Written by valedeoro // 18/12/2012 // felicidad // No comments
Una lección de paciencia
La estación de tren parecía abandonada. El dueño de un bar en la estrada nos confirmó que llegaría un tren, así que nos sentamos en el andén completamente vacío. Parecía que nadie había estado en esta estación desde hacía tiempo. El tiempo fue pasando. 17:10. 17:15. 17:20. ¿Cuánto retraso puede tener un tren portugués?
A las 17:25 decidimos preguntar en el otro bar, a 200m de la estación. La señora del bar nos informó que la estación de tren sí que funcionaba, y que hoy ya había pasado un tren. Solo que ella no sabía si iba a pasar otro, ni cuando sería eso. Que preguntáramos mejor en la tienda de al lado que a lo mejor nos podían ayudar.
Mi yo organizado ya estuvo a punto de tener una crisis de nervios. ¿Cómo puede ser que ni siquiera sepan si pasará un tren? Si no lo sabe la gente que trabaja del lado, quién lo iba saber? Y justo en ese momento, el tren entraba en la estación.
Dimos media vuelta, intentando alcanzarlo corriendo. Grité, agité los brazos. Los pasajeros que acababan de bajar, se unieron a mis gritos, pero el conductor ni se inmutó. Justo cuando llegué a la puerta, el tren se puso en marcha. Sin nosotras.
Una lección de aceptación
Eran las 17:35. A lo mejor, el tren ya venía con retraso y no podía permitirse perder otros 30 segundos. O quizás el conductor había tenido un mal día. O simplemente no nos vio. Ahí se quedó nuestro plan de llegar tranquilamente a Portimao. Ni siquiera sabíamos si iba a pasar otro tren ese mismo día. Estábamos en medio de la nada en el sur de Portugal, fuera de temporada alta. ¡Qué RABIA! Y yo tenía tantas ganas de participar en el torneo!
Resignadas nos sentamos nuevamente en el banquillo. Uno de los pasajeros nos dijo que había otro tren alrededor de las 18:00. Tocaba esperar y aceptar que no siempre la vida funciona como queremos. Por lo menos no llovía. La puesta del sol era maravillosa. Y todavía teníamos un par de deliciosas mandarinas de la región.
Y entonces se acercó la señora de aquel primer bar.
Una lección de agradecimiento
Tania es del norte de Portugal. Vino al sur por trabajo, aunque no le guste mucho estar aquí. Le dió rábia cuando vió cómo el conductor del tren se fue. “En el norte, eso no habría pasado”, me dice. Y para que veamos el alma de la Portugal verdadera, nos ofrece llevarnos a Portimao en su coche. Su amiga se encargará del restaurante mientras ella recorre los 30 km con nosotros. Nos comenta que durante esta época casi nunca hay clientes, porque no hay turistas.
Llegamos al mismo tiempo a Portimao que el tren. Tania nos deja en frente al Albergue y nos desea mucha suerte para el torneo de la noche. Ella nos ha dado mucho más que un viaje a nuestro destino.
Nos echó una mano, a pesar de no conocernos de nada. Y me inspira para estar atenta a cuando otros necesiten una mano.
Nos ayudó cuando hubiera sido mucho más fácil quedarse en su bar. Y me inspira a la hora de implicarme cuando veo que alguién está en apuros.