Revista Talentos

Palabras

Por Sergiodelmolino

Iba a escribir del 11-M, de cómo me abocó a uno de los trabajos más amargos e ingratos de mi vida profesional, en cómo me vi metido en la cada de una familia que había perdido a su hijo, en una casa donde todo, absolutamente todo, era dolor: cada palabra dicha, cada gesto, cada foto de la pared. Todo latía en un escozor intenso que se contagiaba y me paralizaba.

Y a mí me tocaba hacer las preguntas. A mí me tocaba contar su historia.

Por suerte, les gustó. Elogiaron una sensibilidad que dudo haber tenido y se sintieron a gusto con los textos que compuse. No sirvieron de nada, pero, al menos, no hicieron más daño, no depositaron más sal. Y eso, si no un triunfo, fue un consuelo, qué quieren que les diga.

Me acuerdo de ellos cuando llega esta fecha, pero esta vez no quiero escribir más del tema.

Así que, cambiando completamente de registro, os enseño esta foto, inédita hasta ahora:

Como se lee en la esquina inferior derecha está tomada en Zaragoza en 1927, y el hombre de la derecha es Hans Jürss, alemán del Camerún que se instaló en estas tierras en 1916. La foto me la ha mandado su nieta, Ana, que vive en Galicia y ha encontrado mi libro Soldados en el jardín de la paz, donde se cuenta la historia de algunos compatriotas de su abuelo. Me dice en un correo que me ha enviado, y que reproduzco en parte con su permiso:

Soy nieta de Hans, un alemán del Camerún que se afincó en Zaragoza en 1916 y se casó con “la bella de Calanda”, Francisca Jarque.

Tuvieron cuatro hijos; el mayor, mi padre, nació en la aldea alemana de donde era oriundo mi abuelo. Reresaron a España al poco de nacer mi padre (1920) y se quedaron en Zaragoza.

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial las autoridades militares alemanas instaron a la familia a que volviera a Alemania a cumplir con sus obligaciones de ciudadanos alemanes. Mi padre acababa de iniciar sus estudios de medicina y recuerda el acoso tan tremendo que sufrió por parte del cónsul de Zaragoza para alistarlo. Mi padre, tras presentar numerosos certificados médicos falsos y desoir sus llamadas, consiguió quedarse en España y se refugió en Valladolid donde continuó sus estudios.

Son reacciones que voy recibiendo y que me indican que mereció la pena escribir el libro. Alicia, nieta de Alfred Schott, botánico instalado también en Zaragoza en 1916, me dijo, tras leer mis Soldados: “Ahora entiendo muchas cosas de mi padre que no entendía”.

Al final va a resultar que no trabajo de balde, que mis palabricas aprovechan a otros. Tengan cuidado, porque si me lo ponen tan fácil y son ustedes tan agradecidos, no pararé de escribir libros, que cuando me da por algo soy muy terco.



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