Hyatt se toma su tiempo para recrear lo que podría haber sido el origen de la escritura de los Hechos de los Apóstoles, porque busca involucrar al espectador a través de un proceso reflexivo y no meramente emotivo o visual. El guión nos presenta a un San Pablo anciano (James Faulkner) encarcelado en Roma, que es visitado por San Lucas (Jim Caviezel). El gobernador de la prisión es Mauritius Gallas (Olivier Martinez), militar cuya hija se encuentra gravemente enferma. El personaje de San Lucas sirve también de nexo con una importante subtrama de la película, centrada en la dura situación de los cristianos perseguidos por Nerón, a los que Aquila y Priscila (John Lynch y Joanne Whalley) intentan proteger.
Frente al silencio de los dioses paganos que no responden a las peticiones de Mauritius, el Dios que predica San Pablo habla a través de las vidas generosas de cristianos corrientes y pacíficos, enamorados de Cristo y dispuestos a seguirlo hasta la muerte si es preciso. Un contraste aplicable a nuestros días y que resuena en estas palabras del Papa Francisco: “El mundo odia a los cristianos por la misma razón que odiaban a Jesús: porque ha llevado la luz de Dios a un mundo que prefiere las tinieblas para esconder sus obras malvadas. Por esto, hay oposición entre la mentalidad del Evangelio y la mundana”.