Revista Cine

Palabra de Orson Welles

Publicado el 19 junio 2023 por 39escalones

Orson Welles, un genio involuntario | EL DIARIO

-¿Cuál es el problema de Norteamérica?

-Si les hablo de las cosas que están mal, no será de las evidentes: estas son muy semejantes a lo que marcha mal en Francia, en Italia o en España. El problema del arte norteamericano -o mejor, uno de los problemas- es que las izquierdas traicionan a las izquierdas; es una autotraición. En un sentido, por estupidez, por ortodoxia y por lo eslóganes; en otro, por simple traición. En nuestra generación somos muy pocos los que no hemos traicionado nuestra postura, los que no hemos dado los nombres de otras personas…

Eso es terrible. Jamás se podrá acabar con ello. No sé cómo se puede volver atrás después de una traición parecida y que, sin embargo, difiere mucho de este ejemplo: un francés que colaborase con la Gestapo para salvar la vida de su mujer; este es otro tipo de colaboración. Lo malo de las izquierdas americanas es que han traicionado para salvar las piscinas. En mi generación no hubo derechas norteamericanas. Intelectualmente no existían. Solo había izquierdistas, y se traicionaban mutuamente. McCarthy no destruyó a las izquierdas: se vinieron abajo ellas solas, cediendo a una nueva generación de nihilistas. Eso es lo que pasó.

No se puede calificar de «fascismo». Creo que el término «fascismo» solo se debería utilizar para definir una actitud política bien precisa. Sería necesario encontrar una nueva palabra para definir lo que está pasando en América. El fascismo debe nacer del caos. Y Norteamérica, tal como yo la conozco, no está en el caos. La estructura social no se encuentra en estado de disolución. No, no corresponde a la verdadera definición del fascismo. Creo que son dos cosas simples y evidentes: la sociedad tecnológica no está acostumbrada a vivir con sus propias herramientas. Eso es lo que cuenta. Hablamos de esos instrumentos, los utilizamos, pero no sabemos vivir con ellos. La otra cosa es el prestigio de la gente responsable de la sociedad tecnológica. En esta sociedad, los hombres que la dirigen y los sabios que representan la técnica no dejan lugar para el artista que favorece al ser humano. En realidad, solo lo emplean para la decoración.

En «The Green Hills of Africa», Hemingway dice que Norteamérica es un país de aventuras, y que si desaparecen las aventuras, cualquier americano que posea ese espíritu primitivo debe marchar a otras partes a buscarlas: a África, a Europa, etc. Es un punto de vista intensamente romántico. Hay en él algo de verdad; pero si es tan intensamente romántico es porque todavía queda en América una enorme cantidad de aventuras. No se pueden imaginar todo lo que se puede hacer en el cine. Todo lo que necesito es un puesto en el cine; que alguien me dé una cámara. No hay nada deshonroso en trabajar en América. El país está lleno de posibilidades para expresar lo que pasa en todo el mundo. Lo que en realidad existe es un compromiso enorme. El tipo norteamericano ideal está expresado por el protestante, individualista, inconformista, y este tipo es el que se encuentra en proceso de desaparición. En realidad, quedan muy pocos.

-¿Qué relaciones tuvo con Hemingway?

-Mis relaciones con Hemingway siempre fueron muy jocosas. La primera vez que nos vimos fue cuando me llamaron para leer la narración de un filme que habían hecho él y Joris Ivens sobre la guerra española: se titulaba Spanish Earth (Tierra española). A mi llegada me encontré con Hemingway, que estaba bebiéndose una botella de whisky; me habían dado una serie de párrafos demasiado largos, aburridos; no se parecía en nada a su estilo, que siempre fue muy conciso y económico. Había frases tan pomposas y complicadas como esta: «he aquí los rostros de los hombres que están cerca de la muerte», y esto había que leerlo en un momento en que se veían en la pantalla unos rostros muchísimo más elocuentes. Yo le dije: «Mister Hemingway, sería mejor ver solo los rostros, sin hacer comentarios».

Eso no le gustó nada; y como hacía poco que había dirigido el Mercury Theatre, que era una especie de teatro de vanguardia, pensó que yo era una bruja o algo así; me dijo: «ustedes, niños afeminados del teatro, ¿qué saben de la guerra de verdad?» Tomando el toro por los cuernos, comencé a hacer gestos afeminados y le dije: «Mister Hemingway, ¡qué fuerte y qué grande es usted!» Eso le encolerizó y cogió una silla; yo cogí otra. Y allí mismo, delante de las imágenes de la guerra civil española que desfilaban por la pantalla, tuvimos una pelea terrible. Fue algo maravilloso: dos tipos como nosotros delante de aquellas imágenes que representaban a gente en el momento de luchar y morir… Acabamos dándonos palmaditas en la espalda y bebiéndonos una botella de whisky. Nos hemos pasado la vida entre épocas de gran amistad y otras en las que apenas nos hablábamos. Nunca he podido evitar burlarme finamente de él, y esto no lo ha hecho nadie; todos le trataban con un gran respeto.

(entrevista con Juan Cobos, Miguel Rubio y José Antonio Pruneda, 1965)


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