Revista Opinión

“Páginas Libertarias” de Héctor Ñaupari

Publicado el 08 septiembre 2012 por Ibizamelian

“Páginas Libertarias” de Héctor Ñaupari

“Páginas Libertarias” sintetiza la gran lucha de Héctor Ñaupari por dar a conocer las ideas liberales. Labor realizada durante una década, en la que se esfuerza en diferenciar los fundamentos de este movimiento del resto. Eliminando estereotipos y falsos clichés que a lo largo del tiempo los enemigos de la libertad han ido tejiendo alrededor del liberalismo. Como colofón de esta magistral obra se aportan las entrevistas realizadas a dos liberales de pro: el catedrático de economía Jesús Huerta de Soto y el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Conversaciones de las que se desprende la pasión por unas ideas que liberaron al mundo de la opresión y cerraron las puertas del Antiguo Régimen.

Mas leyendo las palabras de Héctor Ñaupari, vino a mi mente la amarga advertencia de Murray Rothbard, ilustre miembro de la Escuela Austriaca de Economía. Quien en su libro “Hacia una Nueva Libertad: El manifiesto libertario” nos prevenía sobre el empeño de ciertos sectores en retornar al pasado, al objeto de recuperar nuevamente sus privilegios. Llevando a cabo, para conseguir tal propósito, una dantesca campaña mediática que busca confundir a la población. Rebautizando vocablos y reinterpretando los hechos. Desplazando al liberalismo y utilizando la táctica del “enemigo único”, al verter sobre él los males padecidos por el difamador. Describiendo Rothbard este proceso histórico de la siguiente manera:

“(…) El objetivo de los liberales fue recuperar la libertad individual en todos sus aspectos. En la economía, se redujeron drásticamente los impuestos, se eliminaron los controles y las regulaciones; la energía humana, la empresa y los mercados quedaron en libertad para crear y producir en intercambios que beneficiarían a todos, y también a la masa de los consumidores. Por fin los emprendedores serían libres para competir, desarrollarse y crear. Desaparecerían las trabas impuestas sobre la tierra, el trabajo y el capital. La libertad personal y la libertad civil quedarían garantizadas contra las depredaciones y la tiranía del rey o sus elegidos. (…) La paz fue, también, el dogma de política exterior de los nuevos liberales clásicos; el antiguo régimen de engrandecimiento imperial y estatal en busca de poder y riqueza sería reemplazado por una política exterior de paz y libre comercio con todas las naciones. (…)

(…) hacia comienzos del siglo XIX, se denominaba a las fuerzas del “laissez-faire” “liberales” o “radicales” (a los más puros y más coherentes de ellos), y la oposición que deseaba preservar el Antiguo Orden o volver a él era ampliamente conocida como los “conservadores.”(…)

(…) Hacia mediados, y sobre todo hacia finales del siglo XIX, los conservadores comenzaron a darse cuenta de que su causa estaba inevitablemente perdida si insistían en aferrarse al pedido de cancelación absoluta de la Revolución Industrial y de su enorme aumento en los niveles de vida del público, así como también si continuaban oponiéndose a la ampliación del sufragio, con lo cual se manifestaban abiertamente opositores a los intereses de ese público. Por ende, el “ala derecha” (un nombre basado en un hecho casual, a saber, que durante la Revolución Francesa el vocero del Antiguo Régimen se sentaba a la derecha de la Asamblea) decidió cambiar su funcionamiento y actualizar su credo estatista eliminando la oposición categórica hacia el industrialismo y el sufragio democrático. Los nuevos conservadores sustituyeron el antiguo odio y desprecio del conservadurismo hacia las masas por el engaño y la demagogia, cortejándolas con los siguientes argumentos: “Nosotros también estamos a favor del industrialismo y de un nivel de vida más alto. Pero para alcanzar esos fines, debemos sustituir la rapacidad del mercado libre y competitivo por la cooperación organizada; y, por sobre todas las cosas, debemos reemplazar los principios liberales de paz y libre comercio, que destruyen a la nación, glorificando la guerra, el proteccionismo, el imperio y las proezas militares.” Para lograr todos estos cambios, se necesitaba un Gobierno Grande, en lugar de uno mínimo.

