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Para perder hay que ganar

Publicado el 19 febrero 2020 por Trescuatrotres @tres4tres

Para perder ganar

Héctor Raúl Cúper, como futbolista, fue un central expeditivo al que apodaban "el cabezón".

Cuando colgó las botas, comenzó a ejercer como entrenador. Su primer logro: subcampeón. Fue en 1994, cuando acabó segundo en el torneo de Clausura de Argentina con Huracán.

También saboreó las mieles de la victoria en alguna ocasión, como la copa Conmebol que conquistó con Lanús en 1996, o las supercopas españolas ganadas con Mallorca y Valencia en 1998 y 1999, respectivamente.

Se intuía, por tanto, que era un técnico con una innata habilidad para llegar a las finales. Lo malo es que, en la mayoría de las ocasiones, era para perderlas.

El Mallorca tuvo una etapa gloriosa con Cúper en su banquillo. Llegó a una final de copa del Rey, que perdió con el Barcelona en los lanzamientos desde el punto de penalti, y a la final de la última edición disputada de la Recopa de Europa, donde claudicó ante una potente Lazio. De cualquier forma, han de considerarse como excelentes esos logros conseguidos por el club bermellón, dada su diferencia presupuestaria con la mayoría del resto de equipos.

Para perder hay que ganar
Héctor Cúper con la Supercopa de España ganada con el Mallorca (fuente: ttdeporte.com)

El trabajo del entrenador argentino no pasó desapercibido para los grandes y el Valencia se apresuró a contratarlo. En Mestalla volvió a brillar, llevando al club valencianista a disputar dos finales consecutivas de Champions League. Eso sí, en ambas cayó derrotado (en 2000 ante el Real Madrid y un año después ante el Bayern Munich). De nuevo, se cumplía el dicho tan castizo de tanto remar para acabar muriendo en la orilla.

Otro grande europeo, el Inter de Milán, quiso contar con sus servicios, pero, una vez más, no pasó del subcampeonato en la Serie A italiana.

Todo entrenador debe tener algo de trotamundos y Héctor lo demostró al firmar con el Aris de Salónica donde, para no perder la costumbre, cayó en un afinal de copa ante Panathinaikos en 2009.

En su pasaporte constan sellos, como entrenador, de Georgia, Turquía, Emiratos Árabes o Uzbekistán. Sin embargo, sería en Egipto donde tendría, hasta ahora, la última oportunidad de acabar con ese gafe que le persigue cuando juega una final. Su esfuerzo volvió a ser baldío, ya que con la selección del país de las pirámides volvió a caer en el partido que decidía el campeón ante Camerún en 2017.

Decía Ayrton Senna que el segundo era el primero de los perdedores. Seguro que Cúper está hasta el gorro de poseer tantos estériles primeros puestos de ese tipo.

Héctor Cúper no ganó ninguna de las finales que jugó a un solo partido. A la edad de 64 años, todavía tiene tiempo de seguir intentando romper ese maleficio que le acompaña desde su comienzo en los banquillos. La cuestión es saber si el argentino se dará por vencido o querrá hacer honor al apodo de cabezón, que tenía como jugador.

Lo que sí tengo muy claro es una cosa: Las finales solo las pueden perder los que las juegan.


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