En teoría yo no trabajo.
Digo en teoría, porque en la práctica no paro un segundo y hago un sinfín de cosas a las que otras personas les sacan tajada (o sea que lo hacen de forma profesional y cobran por ello): educadora, mujer de la limpieza, cocinera/nutricionista, chófer, personal shopper infantil, comercial (y de las buenas, ojo, que conseguir que un niño crea que su macedonia es muuuucho mejor que el bollicao del de al lado tiene mérito), animadora/organizadora de fiestas infantiles, dictadora, misionera, enfermera, logopeda, dragón asesino… y un larguísimo etcétera.
Lo que yo no tengo es un trabajo reconocido y, por tanto, remunerado. Un trabajo de verdad, con sus horarios de entrada y salida (sobre todo de salida, ¡bendito Feierabend!), sus días de descanso, sus vacaciones, sus tareas definidas, su jefe pesado/estupendo/asqueroso/guapo, su nómina, su interactuar con otros profesionales (aunque sea para mandarlos a la porra).
Esto último (lo del trabajo de verdad, quiero decir) también es sólo en teoría, porque en la práctica me han tomado el pelo como la que más.
Mi marido (más bien su padre, pero se acerca a la jubilación así que…) tiene una empresa familiar. No muy grande, de esas en las que no tiene que dar explicaciones por no ir un día o una mañana (y quedarse con los niños para poder ir yo al médico, o llevarlos al lago a nadar o a tirarse en trineo) pero que al mismo tiempo son súperabsorventes (monotema en las comidas/cenas/meriendas, “esta noche tengo que ir a la oficina”, “de vacaciones nos llevamos la pala y además hay que visitar al cliente tal o cual”…).
Mi marido (y mi suegro) quieren que trabaje en la empresa familiar. Me he negado en rotundo desde el principio (aunque sé que algún día, por el tipo de negocio, que me encanta, la estructura del mismo y, sobre todo, que no hay más empresas (ni tan “simpáticas” ni pendientes de mi bienestar personal) a varias decenas de kilómetros a la redonda, caeré), por eso de que es malo que todos los huevos estén en la misma cesta y eso otro de que donde ganes la olla no metas la… pues eso.
El caso es que, como es una empresa pequeña, del tipo me-crecen-los-clientes y aquí-lo-hacemos-todo-un-poco-sobre-la-marcha, me empezaron a liar: primero que si no entiendo este e-mail en español (traduce tú, que es tu lengua materna), luego que si no sé contestarle (redáctame un e-mail en español y yo lo firmo), más tarde que si ha llamado el cliente y el que escribe como un nativo habla como un indígena y no nos entendemos (o sea, te he creado un e-mail corporativo, firmas con tu nombre y atiendes tú a ¡voilà! TU cliente), ahora que estás en España seguro que no te importa ir a ver al susodicho (y para que quedes bien, te he hecho unas tarjetas de la empresa).
Estos “favores” me quitan mucho tiempo que podría invertir en actividades lucrativas de verdad (por ejemplo, traducir desde casa) y, además, como su nombre indica, no los cobro: al fin y al cabo de la empresa comemos todos y me interesa que siga adelante, no quiero formalizar una relación comercial y hacerme de alguna manera dependiente de mi suegro...etc.
El otro día en Madrid estuve toda la mañana haciendo gestiones. 4 horas en total. 4 horas durante las que me sentí importante, valorada, motivada y útil, en las que interactué con adultos (y sin hablar de niños, lactancias, colechos, colegios…). 4 horas durante las cuales mis niños estuvieron a buen recaudo y disfrutaron. 4 horas durante las que no gasté nada del compartimento diario de paciencia niñil que descubrí que tengo… o tenemos todos.
Supongo que las madres que trabajan y se pasan el día haciendo malabarismos agotadores (o sea, todas las que trabajan) para que sus hijos no se sientan abandonados ni sus jefes engañados, que llegan agotadas a casa y necesitan 30 min. de sofá que no tienen (porque toca hacer de dragón asesino o poner lavadoras), que trabajan porque no les queda otra y demás, se sentirán ahora mismo, con este post, igual que yo cuando la gente se piensa que estar en casa con los niños es igual que estar de vacaciones.
Pero de verdad que yo ese día lo disfruté como nada y ahora, tonta de mí, tengo el trabajo idealizado. El trabajo así, quiero decir: de buen humor, sin oficina ni ordenador, en verano, por la mañana, con chica en casa, llegar a casa deseando ver a los niños (y no estar deseando que se echen la siesta)...
En dos años más o menos, cuando empiece de verdad (removeré cielo y tierra y trataré de ignorar las miradas acusadoras de las Übermütter del mierdapueblo y alrededores), puede que me acuerde con nostalgia de esta etapa. Ahora mismo, sin embargo, de lo que me acuerdo es de ese día y no puedo pensar en otra cosa.