Cada vez son más los niños que al crecer se convierten en déspotas, chantajistas y en el peor de los casos, agresores de sus propios padres. Los siguientes ejemplos están basados en hechos reales:
El niño de doce años, hielo en las pupilas, mira desafiante a su madre y tira la bomba: “O me compras la playstation o me tiro a la carretera” desafía. La madre se queda sin palabras, blanca como la pared y trata de razonar. “Ahora no podemos, quizá cuando llegue tu cumpleaños”. La tregua dura un suspiro, el niño da un paso al frente y salta al infierno del tráfico. Afortunadamente, el conductor lo ve y estrangula el freno y detiene el vehículo a un metro del niño. Cuando la madre se sienta en la consulta del psiquiatra admite lo evidente: “no podré negarle nada”.
Hay niños que lo quieren todo, lo quieren ya, tiranos ¿quiénes son?
“Niños que imponen su voluntad y crecen con esa actitud, sin respetar a los demás” argumenta J.R. Gutiérrez Casares, jefe del servicio de psiquiatría infantil del hospital de Badajoz. “Niños intolerantes, con muy poca capacidad de tolerar la frustración” añade F.J. Quintero Gutiérrez del Álamo, especialista en psiquiatría.
“Antes también había casos de este tipo, pero quizá con menos intensidad, con menos frecuencia”, comenta el psiquiatra.
Las escuelas de padres, los pediatras y psiquiatras se enfrentan a un mal de esta sociedad que parece ir en alza. “El niño empieza decir NO a los dos años e incluso antes, entonces la pelea con el adulto es casi un juego, pero los padres deben saber controlar estas rabietas de sus hijos. Hay que ignorarlas. Si les hacen caso, el tirano evoluciona y espera que el sistema social le haga caso igual que se lo hacen sus padres”, apunta el especialista.
El doctor Quintero añade que hay que educar ese carácter del pequeño desde la lactancia. “A medida que pasa el tiempo es más difícil retroceder. Nos encontramos con un adolescente que hace lo que quiere, cuando quiere. Un verdadero problema, tal vez irresoluble.
Padres Sobreportectores
¿Qué tipo de padres convive con estos pequeños déspotas? El jesuita Lluis Armengol, fundador hace treinta años de la escuela activa de padres del Clot en Barcelona, ha conocido a muchos. “Son sobreprotectores, de los que cuando no le dejan un juguete a su hijo en el parque van inmediatamente a la tienda a comprar uno igual. No hay que tener miedo a frustarles. Si los niños piden algo que no creemos conveniente no hay que dárselo. Antes los padres eran autoritarios y eso era malo. Pero el otro extremo no es mejor. A veces cuando los padres quieren imponerse ya es demasiado tarde: los adolescentes ya les han puesto la mano encima” relata Armengol.
La casa es un infierno
Hay niños tan acostumbrados a imponer su voluntad a sus progenitores que pueden convertir sus casas en un auténtico infierno. “Han aumentado las agresiones, sobre todo las verbales. Y no es raro que causen la separación de los padres. O la pareja es muy segura o la convivencia termina por quebrar, por afectar a los hermanos menores. Algunos envían al pequeño a un internado al extranjero, para alejarles de casa” admite el doctor Gutiérrez Casares. Hay niños tan determinados a salirse con la suya que incluso utillizan el suicidio como arma.
¿Qué hay que hacer? ¿Es útil el castigo para este tipo de niños?
El doctor Gutiérrez dice que más que castigo, prefiere el premio cuando se hacen las cosas bien. “Hay que poner los límites, y no dejar que el niño se los salte cuando quiera. Hay que hacerle entender una idea: te quiero porque eres mi hijo, pero no me gusta ese comportamiento que tienes, no hay pastillas mágicas, pero los padres que aguantan, cambian mucho la conducta del niño”.
