Parece que el eterno e inspirador tema de la madre ha vuelto a invadir las pantallas de este año cinematográfico. El último en añadir su particular visión de la figura materna ha sido el imprevisible Gregg Araki, inspirándose libremente de la novela homónima de 1999, de la siempre inspirada, Laura Kasischke (Suspicious River…).El cineasta americano, figura de proa del cine queer de los años 80 y 90, alterna dos registros bien diferenciados. El lado canalla y provocador de sus inicios, Vivir hasta el fin (1992), Totally F***ed Up (1993) o Maldita generación (1995), con ramalazos que llegan hasta a actualidad, Kaboom (2010), con un cine más serena y profundo, con su cumbre máxima alcanzada con la joya, Oscura inocencia (Piel misteriosa) (2004).Gregg Araki parece haber querido compaginado, ambas formas, al abordar su última producción. Si bien el resultado es, por momentos, desequilibrados, no por ello podemos negar el poder de atracción que desprenden las protagonistas de su última película.Por un lado, Shailene Woodley, perfecta en adolescente que, enfrentada a la desaparición de su madre, debe recrear un universo familiar con un padre sin demasiada personalidad y un propio intenso despertar sexual, a finales de los 80 (aunque parezca más bien situada en los puritanos años de décadas anteriores).Y por otro, la fascinante Eva Green (nadie puede lucir tan deslumbrantemente un imposible bañador verde como ella) que, en su línea de encarnar los personajes más frikis de la producción internacional, está construyendo una sorprendente y excitante galería de interpretaciones. Esta madre, frustrada sexualmente frente a un desdibujado marido, siente activadas sus hormonas a la vista del novio de su hija.Christopher Meloni, Shiloh Fernandez, Angela Bassett, Sheryl Lee y Mark Indelicato completan un reparto de lo mejor de los actores que navegan entre grandes producciones y trabajos más minoritarios, bajo una fotografía vintage y una banda sonora, como es habitual del director, a la altura de su exquisito gusto musical.Quizás sean sus imperfecciones las que aportan el encanto especial al film. O sencillamente la simpatía que despiertan los cineastas arriesgados, proponiendo a las actrices roles políticamente incorrectos, o abordando temas, como la sexualidad en EE.UU., que todavía encuentra enormes dificultades para ser tratada de manera natural. Y, sin duda alguna, un sorprendente final que, con total sinceridad, no me esperaba.