Revista Viajes

Palafito, estrellas y Crasquí

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Palafito, estrellas y Crasquí

Es la primera vez que vengo a Los Roques por tantos días. No había experimentado antes esta posibilidad de escribir sentada a la orilla de la playa; de quedarme un día en el pueblo viendo a los niños entrar al colegio, a los turistas irse y cómo es el movimiento usual de las posadas cuando se supone que todos estamos en la playa. De eso voy a hablar después, porque el Gran Roque cambia en el día, entra en una especie de sopor; queda atrapado en un ritmo lento que se hace más pesado con el sol inclemente.

Entonces, cuando estás por varios días, ya no sólo visitas los cayos más vendidos en los paquetes turísticos, que son los más cercanos: Francisquí, Madrisquí y Crasquí. No. Cuando tienes chance de moverte a tu antojo, cuando no hay prisa, siempre se puede ir un poco más allá y eso es lo que he tratado de hacer en este viaje. Y eso no es nada complicado de planear, porque todos los lancheros saben dónde está cada quien, qué paseo se puede hacer y cuál no. Hay un costo fijo, se pregunta tempranito en la mañana o la noche anterior si hay cupo; y en caso de que no, lo consiguen.

Palafito, estrellas y Crasquí

Así fue como decidimos ir hasta el Palafito. Había escuchado antes sobre lo curioso que era encontrarse, de repente en el mar abierto, a un palafito que parece que se estuviera cayendo. ¿Qué es lo curioso de ver algo que se está derrumbando? Eso, que está en el medio de la nada; rodeado de azules. Que no tiene nada y al mismo tiempo todo: unas sillas viejísimas, un sofá destrozado, una pintura de José Gregorio Hernández y otra de Bugs Bunny y Condorito; un puente de madera que lleva hacia el horizonte; colores raídos y la nota escrita en la pared a tinta roja: “Palafito privado. Dueño: Apolinar Lárez. Familia Lárez Mata”. Me gustan los tonos del mar en este lugar; el imaginarme atrapada en una historia de piratas, huyendo de no sé quién durante una noche y encontrarme al palafito como refugio perfecto. Cuando no hay prisa, la imaginación vuela.

Palafito, estrellas y Crasquí

Palafito, estrellas y Crasquí

De allí seguimos dando tumbos en la lancha hasta la Laguna de Rabusquí. El paisaje cambia porque aparecen los manglares; un azul que se vuelve verde, casi blanco, celeste, turquesa y en cierto momento, color paz. Ese lo acabo de inventar. En Rabusquí las estrellas de mar están por todos lados; aquí lamenté mucho no tener una cámara acuática para poder tenerlas más de cerca, sin sacarlas del agua. Es muy emocionante ir lento en la lancha y comenzar a contarlas. Mejor aún, bajarse y caminar entre ellas con el agua por la cintura. Es inevitable no querer tocarlas, ver sus colores y darse cuenta que no son blanditas; siempre creí que lo eran. Las estrellas de mar tienen cuatro, cinco o seis puntas. Las de seis son difíciles de ver y dicen los roqueños que si al sacar una, tiene las seis puntas, entonces hay que pedir un deseo. Lo increíble de todo esto es que al primer intento de tocar una estrella, fue precisamente una de seis puntas la que estaba ahí como esperando. Y así pedí un deseo.

Palafito, estrellas y Crasquí

Diez minutos más allá estaba Crasquí, que si bien es uno de los cayos más cercanos al Gran Roque y, por lo tanto, uno de los más visitados; estaba bien para terminar de pasar la tarde. Antes de llegar, hicimos una parada inesperada en Isla Agustín que fue como un regalo. Aquí está el Rancho de Polito, un lugar pintoresco, lleno de cositas curiosas en el que, según me dijeron, se come el mejor pescado frito y la langosta. Detallar el lugar da risa: hamacas, un diablo de Yare, botellas como móviles, un barco, una chapaleta al descuido, cuadros raros y el mar de fondo que se ve como mágico, como más azul. A mí no me dejan de sorprender los azules de Los Roques.

Así que después del Rancho, sí continuamos el camino hasta Crasquí. Además de hermoso y tranquilo, muy tranquilo; tiene varios cafés y restaurantes pequeños bastante curiosos; sitios que comprueban que para agradar al turista, sólo hace falta un poco de imaginación y el don de sonreír. En Crasquí me sorprende el final de la tarde, el brillo del sol y el silencio absoluto.

Palafito, estrellas y Crasquí

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