«Bajo su dirección [de Fritz Lang] tuve la ocasión de cometer mi primer suicidio en El ministerio del miedo. Después, me he suicidado a menudo pero ese suicidio fue el más significativo. No utilicé ni un revólver ni un cuchillo, sino unas tijeras de sastre muy impresionantes. Rápidamente revivido, me pareció evidente que debíamos trabajar juntos de nuevo. En La mujer del cuadro, me disparan en la espalda y expiro al pie de una escalera. De una película a otra, mi personaje había degenerado, ya que pasé del empleo de sastre a la de chantajista. Lang me hizo caer aún más bajo en Perversidad, film en el cual yo era un chulo que terminaba en la silla eléctrica, acusado de un crimen que no ha cometido.
Es necesario, sin duda, estimar a un hombre para aceptarle estos personajes… a menos que te lo paguen muy bien. Lang y yo tuvimos numerosas discusiones sobre lo que podía representar una carrera de actor fundamentada en la encarnación del Mal. Él creía que el espectador se acordaba generalmente del malvado. Y tenía razón, ya que La mujer del cuadro y Perversidad fueron los films que me impusieron realmente como actor. Perversidad fue mi película número dieciséis. He terminado recientemente Six Black Horses [Harry Keller, 1962], que es mi quincuagésimo film, y una vez más me opongo al Bien. Pero el personaje duro que represento en esta película es una mujercilla en comparación a los fascinantes personajes que Lang me ayudó a crear. Con él, aprendí a potenciar los aspectos de este heroico representante del Mal que le son más atractivos. No se le puede pedir nada mejor a un director».
(entrevista a Dan Duryea, 1962)