Se la desterró de manera humillante con los niños más pequeños, con los que empezaban a aprender el abecedario. Aunque Liesel era y pálido saco de huesos, se sentía gigantesca entre los párvulos, y a menudo deseaba palidecer hasta desaparecer por completo.
Ni siquiera en casa sabían cómo aconsejarla.
-No le pidas ayuda a ese - sentenció Rosa-. Menudo saukerl. - Hans estaba mirando por la ventana, como tenía por costumbre-. Dejó el colegio en cuarto curso.
Sin volverse, Hans respondió con calma, aunque lanzando dardos envenenados:
-Bueno, pues tampoco le preguntes a ella. - Se le cayó un poco de ceniza-. Lo dejó en tercero.
En la casa no había libros (aparte del que Liesel atesoraba en secreto debajo del colchón) y lo único que podía hacer era repasar el abecedario entre dientes antes de que le dijeran que se callara, en términos nada equívocos. A saber qué mascullaba. Hasta al cabo de un tiempo, cuando se produjo el incidente de la incontinencia nocturna en medio de una pesadilla, no empezaron las clases de lectura adicionales. Extraoficialmente se las llamó clases de medianoche, aunque solían comenzar cerca de las dos de la mañana. Pronto volveremos sobre el tema.
A mediados de frebreto, al cumplir diez años, a Liesel le ragalaron una muñeca vieja de pelo rubio al que le faltaba una pierna.
-No hemos podido hacer más -se disculpó el padre.
-¿Qué estás diciendo? Ya puede darse con un canto en los dientes por tener lo que tiene -lo reprendió Rosa.
Hans continuó observando la pierna que le quedaba a la muñeca mientras Liesel se probaba el nuevo uniforme. Cumplir diez años era sinónimo de Juventudes Hitlerianas. Las Juventudes Hitlerianas eran sinónimo de un pequeño uniforme marrón. Al ser una chica a Liesel la apuntaron a lo que llamaban la BDM.