Y por lo tanto, a fines del siglo XIX retornaron el estatismo y el Gobierno Grande, pero exhibiendo ahora una cara favorable a la industrialización y al bienestar general. El Antiguo Régimen retornó, aunque esta vez los beneficiarios resultaron ligeramente alterados: ya no eran tanto la nobleza, los terratenientes feudales, el ejército, la burocracia y los comerciantes privilegiados (que deseaban mantener el sistema restrictivo “mercantilista” (…) de altos impuestos, controles y privilegios monopolísticos otorgados por el gobierno), sino más bien el ejército, la burocracia, los debilitados terratenientes feudales y, sobre todo, los fabricantes privilegiados. Liderada por Bismarck en Prusia, la Nueva Derecha formó un colectivismo de extrema derecha basado en la guerra, el militarismo, el proteccionismo y la cartelización compulsiva de los negocios y las industrias – una gigantesca red de controles, regulaciones, subsidios y privilegios que forjaron una gran coalición del Gobierno Grande con ciertos elementos privilegiados en las grandes empresas e industrias.

Había que hacer algo, además, respecto del nuevo fenómeno del gran número de trabajadores industriales asalariados: el “proletariado”. Durante el siglo XVIII y comienzos del XIX, en realidad hasta bien entrado el siglo XIX, la masa de trabajadores apoyaba el “laissez-faire” y el libre mercado competitivo como lo mejor para sus salarios y condiciones laborales, como obreros, y para un rango cada vez más amplio de bienes de consumo baratos, como consumidores. Incluso los primeros gremios, por ejemplo en Gran Bretaña, creían firmemente en el “laissez-faire”. Los nuevos conservadores, guiados por Bismarck en Alemania y Disraeli en Gran Bretaña, debilitaron la voluntad libertaria de los trabajadores derramando lágrimas de cocodrilo respecto de las condiciones de la mano de obra industrial, cartelizando y regulando la industria, poniendo trabas intencionalmente a la competencia eficiente.

Por último, a principios del siglo XX, los nuevos conservadores, el “Estado Corporativista”- entonces y ahora, el sistema político dominante en el mundo occidental – incorporaron a gremios “responsables” y corporativistas como socios menores del Gobierno Grande y favorecieron a las grandes empresas en el nuevo sistema de decisión estatista y corporativista. Para establecer este nuevo sistema, para crear un Nuevo Orden que era una versión modernizada y disfrazada del Ancien Régime anterior a las Revoluciones Estadounidense y Francesa, las nuevas élites gobernantes debían tender una gigantesca estafa al engañado público, un engaño que continúa en la actualidad.(…)

(…) Si los liberales partidarios del “laissez-faire” estaban confundidos por ese nuevo recrudecimiento del estatismo y el mercantilismo, ahora como “estatismo progresista corporativo”, otra razón para la decadencia del liberalismo clásico hacia fines del siglo XIX fue el crecimiento de un nuevo movimiento peculiar: el socialismo. Éste comenzó en la década de 1830 y se expandió enormemente después de 1880. Su peculiaridad consistía en que se trataba de un movimiento confuso e híbrido, influido por las dos ideologías polarmente opuestas y preexistentes, el liberalismo y el conservadurismo. De los liberales clásicos, los socialistas tomaron una franca aceptación del industrialismo y de la Revolución Industrial, una temprana glorificación de la “ciencia” y la “razón”, y una devoción, al menos retórica, por los ideales liberales clásicos tales como la paz, la libertad individual y un nivel de vida ascendente. (…)

(…) El socialismo era un movimiento confuso e híbrido porque intentaba alcanzar los objetivos liberales de libertad, paz, armonía industrial y crecimiento – que sólo pueden ser logrados a través de la libertad y la separación del gobierno de casi todo – imponiendo los antiguos medios conservadores del estatismo, el colectivismo y el privilegio jerárquico. Estaba destinado a fracasar, y de hecho fracasó (…).

(…) Hasta fines de 1848, los militantes del liberalismo francés del “laissez-faire”, como Frédéric Bastiat, se sentaron a la izquierda en la asamblea nacional. Los liberales clásicos habían comenzado como el partido radical, revolucionario en Occidente, como el partido de la esperanza y del cambio en nombre de la libertad, la paz y el progreso. Fue un grave error estratégico dejarse desplazar, permitir que los socialistas se presentaran como el “partido de la izquierda”, dejando a los liberales falsamente colocados en una posición centrista poco clara, con el socialismo y el conservadurismo como polos opuestos. Dado que (…) es precisamente un partido de cambio y de progreso hacia la libertad, al abandonar ese rol abandonaron también gran parte de su razón de ser, en la realidad o en la mente del público. (…)”

Volver a ese rol es lo que pretende Héctor Ñaupari, definiendo en “Páginas Libertarias” claras estrategias que nos retornarían a él si se llevasen a cabo. Recordándonos que es obligación de todo aquel que se sienta liberal aportar su granito de arena en tan ardua tarea. Es por ello que animo al lector a profundizar en los fundamentos de esta corriente a través de los escritos del abogado y escritor Héctor Ñaupari.

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“Páginas Libertarias” de Héctor Ñaupari

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