
“La libertad no existe; en todo caso existen hombres y mujeres libres” reza la máxima aplicable a sustantivos abstractos similares. Acaso por eso Tony Gatlif decidió darle carnatura a la preciada entelequia a partir del retrato de una muchacha griega, cuyo nombre –Djam– convirtió en título de su nueva película. Confirma esta hipótesis el agregado que los distribuidores pensaron para el estreno en Argentina, Una joven de espíritu libre.
Las características del personaje a cargo de la magnética Daphne Patakia sugieren que, para el realizador argelino, la libertad es un compendio de música, baile, picardía, sufrimiento, vehemencia, resistencia al establishment. Aunque no es condición sine qua non, la juventud constituye un ingrediente potente. De hecho, el encuentro con la congénere Avril aumenta la apuesta a la polenta de los años mozos, y de paso sirve de excusa para coquetear –sólo coquetear– con la idea de libertad sexual (atención al detalle nada inocente de que la protagonista vive en la isla de Lesbos).
Algunos espectadores encontramos impostada esta representación de la libertad. La repentina amistad entre Djam y Avril nos suena más funcional al mencionado coqueteo con la posibilidad de una relación lésbica que al pretendido tributo a la libertad (o a un espíritu libre). Por otra parte, resultan contraproducentes algunos de los lugares comunes sobre la vida o existencia que Gatlif pone en boca del padrastro de la protagonista.
Esta impostación evoca el recuerdo de la célebre episodio de la historieta Mafalda, donde Libertad le pide a Susanita que sea simple. “Sonamos” dice la niña pequeñita ante la reacción de su interlocutora.