Son las ocho de la tarde, España se quita la mascarilla y aplaude a sus héroes, aquellos que trabajan sin descanso para que nosotros podamos seguir confinados en casa con nuestras familias, y no en una cama de hospital, aquellos que hacen posible que a los que se nos ha arrebatado la libertad que ignorantemente disfrutábamos, podamos esbozar una sonrisa ante la noticia de un paciente desentubado, un descenso en los contagios o simplemente al ver su emoción al recibir el apoyo de millones de personas. Aquellos que nos están salvando la vida.
Son las nueve de la mañana, mi madre abre la puerta tras una intensa guardia, se quita los guantes, su nariz luce rojo ardiente y su cara muestra múltiples marcas a causa de la mascarilla. No puede abrazarme, olerme, besarme, acariciarme, saludarme, ni tan si quiera mirarme, necesita ir directa a la ducha antes de mediar palabra con su familia; la sombra de ese maldito virus siempre acecha.
Cuando todo el estrés higiénico ha pasado, está rota, agotada, pero aún guarda energías para hacer que me despierte un suave olor a tostada recién hecha. Sigo el rastro hasta la cocina, mientras desayunamos, me informa de la situación con todo detalle, no se queja, está agradecida por su trabajo. Por enésima vez, como un disco rayado me advierte que no se puede salir de casa, a la vez que desinfecta su querido uniforme verde y dejarlo listo para otra batalla
. ¡Qué orgullo ser tu hijo!
Mi madre no tiene superpoderes, no puede volar, ni teletransportarse, sus armas no disparan rayos láser, ni telarañas, pero es una heroína. Ella y los miles de personas más que están luchando contra esta enfermedad son nuestra única esperanza, si nuestros héroes caen enfermos, no tendremos quien nos cure.
Ahora bien, no todos podemos estar en el campo de batalla, pero sí podemos hacer nuestros pequeños grandes milagros; acompañando en la distancia a los que más lo necesitan, nuestros abuelos, nuestros amigos . Los jóvenes tenemos un arma muy potente; las redes sociales, a través de ellas podemos mostrar nuestros trabajos y nuestros talentos para entretener y ayudar a quién lo necesite. Usémoslas para algo productivo.
Dedicado a los miles de personas que hoy están haciendo posible que exista un mañana y aquellos que ya no podrán disfrutarlo.
Y un reconocimiento muy especial a esos miles de niños que lo estáis haciendo genial.
Sigamos luchando, desde casa.