Revista Opinión

Palabras tóxicas

Publicado el 01 agosto 2011 por Carmentxu

Lo que para una persona de a pie es un hogar, con sus fotos, cajas con cartas antiguas, de cuando se escribían cartas, su olor, sus recuerdos, sus libros, sus pequeñas grandes cosas y sus paredes que un día olieron a recién pintado, resulta que para una entidad financiera es un activo tóxico si a principios de mes no se traduce en cuota mensual, hipoteca mediante. Quizá de esa insalvable diferencia entre los dos significados de algo tan material como cuatro paredes venga todo el problema. Todo lo que no se pueda transformar en dinero constante y sonante o que no se pueda hacer constar en la columna de ganancias del balance adquiere se vuelve tóxico y, por tanto, digno de desprecio.
Esos productos que para los bancos son tóxicos, para quienes lo adquirieron en su día no sólo son de gran valor, sino que éste aumenta día a día, da dividendos emocionales que no tienen precio y generan beneficios récord año tras año.
Del desencuentro entre las palabras y su escisión en significados distintos según quien lo pronuncie derivan los problemas: cuando el planeta es un casino y no un espacio privilegiado a compartir y cuidar, las bolsas mesas de juego donde los ludópatas siguen haciendo sus apuestas ya acabada la buena racha que duró años, cuando los Estados dejan de ser garantes de la felicidad de sus ciudadanos y son fichas que van de mano en mano, cuando el mar, fuente de vida y de alimento, hogar de miles de millones de seres vivos, se convierte en un vertedero y el agua un líquido donde diluir la inmundicia. Así, según quién las pronuncia, palabras se vuelven tóxicas. Aquí un ejemplo práctico:


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