Revista Medio Ambiente

Para combatir el dolor tienes que aceptarlo – segunda sesión Grinberg

Por Valedeoro @valedeoro

esculptura de una máscara[Este es el segundo relato sobre mi experiencia con el método Grinberg, para trabajar mi experiencia con una ruptura emocional, ya que el estrés se manifestó también en forma de contracturas musculares. He decidido compartir mi proceso de aprendizaje a través de una pequeña serie, para que lo pueda recordar y para recomendar el excelente trabajo que realiza Iván. Puedes leer la primera parte aquí.
Cada relato fue escrito el día posterior a la sesión, así que hay plasmado mi estado de ánimo en aquel momento.]

A nivel teórico aprendí que hay que aceptar el dolor para poder vencerlo. En teoría sabía de que mi respiración y mi consciencia son antídotos poderosos para poder enfrentarme a los cambios que la vida me exige. Pero el cuerpo no entiende de teoría y como siempre, hace falta practicar para poder alcanzar la maestría. Así que llego a la segunda sesión con mi mente analítica perfectamente preparada y mi cuerpo tan estresado como siempre. No te puedes esconder de tu propio cuerpo.

Es imposible engañar a tu cuerpo

Tu cuerpo es un espejo bastante inmediato de tu bienestar emocional. Puedes esconderte tras de una máscara de actividades frenéticas para que nadie se dé cuenta. Pero tus hombros y el diafragma se darán cuenta. Lo que suena como un problema de postura, en realidad limita mis posibilidades. Si las cosas no son auténticas, el cuerpo se da cuenta. Y aunque finge apoyarme en mis decisiones, la verdad se esconde entre la tensión y el agobio de las noches sin sueño.

¿Por qué te mientes a ti misma?

Desde la última sesión había notado algunas mejoras en mi cuerpo. Cada vez que siento el agobio, lo combato con la respiración. Cada vez que me siento impotente, intento relajarme de forma activa. Sé cómo “funciona” mi cuerpo, y de hecho los dolores de espalda han disminuido. Sin embargo sigo con molestias en los hombros. La segunda sesión se centra en esta área.

Iván pregunta si me molesta encontrarme con amigos sin estar acompañada mientras observa mis hombros. Digo que no, que ya estoy acostumbrada, porque siempre he ido sola. No es verdad, me corrige Iván, advirtiéndome del cambio que se produce en mi respiración y la tensión en mis hombros. Aunque mi mente intenta convencerme de que todo va bien, de que ya lo he superado, mi cuerpo no está de acuerdo y lo muestra claramente. Lo he escondido con tanto cuidado que ni yo misma me doy cuenta de lo que escondo. Menos mal que mi cuerpo es más sabio que yo .

Reconocimiento – Aceptación – Relajación

La idea principal del método Grinberg es aprender a relajar las zonas tensas para así disminuir el dolor y aumentar el bienestar. Pero para poder relajarse, primero hay que reconocer que hay un problema y aceptar este dolor. Sin reconocimiento y aceptación no hay relajación profunda. Quizás se puede conseguir un alivio temporal, pero mientras la raíz de la tensión no se trate, es difícil que el músculo se relaje a largo plazo. Nuevamente, Iván ha conseguido descubrir un punto neurálgico de dolor: a nivel corporal son mis hombros los que se mantienen firmes ante cualquier circunstancia. A nivel mental es mi precisión analítica la que intenta entender el mundo desde una mirada lógica y prefiere esconder las emociones. Mantengo la postura a la perfección. Así que Ivan opta por hacerme cosquillas.

Reir, llorar, gritar… pero suéltate

No lo puedo creer. ¿Cosquillas en una sesión de Grinberg? La explicación es simple: existen tres reacciones básicas para descargar emociones: el llanto, la risa y los gritos. Y la risa es la única opción que se puede estimular desde fuera con relativa facilidad. Así que Iván me provoca cosquillas para que pueda soltar la tensión acumulada a causa de mi postura corporal y emocional. Días después utilizaré el mismo principio: cantando mis canciones favoritas de ABBA a todo pulmón me detengo para poner el grito al cielo. Literalmente. Y me siento bien. Es perfectamente posible apaciguar el dolor con un sinfín de actividades, pero para poder calmarlo hace falta reconocerlo, darle su espacio y aceptarlo. Estoy un paso más cerca de la aceptación. La rabia de la semana anterior que se había traducido en actividades frenéticas ha dado lugar a una sensación más calmada, menos tensa. Sé que puedo reír, gritar, o también llorar para que mi cuerpo se sienta reconocido.

Reflexiones finales de la segunda sesión

Dos días después de la sesión leo la siguiente frase en el relato de Michael Bungal Starnier en el libro „End Malaria“:

Hay alguna herida o cicatriz, física o emocional, que utilizas actualmente para limitar lo que eres en este mundo y lo que podrías estar haciendo.
¿Qué es? ¿Y qué es lo que hace falta para que cambies de perspectiva?

El problema no es la herida o la cicatriz. El problema es la historia que hay detras. Puedes ignorarla con todas tus fuerzas y concentrarte en todas las otras cosas que pasan en tu vida. Pero el dolor seguirá presente. O puedes reconocerla, limpiarla y aceptar que es parte de tu cuerpo. Después podrás decidir a quién mostrarla y a quién no. Es tú responsabilidad y tú oportunidad de aprender y crecer a partir de esta experiencia.
He conocido mi herida y empiezo a entender cómo me influencia en el día a día. Ya es hora de cambiar de perspectiva y sustituir el “tengo qué” y “debería ” por el “¡quiero!”. Mostrando agradecimiento por el pasado quiero seguir adelante.

[Esta es la segunda entrada de una serie sobre mi experiencia con el método Grinberg, guiado por Iván Andrade (Qualified Practitioner of The Grinberg Method). El relato fue escrito el día posterior a la sesión. Aquí puedes leer la introducción.]


Imagen: Uwe.Koch / flickr 


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