El empirismo es sumamente útil. No hay nada como la prueba-error para aprender, a lo bizarro, y sin red. A fuerza de probar, una amiga suya va a batir, sin proponérselo, un récord olímpico de catadora de camas. Al principio, era por diversión. Después, para probar o refutar una hipótesis científica. Su amiga pensaba que los sobrados, es decir, los hombres con una gran seguridad y confianza en ellos mismos, estaban bien dotados. Ergo la seguridad, o parte de ella, radicaba en una ración extra de generosidad cárnica por parte de la madre naturaleza. Al parecer, esta hipótesis fue ganando fuerza hasta que, un día, vaya por Dios, su hipótesis se desinfló. Encogió. Había dado con un triunfador, sí, pero tal vez sus ínfulas por aparentar, por crecer, se debían aotras carencias. Y esto se dio una y otra vez. Qué poco dura la alegría en casa del pobre. La suerte, ya saben, va a rachas.

Hay muchas teorías sobre la importancia del tamaño del miembro. Ninguna de ellas relaciona tamaño y placer. La última, la leía ayer mismo en LAS PROVINCIAS con motivo de una entrevista al investigador Pere Estupinyà, autor del libro S=EX2. En ella, desgranaba que ciertas investigaciones continuaban siendo falocéntricas por motivos obvios y que, más allá, de los tallajes microscópicos –que suelen denotar problemas físicos- el tema del tamaño suele preocupar más a los hombres que a las mujeres. Pero lo que el investigador no sabía, ahora que está tan de moda aquello del #postureo, es que las mujeres son más #follamentes que otra cosa. Es decir, necesitan, necesitamos, un poso. Pero tampoco les va a engañar. Si al desenvolver el papel de regalo, resulta que el chocolate contiene una gran sorpresa, la niña que llevamos dentro comienza a dar palmitas…
