una Charlotte Rampling bellísima, sugestiva, perturbadora y casquivana, que de inmediato ve en su capacidad de seducción el arma con que controlar al detective.

En resumen, el cóctel ya sabido, pero siempre dispuesto para su disfrute, las alambicadas tramas de Chandler, en las que a medida que van avanzando casi se llega a perder pie (como le ocurrió a él mismo: recúerdese el episodio sin resolver en El sueño eterno: ¿quién mata a Owen Taylor, el chófer?), el humor sardónico de su protagonista, tanto con los policías como con los criminales (y no sólo suyo: por ejemplo, el conserje del hotel al que Marlowe le pregunta si hay ascensor, y que le contesta: “si lo hay, yo no lo he visto”; sencillamente genial), y el latido de una ciudad, Los Ángeles, que bajo su barniz de flashes y oropeles de Hollywood apenas puede ocultar un submundo sucio, cruel y sombrío, que se lleva más vidas e ilusiones por delante de las que caben en todos los kilómetros de celuloide posibles. Al fin y al cabo, una realidad que, ni en Los Ángeles, ni en el resto de los Estados Unidos, ni fuera de ellos, ha variado demasiado desde la publicación de la novela, en 1940, hasta hoy. Hay que tener cuidado con lo que se sueña, tanto si se cumple como si no.


Otro Marlowe es posible: Adiós, muñeca (Farewell, my lovely, 1975)

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