Como es de suponer, no es algo que se dé de la noche a la mañana, sino es un proceso que se ha ido generando desde la cuna, pasando por la formación y educación al interior de la familia, que no es otra que lo que entregamos a diario con nuestro propio ejemplo : valores, principios, formación moral. Saber discernir lo que es bueno de lo que es malo.
Si quiere tener hijos déspotas, verdaderos dictadores que lo desprecien y se transformen en un tormento por tener que soportarlos y sienta vergüenza de que los demás se den cuenta de su fracaso como padre, siga estos consejos:
- Enséñele a ser corrupto, déle todo lo que exija al instante para evitar su rabieta : dinero, juguetes, dulces y salidas sin restricción.
- Ríase y celébrele todas sus groserías, tonterías y robos.
- Acostúmbrelo a no tener respeto ni valores, hábitos, normas y reglas en el hogar.
- Colóquese a la misma altura de su hijo/a y permítale que tutee y se comporte insolente con los adultos.
- Recójale todo lo que tira, desordene y limpie lo que ensucia.
- Déjele el computador y el televisor en su habitación.
- Papá y mamá : descalifíquense, discutan y cointradíganse para que aprenda violencia intrafamiliar.
- Nunca le reproche su comportamiento negativo, para “no hacerlo sufrir” con sus necias pataletas y que sea defendido por la abuela o tía para que aprenda a ser rebelde.
- Permítale que primero juegue y cuando quiera haga sus tareas y si no quiere que no las haga.
- Justifíquelo y déle la razón cada vez que sea reprendido por su profesor, policía o vecino.
El Valor de decir NO
Se ha tendido siempre a vincular el problema de los niños déspotas con la condición de hijo único. La teoría tiene cierto fundamento por cuanto los niños sin hermanos suelen recibir un exceso de atención paterna. La lógica entrega afectiva de los progenitores hacia su único vástago tiende a malcriar al niño que, en determinadas situaciones, siente que se encuentra en una posición de fuerza. Valiéndose del chantaje emocional, comprueba que obtiene cualquier cosa que desea. Los padres, en muchas ocasiones no son conscientes de la dinámica en la que incurren hasta que la situación se hace insostenible. Se puede llegar incluso hasta el punto de sufrir agresiones físicas y psicológicas por parte del menor.
No se puede negar la evidencia en cuanto a que los niños déspotas aparecen con mayor proclividad entre los unigénitos, si bien ello no excluye los casos en infantes con hermanos. Ante actitudes beligerantes exacerbadas por parte de los menores, los padres no deben dudar a la hora de consultar con los especialistas psicológicos. El diagnóstico de estos incluso llegará a liberar de la sensación de culpa que suelen albergar los padres ante el inadecuado comportamiento de su vástago. Pues ese es otro gran problema derivado de este trastorno conductual. Los padres tienden a sentir que han fracasado en la educación del crío, a la vista de la conducta que el niño presenta.
Los niños siempre pretenden forzar las situaciones al límite para ver hasta dónde llega su poder. Resulta fundamental que los adultos que los rodean sepan cuándo decir no, ante actitudes que desbordan el límite de lo aceptable. Ese ?no? a tiempo puede constituir el dique que marque la diferencia de separación entre un niño déspota y el natural carácter caprichoso de los infantes. En la medida de lo posible, las actitudes correctoras de los adultos no deben caer en el castigo físico pues el bofetón o el azote son interpretados por los menores como una pérdida de control del adulto. Precisamente es el control de las situaciones lo que el niño déspota va buscando. Ver flaquear a los adultos de su entorno es tanto como otorgarle el triunfo que tanto ansiaba.
Los padres que en su infancia han sufrido maltrato de sus propios progenitores son proclives a criar niños déspotas, pues pretenden dar a sus hijos todo el amor que ellos no recibieron. Esto está muy bien pero en ese celo tienden a confundir el bienestar del menor con el excesivo consentimiento.
Fuentes consultadas:
- malagapsico.com
- gustavoiquique.blogdiario.com
- saluspot.com/